martes, 4 de octubre de 2016

ANTONIO DE MONTESINOS, UN DOMINICO VALIENTE

ANTONIO DE MONTESINOS, UN DOMINICO VALIENTE

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Seguro que casi todo el mundo habrá oído hablar de fray Bartolomé de las Casas y sus obras, en las que defendía apasionadamente a los indios. Cosa que me parece muy bien.
En cambio, casi nadie se acuerda de este fraile, que fue contemporáneo del anterior, pero que fue el iniciador de esa corriente de protección hacia los indios. De hecho, las Casas, confiesa que su mensaje le  influyó mucho.
Nuestro personaje de hoy se llamaba Antonio de Montesinos. Desgraciadamente, no se sabe mucho de sus
primeros años. Sólo se conoce que nació en España, alrededor de 1475.
Ingresó en la Orden de los Dominicos, en el convento de San Esteban, en Salamanca. Allí se formó como fraile.
En 1502, terminó su noviciado y ya se decidió por pronunciar los clásicos votos, que distinguen a los monjes.
En 1509, una vez que había sido ordenado sacerdote, fue destinado al convento de Santo Tomás, en Ávila. Fundado por Tomás de Torquemada.
Ese lugar fue fundamental en su vida. Allí coincidió con otros frailes, que tenían inquietudes semejantes a las suyas.
Me refiero a fray Pedro de Córdoba, fray Bernardo de Santo Domingo y fray Domingo de Villamayor.
Algunas fuentes dicen que fray Pedro y él ya se conocían, con anterioridad, por haber estudiado juntos en San Pablo, en Valladolid.
Estas inquietudes les llevaron a realizar una solicitud, para que les dejaran viajar a las Indias. Lo que hoy conocemos como América.
Hay que decir que nadie podía viajar a América sin el oportuno permiso de la Corte o, posteriormente,  la Casa de Contratación. Ni siquiera los miembros del clero, pues, desde un principio, los monarcas españoles, le dejaron muy claro al Papa, que allí mandaban solamente ellos.
De hecho, los monarcas, preferían enviar sacerdotes que miembros de congregaciones religiosas. Los primeros eran más manejables, ya que los segundos estaban a las órdenes de su vicario o del provincial. Es más, a los obispos, siempre los nombró el rey de España.
Posteriormente, en el caso de los jesuitas, se retrasó mucho la aprobación, para su traslado a América. Fue así, porque, como sabemos, éstos tienen un voto especial de obedecer ciegamente las órdenes del Papa y eso no le gustaba absolutamente nada a la Monarquía española.
Volviendo a nuestro personaje, en febrero de 1509, les llegó la aprobación de su viaje, en forma de Real Cédula, donde se les permitía viajar en un grupo de 15 religiosos y 3 laicos.
En 1510, se embarcaron en una nave llamada Espíndola. Al frente de la expedición de los dominicos estaba la gran figura de fray Pedro de Córdoba.
Antes de llegar a su destino, en Santo Domingo, la nave, hizo una escala en la isla de Puerto Rico, donde los frailes pudieron hacerse una idea de lo que ocurría en las tierras, recientemente, descubiertas por Colón.  
A finales de septiembre de 1510, llegó a su destino la nave donde se hallaba embarcado
nuestro personaje, junto con sus compañeros. Posteriormente, en otras naves, fueron llegando el resto de los frailes autorizados a viajar hasta las Indias.
El motivo de viajar hasta Santo Domingo es que allí se encontraba la Real Audiencia de los primeros territorios, que fueron pasando a la soberanía española en América.
No olvidemos que ni siquiera se había realizado la conquista de Cuba, que fue en 1511. En tanto que la expedición de Cortés hacia México tuvo lugar en 1518.
Incluso, el descubrimiento del Océano Pacífico, llevado a cabo por Núñez de Balboa, tuvo lugar en 1513.
Así que se puede decir que, cuando llegó esta expedición de frailes dominicos a América, estaba todo por hacer.
Los monjes, como estaba previsto, se dedicaron a la evangelización y educación de los indios. Sin embargo, tuvieron muchos problemas con los conquistadores y encomenderos.
De hecho, se sabe que formularon una serie de quejas ante las autoridades de la isla. Sin obtener ninguna respuesta.
El sábado 20/12/1511, se reunieron los quince miembros de esa congregación de dominicos, presididos por fray Pedro de Córdoba. Previamente, habían realizado ayuno y oración, para meditar sobre lo que iban a tratar.
Entre todos, redactaron un sermón, que sería leído al día siguiente. El encargado de leerlo fue Antonio de Montesinos, aunque se dejaba muy claro que lo hacía “bajo precepto formal y en virtud de la santa obediencia”. O sea, que lo leía él, pero hablaba en nombre de toda la comunidad dominica.
El 21/12/1511, cuarto domingo de Adviento, nuestro personaje se puso a leer un sermón, que levantó muchos sarpullidos entre los allí presentes.
Lo cierto es que hay que tener mucho valor para criticar en la cara a unos tipos, que iban siempre
con una espada en el cinto y que la desenvainan con presteza, matando, sin problemas de conciencia, al que se les pusiera por delante.
No obstante, pronunció las siguientes palabras: "Esta voz, dijo él, que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y creador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto, que en el estado [en] que estáis no os podéis más salvar que los infieles que carecen y no quieren la fe de Jesucristo".
Evidentemente, este sermón estaba muy justificado por el trato vergonzoso que daban los encomenderos a los indios. Tratándolos como verdaderos esclavos. Lo cual estaba en contra de las normas aprobadas por los Reyes Católicos.
Por aquel entonces, se hallaba Diego Colón, el hijo del famoso descubridor, como virrey de las Indias.
Éste se dirigió, junto con otras personas,  al convento de los dominicos para intentar presionar a fray Pedro, que era el vicario de esa comunidad,  a fin de que expulsara de la isla a fray Antonio o, en su lugar, el domingo siguiente, leyera otro sermón con un tono mucho más suave, que agradara a los que mandaban en la isla.
Para su sorpresa, el domingo siguiente, los dominicos, también por boca de nuestro personaje, se atrevieron a darle más “leña” todavía al virrey y a su camarilla de encomenderos.
Esta vez le quisieron dejar muy claro que las leyes de Dios están por encima de las leyes humanas; no existen diferencias raciales a los ojos de Dios; la ilegalidad de la esclavitud y la servidumbre de los indios a los que se les deberían de devolver su libertad y sus bienes. De lo
contrario, irían todos al Infierno.
Como para los colonizadores, estos sermones, fueron muy difíciles de “digerir”, y conociendo las rivalidades tradicionales entre dominicos y franciscanos, se dirigieron al superior de esa Orden en la isla a fin de que fuera a quejarse al rey, en su nombre.
Mientras los franciscanos mandaron a un emisario para quejarse ante el rey de los sermones de los dominicos, éstos también enviaron a nuestro personaje, para rebatirle sus argumentos.
El problema es que el franciscano llegó antes y llegó a convencer al rey Fernando para que se quejara al provincial de los dominicos en España, pidiendo que los sancionara.
Mientras tanto, los dominicos, lo pasaron muy mal en la isla, pues les negaron todo tipo de sustento y les amenazaron con reembarcarlos rumbo a España.
El resultado de esta discusión fue la redacción de las famosas Leyes de Burgos, promulgadas a finales de diciembre de 1512.
No obstante, fray Pedro de Córdoba, consideró que no regulaban todos los aspectos relativos a la colonia. Así que se trasladó a España para intentar modificarlas. Eso lo consiguió, tras muchas discusiones,  a mediados de 1513.
Como no fueron aceptadas ni acatadas, por los encomenderos, posteriormente, se promulgaron, ese mismo año, las Leyes de Valladolid.
Este sermón tuvo mucha influencia en esa sociedad. Hasta el mismo Bartolomé de las Casas, que era un encomendero más, cambió su forma de tratar a los indios y, desde entonces, se dedicó a protegerlos.
Hay que aclarar que el sermón de los dominicos le sentó muy mal, especialmente, al virrey, porque en aquellos momentos, se encontraba metido en una lucha entre los llamados allí hidalgos, que eran los veteranos del descubrimiento y la conquista de esas tierras, a los que el virrey les había dado todo tipo de privilegios.
Por otro lado, estaban los llamados “realistas”, partidarios de una sociedad más igualitaria, donde todos los colonizadores tuvieran los mismos derechos y les dieran algunos a los indios, aunque los consideraran inferiores a ellos. Precisamente, se creó esa Real Audiencia para atender a las frecuentes discusiones y enfrentamientos entre esos dos bandos.
Cada vez se radicalizaron más las posturas entre estos dos bandos. El partido realista quedó liderado por el tesorero, Miguel de Pasamonte, y se dedicaron a enviar continuas quejas a los reyes, para que el virrey fuera cesado de su puesto.
Para colmo, Diego Colón, junto con sus partidarios, fueron montando una corte en la isla, dotada de todos los lujos posibles y que rivalizase con la de los monarcas. Por supuesto, esto ya  no le gustó nada a Fernando el Católico.
Así, en 1514, se le ordenó volver a España, para juzgar su forma de actuar en el virreinato.
Posteriormente, en 1520, se le reintegró en su puesto, pues así lo decían las Capitulaciones firmadas entre los Reyes Católicos y su padre, Cristóbal Colón.
Su regreso coincidió con la primera revuelta de los esclavos negros y el aumento de denuncias ante la Real Audiencia. Así que, en 1523, el emperador Carlos V, le ordenó que volviera y ya no regresó nunca más a esos territorios.
Volviendo a nuestro personaje, se puede decir que, junto a fray Pedro de Córdoba y fray Bartolomé de las Casas, siempre defendieron a los indios y practicaron una evangelización pacífica, tanto en la isla, como, después, en Venezuela.
En 1513, empezaron la evangelización del continente americano, tras desembarcar en el territorio de Cumaná, en la actual Venezuela.
Allí construyeron, con la colaboración de los indígenas, varias casas, dos iglesias y una escuela, donde enseñaban a 40 niños.
Desgraciadamente, la llegada, desde otra isla, de un esclavista blanco, les fastidió el asunto, porque capturó al cacique de Cumaná, que tan bien había atendido a los frailes, junto con su familia y unos cuantos indios más, y los vendió como esclavos en Santo Domingo.
Evidentemente, los indios tomaron represalias y mataron a unos cuantos frailes. No obstante, fray Pedro de Córdoba, consiguió rescatar a todos los indios de Cumaná y devolverlos a su tierra.
A finales de 1515 fundó la ciudad de Cumaná y también el primer monasterio del continente americano.
Incluso, publicaron un catecismo para enseñar el Cristianismo a los indios. Luego fue copiado por otros evangelizadores.
Fray Pedro fue nombrado, a mediados de 1519, el primer inquisidor de las Indias. Lo curioso es que la solicitud de fundar allí uno de estos tribunales procedió de fray Bartolomé de las Casas.
En mayo de 1521, falleció fray Pedro. El encargado de pronunciar la misa de difuntos fue su compañero, fray Antonio de Montesinos.
En 1985, durante una visita del fallecido Papa Juan Pablo II, reconoció que en Cumaná había tenido lugar la primera misa de América, por lo que creó allí una Archidiócesis.
Es muy posible que esa misa la hubiera oficiado nuestro personaje, fray Antonio de Montesinos, que estuvo al mando de la expedición de frailes enviados hasta allí.
También hay que decir que, en 1520, estuvo en España, junto a fray Pedro, para gestionar la fundación de la primera provincia dominicana en América.
En 1521, Montesinos, estuvo en Puerto Rico, donde fundó un convento de su Orden, que luego, en 1532, pasaría a ser la Universidad de Puerto Rico.
En 1526, tomó parte en otra expedición, junto a las Casas, que se dirigía a colonizar la costa del actual Estado de Virginia, en USA.
La expedición estaba al mando de Lucas Vázquez de Ayllón y la formaban 600 personas y 100 caballos embarcados en tres naves.
Parece ser que desembarcaron cerca de la actual Georgetown, aunque no está muy claro, y allí fundaron San Miguel de Guadalupe. Primera colonia en tierras de la actual USA.
Se cree que también fue el padre Montesinos el primero que ofició una misa en el territorio de la actual USA.
Desgraciadamente, la colonia tuvo poco futuro, debido al mal tiempo, el hambre, las enfermedades y las malas relaciones con los indios. Aparte de que también se rebelaron los esclavos negros que, los colonizadores,  llevaban con ellos. La primera rebelión de ese tipo en América. Así que, los supervivientes, volvieron al año siguiente a Puerto Rico.
En 1529, el padre Montesinos, fue enviado de nuevo a Venezuela, como vicario de los dominicos ya asentados allí y como capellán de la expedición de los banqueros Welser, a quien el emperador Carlos V había cedido unos territorios, en pago de sus innumerables deudas.
No se sabe con certeza cuál fue la causa de su muerte. Lo cierto es que murió el 27/06/1540 y entre los archivos dominicos será recordado como mártir.
En 1982, se inauguró en Santo Domingo una estatua dedicada a este personaje. Allí se le puede ver en actitud de gritar su famoso sermón, para que le oyeran bien. La misma fue donada por México a la República Dominicana.

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