miércoles, 26 de octubre de 2016

Inventándose a sí misma, La Bella Otero (1868-1965)

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 Inventándose a sí misma, La Bella Otero (1868-1965)

Se llamaba Agustina y había nacido en un pueblo de Galicia. Pero la Bella Otero, tras una infancia truncada, no sólo cambió su nombre por el de Catalina, sino que creó a su alrededor una vida de ficción y se vendió a sí misma como una gran cantante y bailarina. Agustina se reinventaría para sobrevivir.
Una infancia triste
Agustina Carolina Otero Iglesias había nacido en Ponte de Valga, Pontevedra, el 4 de noviembre de 1868. Era hija de una madre soltera, de la que cogió sus dos apellidos. Nunca conoció a su padre.
La madre de Agustina no dio a la pequeña una buena educación y no se preocupó demasiado de su bienestar. A pesar de ser una niña alegre, a los diez años sufrió una agresión sexual que acentuó su carácter fuerte y rebelde.
De Agustina a Carolina
Con 14 años Agustina se fugó con un joven del que se había enamorado y no volvió nunca más a su pueblo natal. Bailando en un local nocturno, el dueño del mismo le ofreció su primer contrato. A partir de entonces, la joven dejó de llamarse Agustina para darse a conocer como Carolina Otero.
A partir de entonces empezó un largo periplo por distintas ciudades españolas y europeas en las que trabajó como bailarina y llegó a ejercer la prostitución. Tras la desaparición de su joven amante, que supuso su primer desengaño amoroso, Carolina había llegado hasta Barcelona. Allí, en 1888 conoció a un banquero quien, prendado de la bella bailarina, la llevó hasta Marsella. Fuen entonces Carolina quien abandonó a su rico descubridor y empezó su ascenso artístico.
De Carolina a La Bella Otero
Carolina, conocida entonces como la Bella Otero, creó su propio personaje. Acentuó su origen español, considerado exótico más allá de los Pirineos, y se inventó unas raices gitanas y andaluzas. Carolina inventó todo tipo de historias acerca de su vida que llegaron a considerarse como verdaderas durante mucho tiempo después.
Reina del Folies-Bergère
Era cuestión de tiempo que la Bella Otero consiguiera actuar en el famoso Folies-Bergère y se convirtiera en un auténico icono de la Belle Epoque. Pero su camino a la fama no fue sólo fruto de su talento como bailarina, cantante y actriz. Carolina no tuvo problemas en prostituirse y acercarse a hombres influyentes que le dieran lo que ella quería.
Viajó por medio mundo y llegó a ser amante reyes como Leopoldo II de Bélgica o Eduardo VII de Inglaterra y políticos como Aristide Briand.
La ruina en los casinos
La Bella Otero llegó a acumular una importante fortuna en dinero y joyas que su afición al juego se encargó de hacer desaparecer. Carolina perdió prácticamente todo en los casinos más importantes de Europa, entre ellos en el Montecarlo.
De hecho fue este casino el que le pasó una pensión de por vida por los millones que le había reportado. La Bella Otero se retiró de la vida pública en 1910 y se trasladó a vivir a Niza. Murió sola 55 años después. El poco dinero que le quedaba, cerca de 600 francos, fueron donados a las familias más pobres de su pueblo natal al que nunca volvió. Falleció el 12 de abril de 1965

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