miércoles, 26 de octubre de 2016

La reina perdida, María Antonieta de Austria (1755-1793)

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La reina perdida, María Antonieta de Austria (1755-1793)

La Restauración monárquica del siglo XIX la ensalzó como mártir mientras que los nostálgicos de la Revolución continuaron abocando sobre su memoria terribles historias. La figura de María Antonieta, la última reina del antiguo régimen francés, ha provocado múltiples opiniones pero pocas veces ha dejado indiferente. Al final fue una niña que fue reina demasiado pronto con pocas cualidades y que aceptó su papel demasiado tarde.

La hija de la gran emperatriz
María Antonia Josefa Juana de Habsburgo-Lorena nació en Viena el 2 de noviembre de 1755. Fue la decimoquinta y penúltima hija del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Francisco I y su esposa, María Teresa I.

María Antonieta creció al lado de sus diez hermanas y cuatro hermanos en los palacios vieneses de Hofburg y Schönbrunn bajo una estricta educación por parte de ayas y gobernantas controladas en todo momento por la emperatriz. La pequeña María Antonieta no fue nunca una niña muy predispuesta ni a la educación ni a las normas. Cuando en 1768 el abad de Vermont recibió el encargo de educar a la pequeña archiduquesa y prepararla para ser una buena reina de Francia se encontraría con una niña muy graciosa pero para nada disciplinada.

La austriaca Marie Antoinette
María Teresa había sufrido mucho para conseguir el trono imperial de su padre y no dudó en utilizar a su amplia prole para afianzar sus alianzas europeas. María Antonieta no sería una excepción.

María Teresa decidió que su hija conseguiría afianzar la alianza con Francia tras la Guerra de los Siete Años, una alianza que Luis XV y sus consejeros habían aceptado a falta de una alternativa mejor. Así que la pequeña María Antonieta fue prometida al delfín Luis Augusto, nieto de Luis XV y futuro Luis XVI.


El 13 de junio de 1769 tuvo lugar la petición de mano de la archiduquesa para el delfín por parte del embajador francés en Viena, el marqués de Durfort. Conocida la noticia en Francia, la pequeña futura reina empezó a ser conocida con el sobrenombre despectivo de “la austriaca”. Incluso su futuro marido, educado desde pequeño en el odio hacia todo lo que viniera del imperio, no pudo menos que recibir la noticia con profundo desagrado.


El 17 de abril de 1770 María Antonieta renunciaba a sus derechos sobre el trono de sus padres y cuatro días más tarde marchaba hacia su nuevo destino. El 16 de mayo se casaba en Versalles con un joven delfín de poco más de 15 años, un joven de mirada miope y poco agraciado. Al fin, María Antonieta había sido colocada en el trono francés por su madre para favorecer a los intereses políticos del Imperio de los Habsburgo.


La reina disoluta
Los primeros años en la corte de Versalles los vivió María Antonieta como había vivido en Viena: feliz, desinteresada y ajena a cualquier obligación que nadie le intentara imponer. Llegó incluso a tener la osadía de afear la presencia de la favorita del rey Luis XV, Madame du Barry, algo escandaloso en una corte que había aceptado durante siglos la figura de la favorita.

Cuando el 10 de mayo de 1774 Luis y María Antonieta fueron proclamados reyes de Francia y de Navarra, tenían respectivamente 20 y 19 años. La pareja real llevaba entonces una vida más o menos alejada, acercándose para cumplir con su obligación fallida de dar a la corona un heredero, hecho que no sucedería hasta años más tarde. Pero mientras que el nuevo rey se intentaba esforzar por aprender los entresijos del gobierno, María Antonieta disfrutó de su nueva posición para seguir con sus fiestas, burlarse de su marido y enemistarse con las principales familias de la aristocracia más antigua de Francia.


Poco a poco su actitud alimentaría la circulación de historias sobre ella, más o menos ciertas, más o menos exageradas, entre los pasillos de palacio y a través de panfletos.


Cumpliendo con su deber
El 19 de diciembre de 1778 María Antonieta cumplió por fin con su principal deber como reina, tuvo su primer hijo, María Teresa. Tres años después, el 22 de octubre de 1781, nacía el ansiado delfín, Luis José Javier Francisco. En 1785 tendría su tercer hijo, el futuro Luis XVII de Francia, y un año después nacería su última hija, María Sofía, que moriría con un año de vida.

Cumplido su principal deber, a pesar de que su actitud cambió ligeramente queriendo cuidar de sus hijos y haciendo crecer en ella su instinto maternal, no abandonó sus veladas y fiestas en el bello Petit Trianon construido especialmente para ella. Continuó también creciendo el número de críticas hacia la reina, voces que llegaron a límites tan graves como llegar a dudar de la paternidad del rey de alguno de sus vástagos.


Un collar peligroso
Las calumnias, críticas y difamaciones parecían no afectar demasiado a María Antonieta hasta que se vio inmersa en un truculento asunto conocido como el “asunto del collar”. En 1785, un joyero de París llamado Charles-Auguste Böhmer, reclamó a la reina el pago de un misterioso collar que valía nada menos que 1,5 millones de libras y que María Antonieta habría encargado al cardenal Rohan. El collar era una pieza única de 647 diamantes que había llevado al joyero a invertir buena parte de su capital.

María Antonieta negó haber encargado nunca dicho collar. Parece ser que el cardenal, conocido por su aborrecimiento hacia la reina, fue utilizado por Jeanne de Saint-Rémy, condesa de la Motte e hija ilegítima de un Valois, para urdir una trama rocambolesca. De la Motte engañó a Rohan haciéndole creer que la reina había encargado el collar a espaldas de su marido. Cuando la joya llegó a manos de la marquesa, fue desmontado y vendido a trozos mientras ella y su marido desaparecía sin dejar rastro.


La reina acusó sin dudarlo a Rohan. Miembro de una importantísima familia aristocrática y uno de los príncipes de la iglesia, su acusación fue una nefasta maniobra para María Antonieta quien pronto fue consciente de que las críticas hacia su persona ya no eran simples anécdotas.


Una conciencia tardía
A las puertas de la Revolución Francesa, María Antonieta abrió los ojos y se dio cuenta de la importancia de su figura. Se volcó en la educación de sus hijos e intentó colaborar con su marido en el gobierno cada vez más deteriorado del país. Pero ya era demasiado tarde.

La reina siguió los acontecimientos de la revolución con un cierto escepticismo, ferviente defensora de una monarquía absoluta. Después de la proclamación de la monarquía constitucional y del aceleramiento de los acontecimientos revolucionarios, Luis XVI y su esposa decidieron huir al extranjero en la fatídica huida de 1790. Cuando el 20 de junio fueron descubiertos en Varennes sus esperanzas se fueron reduciendo a la mínima expresión.


El 21 de enero de 1793 moría guillotinado Luis XVI. María Antonieta ya poco podía esperar de la patria que desde el primer momento la había acogido con hostilidad. Separada de sus hijos, la reina fue recluida en la Conciergerie y sometida a un cruel interrogatorio en el que se le llegó a preguntar por una terrible acusación de incesto.


Declarada culpable de alta traición, María Antonieta fue condenada y guillotinada el 16 de octubre de 1793

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