Los misterios de la Esfinge: ¿un fanático musulmán destruyó la nariz a finales de la Edad Media?
Historia
Los misterios de la Esfinge: ¿un fanático musulmán destruyó la nariz a finales de la Edad Media?
El fundador del Museo Egipcio de El Cairo
aseguró tiempo después que Napoleón había encontrado una puerta que
permitía acceder al interior de la estructura
Napoleón contemplando la Gran Esfinge, semienterrada por las arenas del desierto. Óleo de Jean-Léon Gérôme - Wikimedia3
¿Fue
un cañonazo ordenado por Napoleón el que destrozó la nariz de la
Esfinge de Guiza como reza una anécdota recurrente en las guías de
viaje? No pudo ser así, ni tampoco pudieron ser soldados ingleses de la
época colonial como otra hipótesis sugiere. Unos dibujos realizados en
1737 por el arquitecto danés Frederick Lewis Norden ya mostraban a una Esfinge carente de apéndice nasal. Y antes de estas hipótesis, el historiador del siglo XV al-Maqrizi atribuía la desaparición a MuhammadSa'im al-Dahr,
un fanático religioso Sufí, que, en 1378, al ver que los campesinos
hacían ofrendas a la Esfinge para conseguir mejores cosechas, decidió
dañar el monumento. Es la teoría más sólida pero, como en todo lo
relacionado con esta enigmática construcción, también pertenece al
terreno de lo incierto.
Todo en la Esfinge de Guiza irradia
misterio. Su origen, los motivos de su construcción, su función e
incluso su nombre. La voz «esfinge» procede del griego «sfigx»,
que significa estrangulador y se emplea para designar a un demonio de
destrucción y mala suerte que la cultura helena representa como una
criatura con cuerpo de león y alas de ave. La esfinge griega era la
guardiana de la ciudad de Tebas, que solo dejaba pasar a los viajeros
que acertaran a responder al enigma: «¿Qué criatura de una sola voz
camina con cuatro piernas por la mañana, con dos al mediodía y con tres
al anochecer, y es más débil cuantas más piernas tiene?». En caso de
errar, la esfinge estrangulaba al viajero y se lo comía. No obstante, pese a la notoriedad de la versión helena, la figura de Guiza es muy anterior a estas creencias griegas y, más bien, es la que inspiró al resto de esfinges.
¿La cara del faraón Kefrén?
La Esfinge de Guiza se ubica cerca del Río Nilo, a
pocos kilómetros de la que hoy es la capital egipcia, El Cairo. Su
construcción se ha emplazado tradicionalmente bajo el periodo del faraón
Kefrén (aproximadamente hace 4.500 años) quien habría colocado un
centinela de caliza frente a su famosa pirámide en el valle de Jafra.
Los arqueólogos, sin embargo, no han sido capaces de concluir quién fue
exactamente su patrocinador y cómo fue su proceso de construcción. Su
vinculación con Kefrén está basada en las similitudes de estilos
arquitectónicos, pero no cuenta con respaldo documental de ningún tipo. La Gran Esfinge, y restos de su templo. Detrás, la pirámide de Kefrén.Su construcción no se menciona en los textos del Reino Antiguo y su existencia es omitida por el historiador griego Herodoto,
que sí describe con detalle las características de las pirámides de
Guiza, lo cual ha llevado a pensar que durante largos periodos de tiempo
la Esfinge permaneció enterrada por completo en la arena. En tiempos
del romano Plinio «El viejo» volvió a ser visible y éste recogió en sus textos que allí permanecía enterrado el Rey Harmais (u Horemheb). Se equivocaba. El autor romano,
además, anota otra falsa creencia de la población local: el que la
Esfinge había sido tallada y transportada luego hasta la meseta. La
cercanía de una cantera con el mismo material empleado en su
construcción descarta esta teoría.
La estructura, de una altura
de 20 metros, está formada por una cabeza humana mirando hacia el Este
(por donde sale el sol por la mañana), vestida con el «nemes» (una
prenda a rayas blancas y azules), y por un cuerpo de león tumbado. La
cara exhibe restos de pintura roja y se muestran ciertos vestigios de
rojo y negro por la zona del cuerpo. Esta cara humana sería la del
faraón Kefrén o tal vez la de su padre, Khufu (Keops),
según las escasas menciones que se han podido encontrar. En la Estela
del Sueño, una piedra tallada un milenio después por el faraón Tutmoses
IV, aparece el único testimonio directo de que fue Kefrén el creador de
la Esfinge. Si bien aquellas partes del texto también se perdieron
durante una excavación en 1925.
La expedición científica de Napoleón
En
medio de todas estas especulaciones emergió la creencia popular de que
fueron las tropas napoleónicas las que, usando la Esfinge como blanco en
sus prácticas de artillería, dejaron sin nariz a la escultura. La
teoría, no obstante, choca con el espíritu de una expedición, entre lo
militar y lo científico, que sirvió a Europa para redescubrir la
civilización egipcia. Con el objetivo de liberar Egipto de las manos
turcas, el prometedor general Bonaparte, victorioso en
Italia, desembarcó en el país del Nilo durante el verano de 1798 con más
de treinta mil soldados franceses poniéndose por objetivo avanzar en
dirección a Siria. Óleo sobre la batalla entre las tropas de Napoleón y las fuerzas mamelucas en 1798.- Museo de Bellas Artes, ValenciennesUn
grupo de investigadores de distintas disciplinas (matemáticos, físicos,
químicos, biólogos, ingenieros, arqueólogos, geógrafos,
historiadores...), más de un centenar, acompañó a Napoleón para estudiar
al detalle aquel país de las pirámides maravillosas y los dioses
milenarios. Entre ellos figuraban los matemáticos Gaspard Monge, fundador de la Escuela Politécnica; el físico Étienne-Louis Malus; y el químico Claude Louis Berthollet,
inventor de la lejía. Es decir, algunos de los científicos más
brillantes de su generación acudieron a la llamada del general, de 28
años, sin conocer siquiera el destino del viaje hasta que navegaron más
allá de Malta: «No puedo decirles adónde vamos, pero sí que es un lugar
para conquistar gloria y saber».
Allí, Napoleón halló a una Esfinge ya sin nariz y sepultada en la arena; se internó en la Gran Pirámide
en un extraño viaje espiritual; y sus hombres encontraron la llave para
conectar Occidente con Egipto. Mientras un soldado cavaba una trinchera
en torno a la fortaleza medieval de Rachid (un enclave
portuario egipcio en el mar Mediterráneo), halló por casualidad la
conocida como la piedra Rosetta, la cual sirvió para descifrar al fin
los ininteligibles jeroglíficos egipcios. Se trataba de una sentencia
del rey Ptolomeo, fechada en 196 a. C, escrita en tres versiones:
jeroglífico, demótico y griego. A partir del texto griego fue posible
encontrar las equivalencias en los jeroglíficos y establecer un código
para leer los textos antiguos.
La puerta secreta al interior
Los
soldados de Napoleón no causaron daño alguno a la construcción. De
hecho, ni siquiera los eruditos franceses dedicaron gran atención a la
Esfinge durante su expedición. Trazaron mapas de la meseta y limpiaron
de arena la zona trasera del monumento. Poco más.
Los supuestos descubrimientos llegaron más tarde. Auguste Mariette, fundador del Museo Egipcio de El Cairo, aseguró tiempo después que Napoleón había encontrado una puerta que permitía acceder al interior de la Esfinge. La Estela de Benermerut, del reinado de Tutmosis III, revela también una puerta abierta en el costado de la base, lo cual ha animado a sucesivos arqueólogos a buscar cámaras interiores sin grandes resultados hasta hoy. Dibujo del arquitecto danés Frederick Lewis Norden, en 1737, de la Esfinge sin narizSegún el historiador Muhammed al-Husayni Taqi Al-Din,
el único responsable de causar la destrucción de la Esfinge fue un
fanático religioso que, en 1378, destrozó su nariz y parcialmente sus
orejas. Por este ataque fue finalmente condenado a muerte por las
autoridades locales. Lo que no está claro es si también tuvo la culpa
del desprendimiento de su barba, cuyos restos se hallaron durante unas
excavaciones modernas y hoy se conservan parcialmente en el Museo Británico de Londres.
Una barba de piedra que fue añadida después de la construcción del
monumento, dado que no se aprecian muestras de daño en la quijada como
deberían aparecer si hubiera formado parte de la estructura original.
Tal
vez se cayó de forma natural como otras partes de la estructura. La
caliza del monumento es de tan escasa calidad que se ha ido deteriorando
de forma más evidente que otras construcciones de su misma meseta. A
finales del siglo XX cayeron fragmentos de caliza en dos ocasiones: se
hundió en 1981 un pedazo del revestimiento de la pata trasera izquierda;
y en 1988 se desmoronó un fragmento de tres toneladas del hombro
derecho.
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