GALERÍA DE FOTOS
En imágenes: así será el nuevo Santiago Bernabéu
Cultura
La misión secreta de Hitler para arrasar Nueva York con un colosal bombardero
ABC entrevista en exclusiva a los autores de
«El diario de Peter Brill», un libro que corrobora la existencia de un
plan secreto ideado por Alemania para enviar un Heinkel 177 hasta EE.UU.'
http://www.abc.es/cultura/abci-mision-secreta-hitler-para-arrasar-nueva-york-colosal-bombardero-201610110207_noticia.html
«Yo solo quería volar». Sobre esta sencilla frase (que brotaba habitualmente de sus arrugados labios durante la última etapa de su vida) Peter Brill construyó
su futuro. En base a ella empezó a entrenarse durante su juventud para
ser piloto de planeadores y, también rememorándola en su mente, se unió
al ejército de Adolf Hitler (por entonces, una de las pocos opciones que le permitían elevarse hasta los cielos en un aeroplano).
Su destino quedó sellado desde ese instante al partido del «Führer» aunque, como él mismo declaró antes de fallecer en 2013, nunca se sintió nazi. Simplemente se veía como un aviador cuyas capacidades le llevaron a combatir en media Europa y que, además, tuvo la suerte de participar en uno de los proyectos más secretos de Segunda Guerra Mundial: el que buscaba enviar un gigantesco bombardero desde Alemania a Estados Unidos. Una misión que (hasta hace bien poco) no se consideraba más que una mera leyenda, pero cuya existencia ha sido corroborada gracias a dos investigadores residentes en España.
Brill fue el único piloto de los seis que particparon en esta misión y que no murió durante la Segunda Guerra Mundial. El resto, por el contrario, fallecieron a lo largo de la contienda e, incluso, durante las pruebas que se llevaron a cabo para ultimar los preparativos del proyecto. Algunos, debido a problemas mecánicos imposibles de solventar en el Heinkel 177 (el bombardero de larga distancia con el que se pretendía llegar hasta los EE.UU.).
PUEDES ACCEDER A LA WEB DEL LIBRO SIGUIENDO ESTE ENLACE: El diario de Peter Brill
Aquellas defunciones, unidas a la imposibilidad de superar las dificultades económicas y técnicas de tener que recorrer los más de 6.000 kilómetros que separan Berlín de Nueva York (12.000, ya que el plan original era que el bombardero volviese a su punto de partida), provocaron que la misión se cancelase. Con todo, aquel suceso no terminó con la carrera como piloto del germano, quien a partir de entonces tuvo que combatir sobre todo tipo de cazas para tratar de detener el empuje de británicos, americanos y soviéticos. Al final, este aviador vivió sus últimos días en España, surcando los cielos de Barcelona sobre una avioneta.
«Estábamos investigando el derribo de dos bombarderos alemanes en el Pirineo cuando, buscando información sobre aviadores germanos que viviesen en España, nos hablaron de Peter Brill en el Aeroclub de Sabadell. Nos dijeron que era un piloto que todavía volaba avionetas y nos facilitaron su contacto», explica Clavero.
Ambos concertaron una entrevista. Y fue en ese encomiable encuentro en el que el anciano le desveló su gran secreto: que había participado en la fallida operación para bombardear Nueva York. Desde entonces, este argentino trabaja con el historiador español Pere Cardona (autor del blog «Historias Segunda Guerra Mundial») en la elaboración de «El diario de Peter Brill» (Dstoria Edicions), un libro que se presentará el próximo noviembre y que narrará desde los pormenores de la fallida operación, hasta la vida del piloto.
«La familia nos cedió las memorias de Peter Brill cuando murió y, en base a ellas, hemos elaborado el libro», explica Cardona en declaraciones a ABC. Según sentencia, su labor en el proyecto ha sido doble. En primer lugar, se ha dedicado a contrastar toda la información de las páginas escritas por el piloto. «Peter era una persona muy mayor que había sufrido algún accidente y un derrame cerebral. Por ello, había fechas que no coincidían. Confundía datos y tenía lapsus de tiempo que había que ir corrigiendo. Un ejemplo es que, en principio, nos dijo que había sido entrenado para llegar a Estados Unidos a finales del 45, pero eso es imposible porque ya había acabado la guerra», completa. A su vez, este experto se ha encargado de ampliar los diferentes pasajes de la vida del piloto. «He contextualizado históricamente las memorias mediante anécdotas y curiosidades, lo que hace que sea un libro muy fresco y fácil de leer», destaca.
Esta pareja de expertos ha contado también con el apoyo del popular periodista e historiador Jesús Hernández (autor de multitud de obras relacionadas con esta contienda tales como «Las cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial»). Y es que, este experto ha sido el encargado de elaborar el prólogo del que, probablemente, es uno de los pocos documentos que corroboran que Adolf Hitler tuvo el delirio de querer llevar el terror hasta la costa de los Estados Unidos.
La época que vivió nuestro joven protagonista no pudo ser peor pues, después de la Gran Guerra, y tras el Tratado de Versalles (las exigencias impuestas a Alemania por parte de los vencedores), se había prohibido a su país contar con una fuerza aérea propia. Eso podría haber truncado sus sueños de volar pero, por suerte para él, la necesidad de no contravenir aquel tratado internacional provocó que proliferaran los clubs de aviación. Grupos en los que era posible surcar los cielos legalmente en planeadores si motor.
Durante su niñez pasó a formar parte de las Juventudes Hitlerianas aunque, como señala Clavero, nunca compartió las ideas del nazismo: «En las memorias afirma que, mientras cursaba primaria en Offenbach, el director llamó a los familiares de Peter para decirles que era amigo de una niña judía y que convenía que no se juntasen. Su padre le ordenó separarse de ella, pero él le desobedeció y fue su amigo hasta el último día de su vida».
Cardona va más allá: «Siempre renegó de la ideología nazi. Cuando estuvimos en su casa, su mujer nos enseñó su carnet de las Juventudes Hitlerianas. Estaba nuevo porque, aunque le habían obligado a unirse a este grupo, jamás lo había llevado en su cartera. Cuando se lo dieron lo dejó olvidado en un cajón y nunca volvió a cogerlo».
Años después, tras toda una vida soñando con subirse a un avión, empezó a alzarse del suelo en un planeador. Un aparatos que era empujado a mano colina abajo para darle impulso. Brill se curtió en aquellas peligrosas máquinas, las cuales (como él mismo explicó) siempre fueron sus favoritas. «Para volar en ellas solo necesitas una brújula, dos alas, y tu culo», solía decir. El amor por dichos aviones le duró hasta el final de su vida cuando, como socio del Aeroclub de Sabadell, se ponía a los mandos de ultraligeros.
La idea, que tenía la impronta incuestionable del megalómano Adolf Hitler, era descabellada, pues este aeroplano tenía una autonomía de unos 6.500 kilómetros y debía recorrer aproximadamente 12.000 para cumplir su objetivo. No obstante, si algún aparato podía llevar a buen término aquel plan era este gigante de 30 metros de envergadura por 20 de longitud. Uno de los pocos bombarderos de larga distancia en el arsenal del ejército alemán.
«La idea era ahorrar combustible durante el trayecto y, mediante una serie de modificaciones en los motores que se explican de forma técnica en el libro, llegar hasta el objetivo y dar la vuelta». Brill, junto a otros cinco compañeros, fue reclutado para llevar a cabo esta misión. Aunque ninguno de ellos supo en principio cuál sería su cometido. «Aprendieron a navegar a gran altura, a orientarse con el sol y las estrellas... pero en principio no sabían para qué», determina el historiador. Este entrenamiento se llevó a cabo en la ciudad de Thorn (Polonia), y fue sumamente peligroso, pues los motores del bombardero tendían a incendiarse con relativa facilidad.
Al final, los alemanes trataron de solventar la extensa distancia de múltiples formas. «Idearon varios planes para lograr su objetivo. Uno de ellos era que el bombardero aterrizase y repostase en alguna base ubicada en algún punto intermedio. Otro consistía en acoplar un Messerschmitt “parásito” a un bombardero Ju-390. Es decir, un avión más pequeño que se pudiera dejar caer desde el principal y que, posteriormente, pudiera ser recogido por un submarino», determina el historiador.
Hubo multitud de ideas. Pero ninguna salió adelante debido, en primer lugar, a los problemas con el Heinkel 177 y, en segundo término, por la falta de liquidez y de pilotos. «Lo cierto es que estuvieron cerca de conseguir su objetivo, pero todos estos delirios de Hitler se dejaron a un lado tras la batalla de Stalingrado. Fueron apartados por los problemas del día a día», añade Cardona.
Finalmente se abandonó el plan de bombardear Estados Unidos y, con la misión eliminada, se informó a los pilotos supervivientes de la razón por la que habían sido reclutados. Todo ello, después de que se sucedieran multitud de accidentes en las pruebas. Dificultades que, en palabras de los expertos, costaron la vida de algunos pilotos.
«Después de Thorn fue destinado a una compañía de aviones de Berlín, la Z.G.1 (Compañía Zielgeschwader)», explica Cardona. Su misión en la misma fue la de hacer pasadas sobre la capital para comprobar la fiabilidad de las baterías antiaéreas que protegían la ciudad. «Era el encargado de dirigir el fuego de artillería. Le disparaban y él iba comunicando la efectividad», determina el historiador español.
Posteriormente, sus capacidades se vieron puestas a prueba en la denominada «Operación Bodenplatte»: un ataque sorpresa en el que Hitler buscaba que la Luftwaffe destruyera el mayor número de aviones enemigos ubicados en las bases aliadas de Francia, Bélgica y Holanda. «La operación se lanzó el 1 de enero porque los alemanes suponían que los aliados estarían borrachos después de las celebraciones de fin de año», completa Cardona.
En Bodenplatte el objetivo era doble: acabar con los aparatos enemigos y lograr que los nazis volvieran a tener el dominio del espacio aéreo (algo que permitiría a la Luftwaffe apoyar el ataque que la infantería germana iba a llevar a cabo en las Ardenas -al sur de Bélgica-). Fue el último intento de expulsar a los norteamericanos al mar, y la Jagdgeschwader 77 (la escuadrilla de caza en la que estaba encuadrado nuestro protagonista) participó en el.
Durante esta operación Brill actuó como guardaespaldas del Mayor Freytag. Es decir, que fue el encargado de protegerle de posibles ataques contrarios. «El que le dieran ese cargo implica que era un muy buen piloto. No se lo ofrecían a cualquiera», completa el experto.
Así explicó posteriormente esta situación el propio Brill en sus memorias: «Destrozamos un montón de aviones, pero eso no significó nada porque seguían teniendo muchos pilotos. Tendríamos que haber destruido a los pilotos». Fue un gran fracaso.
Posteriormente fue enviado al este, donde se enfrentó a los aviadores de Stalin usando, como campo de batalla, los cielos. Durante aquellos combates corroboró algo que ya sospechaba con anterioridad: el poco aprecio que sentía por los soviéticos. Así lo dejó claro en una carta que envió a su familia y que se podrá leer en el libro de Clavero y Cardona: «Estoy contento de poder volar el Junker 88, que es más rápido y más ágil que el Heinkel 111. También me sería más simpático el combate contra Inglaterra, por lo menos, se tiene un enemigo decente. Escribirme más a menudo».
«Quería rendirse a los americanos pero, debido a la ingente cantidad de prisioneros que estos recibían (y de los que no podían hacerse cargo) establecieron que los reos debían entregarse al último ejército contra el que hubiesen combatido», completa Cardona. Esta norma le obligaba a capitular frente a los soviéticos, lo que era garantía de una muerte segura. Por ello, prefirió seguir su instinto y capitular ante los hombres de las barras y estrellas «Peter atravesó Checoslovaquia para rendirse a los estadounidenses, pero estos lo acabaron entregando a los rusos, que lo internaron en un campo de prisioneros», determina el experto.
Las malas condiciones que tuvo que sufrir a diario le llevaron a escapase y entregase de nuevo a los americanos. Sin embargo, estos le pusieron de nuevo en manos soviéticas. «Los rusos le llevaron entonces en tren hasta el Cáucaso. Fue internado en un campo de concentración en el que, por suerte, evitó la dura climatología siberiana», completa el historiador.
A pesar de las vejaciones que sufrió en aquella prisión, durante esos años su mentalidad no cambió y siguió mostrándose contrario al nazismo y a las ideas megalómanas de Hitler. «Él solía decir que la guerra estaba perdida desde el primer momento. Su máxima era que “no se puede pelear contra todo el mundo” y ganar», explica Clavero. Brill fue liberado a finales de los años cuarenta, pero decidió no volver a su tierra natal. «Entendió que le habían engañado y nunca regresó a Alemania. Tras el holocausto se sentía traicionado, incómodo con su país. Sintió que había sido víctima de la propaganda», señala Clavero.
En sus últimos años de vida también pudo dedicarse a lo que amaba desde pequeño: pilotar. Algo que hizo en el Aeroclub de Sabadell. Además, empezó a coleccionar cazas en miniatura. Pequeños juguetes que, hasta que dejó este mundo, tuvo colgados de hilos en su hogar. Así vivió hasta que se encontró con Clavero, ya como un octogenario. «Nunca olvidaré lo que me dijo una de las primeras veces que le vi: “Sobreviví a toda la guerra, a todos los combates, y a la prisión rusa, pero el otro día casi me mato de un golpe en la bañera”», añade el director.
Brill falleció en Mallorca en 2013. Se trasladó allí cuando su salud empeoró. Probablemente en esta región no fuera visto más que como un alemán cualquiera. De esos de los que la juventud dice que vienen a España a tostarse al sol aprovechando los salarios de su país. No obstante, y aunque no lo dijera abiertamente, fue el único testigo vivo de que existió un proyecto secreto nazi para bombardear Estados Unidos.
A día de hoy, y como explican Clavero y Cardona, sus restos descansan en el Cementerio de Lluchmajor. Todo aquel que visite su lápida podrá ver grabada la silueta de un Messerschmitt Bf 109. El caza que, como él mismo señaló, fue su tumba y salvación, ya que le permitió sobreponerse a sus enemigos en combate.
Su destino quedó sellado desde ese instante al partido del «Führer» aunque, como él mismo declaró antes de fallecer en 2013, nunca se sintió nazi. Simplemente se veía como un aviador cuyas capacidades le llevaron a combatir en media Europa y que, además, tuvo la suerte de participar en uno de los proyectos más secretos de Segunda Guerra Mundial: el que buscaba enviar un gigantesco bombardero desde Alemania a Estados Unidos. Una misión que (hasta hace bien poco) no se consideraba más que una mera leyenda, pero cuya existencia ha sido corroborada gracias a dos investigadores residentes en España.
Brill fue el único piloto de los seis que particparon en esta misión y que no murió durante la Segunda Guerra Mundial. El resto, por el contrario, fallecieron a lo largo de la contienda e, incluso, durante las pruebas que se llevaron a cabo para ultimar los preparativos del proyecto. Algunos, debido a problemas mecánicos imposibles de solventar en el Heinkel 177 (el bombardero de larga distancia con el que se pretendía llegar hasta los EE.UU.).
PUEDES ACCEDER A LA WEB DEL LIBRO SIGUIENDO ESTE ENLACE: El diario de Peter Brill
Aquellas defunciones, unidas a la imposibilidad de superar las dificultades económicas y técnicas de tener que recorrer los más de 6.000 kilómetros que separan Berlín de Nueva York (12.000, ya que el plan original era que el bombardero volviese a su punto de partida), provocaron que la misión se cancelase. Con todo, aquel suceso no terminó con la carrera como piloto del germano, quien a partir de entonces tuvo que combatir sobre todo tipo de cazas para tratar de detener el empuje de británicos, americanos y soviéticos. Al final, este aviador vivió sus últimos días en España, surcando los cielos de Barcelona sobre una avioneta.
El proyecto
El proyecto alemán de bombardear Estados Unidos mediante un avión se encontraba hasta ahora a medio camino entre la leyenda y la realidad. De hecho, poco se sabía de ella a ciencia cierta. Era un mito relativamente famoso al que se había hecho referencia en algún que otro libro de historia. No obstante, en 2010 el popular cineasta argentino Laureano Clavero (fundador de Mirasud Producciones y director de largometrajes como «1533 Km hasta casa. Los héroes de Miramar») pudo corroborar su existencia. Como él mismo explica a ABC, el interesante hallazgo fue casi por casualidad y se sucedió mientras recopilaba información para un proyecto relacionado con la caída de algunos cazas alemanes de la Luftwaffe (la fuerza aérea alemana en la Segunda Guerra Mundial) en España.«Estábamos investigando el derribo de dos bombarderos alemanes en el Pirineo cuando, buscando información sobre aviadores germanos que viviesen en España, nos hablaron de Peter Brill en el Aeroclub de Sabadell. Nos dijeron que era un piloto que todavía volaba avionetas y nos facilitaron su contacto», explica Clavero.
Ambos concertaron una entrevista. Y fue en ese encomiable encuentro en el que el anciano le desveló su gran secreto: que había participado en la fallida operación para bombardear Nueva York. Desde entonces, este argentino trabaja con el historiador español Pere Cardona (autor del blog «Historias Segunda Guerra Mundial») en la elaboración de «El diario de Peter Brill» (Dstoria Edicions), un libro que se presentará el próximo noviembre y que narrará desde los pormenores de la fallida operación, hasta la vida del piloto.
«La familia nos cedió las memorias de Peter Brill cuando murió y, en base a ellas, hemos elaborado el libro», explica Cardona en declaraciones a ABC. Según sentencia, su labor en el proyecto ha sido doble. En primer lugar, se ha dedicado a contrastar toda la información de las páginas escritas por el piloto. «Peter era una persona muy mayor que había sufrido algún accidente y un derrame cerebral. Por ello, había fechas que no coincidían. Confundía datos y tenía lapsus de tiempo que había que ir corrigiendo. Un ejemplo es que, en principio, nos dijo que había sido entrenado para llegar a Estados Unidos a finales del 45, pero eso es imposible porque ya había acabado la guerra», completa. A su vez, este experto se ha encargado de ampliar los diferentes pasajes de la vida del piloto. «He contextualizado históricamente las memorias mediante anécdotas y curiosidades, lo que hace que sea un libro muy fresco y fácil de leer», destaca.
«La familia nos cedió las memorias de Peter Brill cuando murió y, en base a ellas, hemos elaborado el libro»La obra incluirá, por otro lado, un medio metraje realizado por Laureano Clavero a través de su productora (Mirasud Producciones) en 2010. Un documental que ha sido elaborado usando como base la entrevista que Peter Brill mantuvo con él antes de fallecer y que suma una extensión de unos 30 minutos.
Esta pareja de expertos ha contado también con el apoyo del popular periodista e historiador Jesús Hernández (autor de multitud de obras relacionadas con esta contienda tales como «Las cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial»). Y es que, este experto ha sido el encargado de elaborar el prólogo del que, probablemente, es uno de los pocos documentos que corroboran que Adolf Hitler tuvo el delirio de querer llevar el terror hasta la costa de los Estados Unidos.
El hombre que quería volar
Peter Brill Sander nació en 1924 cerca de Frankfurt. Fue el tercero de cuatro hermanos y, como señala Clavero a este diario, su padre era guarda forestal. El pasado militar le venía por parte de su abuelo, que había combatido en la Primera Guerra Mundial y había permanecido durante largo tiempo como prisionero en Francia.La época que vivió nuestro joven protagonista no pudo ser peor pues, después de la Gran Guerra, y tras el Tratado de Versalles (las exigencias impuestas a Alemania por parte de los vencedores), se había prohibido a su país contar con una fuerza aérea propia. Eso podría haber truncado sus sueños de volar pero, por suerte para él, la necesidad de no contravenir aquel tratado internacional provocó que proliferaran los clubs de aviación. Grupos en los que era posible surcar los cielos legalmente en planeadores si motor.
Durante su niñez pasó a formar parte de las Juventudes Hitlerianas aunque, como señala Clavero, nunca compartió las ideas del nazismo: «En las memorias afirma que, mientras cursaba primaria en Offenbach, el director llamó a los familiares de Peter para decirles que era amigo de una niña judía y que convenía que no se juntasen. Su padre le ordenó separarse de ella, pero él le desobedeció y fue su amigo hasta el último día de su vida».
Cardona va más allá: «Siempre renegó de la ideología nazi. Cuando estuvimos en su casa, su mujer nos enseñó su carnet de las Juventudes Hitlerianas. Estaba nuevo porque, aunque le habían obligado a unirse a este grupo, jamás lo había llevado en su cartera. Cuando se lo dieron lo dejó olvidado en un cajón y nunca volvió a cogerlo».
Años después, tras toda una vida soñando con subirse a un avión, empezó a alzarse del suelo en un planeador. Un aparatos que era empujado a mano colina abajo para darle impulso. Brill se curtió en aquellas peligrosas máquinas, las cuales (como él mismo explicó) siempre fueron sus favoritas. «Para volar en ellas solo necesitas una brújula, dos alas, y tu culo», solía decir. El amor por dichos aviones le duró hasta el final de su vida cuando, como socio del Aeroclub de Sabadell, se ponía a los mandos de ultraligeros.
Top Secret
En 1942, cuando apenas sumaba 18 primaveras a sus espaldas, Brill tuvo que servir en el ejército alemán. Y lo hizo, para su suerte, en la Luftwaffe. Posteriormente, en 1943, fue reclutado para formar parte de una misión secreta cuyo objetivo era lograr viajar desde Alemania a Estados Unidos en un gigantesco aeroplano (el Heinkel He 177 Greif) y arrasar la ciudad de Nueva York.La idea, que tenía la impronta incuestionable del megalómano Adolf Hitler, era descabellada, pues este aeroplano tenía una autonomía de unos 6.500 kilómetros y debía recorrer aproximadamente 12.000 para cumplir su objetivo. No obstante, si algún aparato podía llevar a buen término aquel plan era este gigante de 30 metros de envergadura por 20 de longitud. Uno de los pocos bombarderos de larga distancia en el arsenal del ejército alemán.
«La idea era ahorrar combustible durante el trayecto y, mediante una serie de modificaciones en los motores que se explican de forma técnica en el libro, llegar hasta el objetivo y dar la vuelta». Brill, junto a otros cinco compañeros, fue reclutado para llevar a cabo esta misión. Aunque ninguno de ellos supo en principio cuál sería su cometido. «Aprendieron a navegar a gran altura, a orientarse con el sol y las estrellas... pero en principio no sabían para qué», determina el historiador. Este entrenamiento se llevó a cabo en la ciudad de Thorn (Polonia), y fue sumamente peligroso, pues los motores del bombardero tendían a incendiarse con relativa facilidad.
Al final, los alemanes trataron de solventar la extensa distancia de múltiples formas. «Idearon varios planes para lograr su objetivo. Uno de ellos era que el bombardero aterrizase y repostase en alguna base ubicada en algún punto intermedio. Otro consistía en acoplar un Messerschmitt “parásito” a un bombardero Ju-390. Es decir, un avión más pequeño que se pudiera dejar caer desde el principal y que, posteriormente, pudiera ser recogido por un submarino», determina el historiador.
Hubo multitud de ideas. Pero ninguna salió adelante debido, en primer lugar, a los problemas con el Heinkel 177 y, en segundo término, por la falta de liquidez y de pilotos. «Lo cierto es que estuvieron cerca de conseguir su objetivo, pero todos estos delirios de Hitler se dejaron a un lado tras la batalla de Stalingrado. Fueron apartados por los problemas del día a día», añade Cardona.
Finalmente se abandonó el plan de bombardear Estados Unidos y, con la misión eliminada, se informó a los pilotos supervivientes de la razón por la que habían sido reclutados. Todo ello, después de que se sucedieran multitud de accidentes en las pruebas. Dificultades que, en palabras de los expertos, costaron la vida de algunos pilotos.
Después de Thorn
Tras el fallido intento de bombardear Estados Unidos, Brill no abandonó la Luftwaffe. Fue destinado al frente, donde (debido a la falta de pilotos) se puso a los mandos de todo tipo de aeroplanos. Los bombarderos medios Heinkel 111, los famosos cazas Messerschmitt Bf 109 (cuya cabina definió Brill como un «ataúd» por la forma en la que se cerraba)… Pocos aviones se escaparon de sus manos.«Después de Thorn fue destinado a una compañía de aviones de Berlín, la Z.G.1 (Compañía Zielgeschwader)», explica Cardona. Su misión en la misma fue la de hacer pasadas sobre la capital para comprobar la fiabilidad de las baterías antiaéreas que protegían la ciudad. «Era el encargado de dirigir el fuego de artillería. Le disparaban y él iba comunicando la efectividad», determina el historiador español.
Posteriormente, sus capacidades se vieron puestas a prueba en la denominada «Operación Bodenplatte»: un ataque sorpresa en el que Hitler buscaba que la Luftwaffe destruyera el mayor número de aviones enemigos ubicados en las bases aliadas de Francia, Bélgica y Holanda. «La operación se lanzó el 1 de enero porque los alemanes suponían que los aliados estarían borrachos después de las celebraciones de fin de año», completa Cardona.
En Bodenplatte el objetivo era doble: acabar con los aparatos enemigos y lograr que los nazis volvieran a tener el dominio del espacio aéreo (algo que permitiría a la Luftwaffe apoyar el ataque que la infantería germana iba a llevar a cabo en las Ardenas -al sur de Bélgica-). Fue el último intento de expulsar a los norteamericanos al mar, y la Jagdgeschwader 77 (la escuadrilla de caza en la que estaba encuadrado nuestro protagonista) participó en el.
Durante esta operación Brill actuó como guardaespaldas del Mayor Freytag. Es decir, que fue el encargado de protegerle de posibles ataques contrarios. «El que le dieran ese cargo implica que era un muy buen piloto. No se lo ofrecían a cualquiera», completa el experto.
«Destrozamos un montón de aviones, pero eso no significó nada. Tendríamos que haber destruido a los pilotos»Brill despegó el 1 de enero junto a sus compañeros. Lograron destrozar multitud de aeroplanos, pero todo acabó en desastre. Y es que, contrariamente a lo que consideraron los altos mandos germanos, los aliados lanzaron un gran contraataque que obligó a cada uno de los Messerschmitt en vuelo a enfrentarse a nada menos que 60 enemigos.
Así explicó posteriormente esta situación el propio Brill en sus memorias: «Destrozamos un montón de aviones, pero eso no significó nada porque seguían teniendo muchos pilotos. Tendríamos que haber destruido a los pilotos». Fue un gran fracaso.
Posteriormente fue enviado al este, donde se enfrentó a los aviadores de Stalin usando, como campo de batalla, los cielos. Durante aquellos combates corroboró algo que ya sospechaba con anterioridad: el poco aprecio que sentía por los soviéticos. Así lo dejó claro en una carta que envió a su familia y que se podrá leer en el libro de Clavero y Cardona: «Estoy contento de poder volar el Junker 88, que es más rápido y más ágil que el Heinkel 111. También me sería más simpático el combate contra Inglaterra, por lo menos, se tiene un enemigo decente. Escribirme más a menudo».
Sus últimos años
Medio centenar de combates después, y con cuatro derribos en su currículum, Brill terminó rindiéndose a los aliados cuando acabó la guerra.«Quería rendirse a los americanos pero, debido a la ingente cantidad de prisioneros que estos recibían (y de los que no podían hacerse cargo) establecieron que los reos debían entregarse al último ejército contra el que hubiesen combatido», completa Cardona. Esta norma le obligaba a capitular frente a los soviéticos, lo que era garantía de una muerte segura. Por ello, prefirió seguir su instinto y capitular ante los hombres de las barras y estrellas «Peter atravesó Checoslovaquia para rendirse a los estadounidenses, pero estos lo acabaron entregando a los rusos, que lo internaron en un campo de prisioneros», determina el experto.
Las malas condiciones que tuvo que sufrir a diario le llevaron a escapase y entregase de nuevo a los americanos. Sin embargo, estos le pusieron de nuevo en manos soviéticas. «Los rusos le llevaron entonces en tren hasta el Cáucaso. Fue internado en un campo de concentración en el que, por suerte, evitó la dura climatología siberiana», completa el historiador.
A pesar de las vejaciones que sufrió en aquella prisión, durante esos años su mentalidad no cambió y siguió mostrándose contrario al nazismo y a las ideas megalómanas de Hitler. «Él solía decir que la guerra estaba perdida desde el primer momento. Su máxima era que “no se puede pelear contra todo el mundo” y ganar», explica Clavero. Brill fue liberado a finales de los años cuarenta, pero decidió no volver a su tierra natal. «Entendió que le habían engañado y nunca regresó a Alemania. Tras el holocausto se sentía traicionado, incómodo con su país. Sintió que había sido víctima de la propaganda», señala Clavero.
En España
Peter Brill, el hombre que siempre quiso volar y que fue reclutado como voluntario para la misión secreta de bombardear Estados Unidos se trasladó a España en los años 60. Aquí su historia se perdió. Quedó olvidada. Quizá para su bien, pues logró tener una existencia tranquila alejada de los recuerdos de combates aéreos y de los campos de concentración en los que había pasado meses y meses.En sus últimos años de vida también pudo dedicarse a lo que amaba desde pequeño: pilotar. Algo que hizo en el Aeroclub de Sabadell. Además, empezó a coleccionar cazas en miniatura. Pequeños juguetes que, hasta que dejó este mundo, tuvo colgados de hilos en su hogar. Así vivió hasta que se encontró con Clavero, ya como un octogenario. «Nunca olvidaré lo que me dijo una de las primeras veces que le vi: “Sobreviví a toda la guerra, a todos los combates, y a la prisión rusa, pero el otro día casi me mato de un golpe en la bañera”», añade el director.
Brill falleció en Mallorca en 2013. Se trasladó allí cuando su salud empeoró. Probablemente en esta región no fuera visto más que como un alemán cualquiera. De esos de los que la juventud dice que vienen a España a tostarse al sol aprovechando los salarios de su país. No obstante, y aunque no lo dijera abiertamente, fue el único testigo vivo de que existió un proyecto secreto nazi para bombardear Estados Unidos.
A día de hoy, y como explican Clavero y Cardona, sus restos descansan en el Cementerio de Lluchmajor. Todo aquel que visite su lápida podrá ver grabada la silueta de un Messerschmitt Bf 109. El caza que, como él mismo señaló, fue su tumba y salvación, ya que le permitió sobreponerse a sus enemigos en combate.
No hay comentarios:
Publicar un comentario