Entrevista Zugarramurdi, la última y fraudulenta matanza de brujas de la Inquisición Española
El 7 de noviembre de 1610, 11 personas (5
de ellas en efigie) fueron quemadas en la hoguera acusadas de
hechicería. La historiadora María Lara narra este suceso (el principio
del fin de la persecución de las supuestas magas en nuestro país) en su
nueva obra «Pasaporte de bruja» («Alderabán»)
El juicio a las brujas de Zugarrarmurdi es recordado a día de hoy por ser el que llevó a un inquisidor (el español Alonso de Salazar y Frías) a considerar que, en no pocas ocasiones, los religiosos se dejaban cegar por su obsesión con Lucifer y condenaban a la muerte en la hoguera a personas inocentes.
Y es que, después de ser cómplice el 7 de noviembre de 1610 de la quema de 11 inocentes vascos en la hoguera (5 de ellos, en efigie), este religioso de Burgos inició una investigación detectivesca de casi tres años con la que acabó desvelando que (en realidad) ninguno de los condenados era un hechicero. Fue un verdadero punto de inflexión ya que, después de estas pesquisas, comenzó oficialmente la decadencia de la barbarie del Santo Oficio. Un tribunal cuyo final llegó oficialmente en nuestro país en 1834.
Aprovechando que Estados Unidos celebró la noche de Halloween hace pocas jornadas, hemos contactado con María Lara (escritora, profesora de la UDIMA, Primer Premio Nacional de Fin de Carrera en Historia y autora del recién presentado «Pasaporte de bruja. Volando en escoba, de España a América en tiempo de Cervantes» -Aldebarán, 2016-) para analizar el juicio y sus consecuencias.
El suceso comenzó en 1608 cuando una tal María de Ximildegui -una joven de 20 años que había emigrado de Ciboure al pueblo de Zugarramurdi (cerca de la frontera con Francia)- afirmó haber contactado con brujas en la zona, haber bailado con ellas para el diablo, y haberse untado una pócima extraña por el cuerpo. Su confesión (que fue acompañada de la denuncia de varias vecinas del pueblo) hizo que se desplazaran hasta la zona las fuerzas vivas de la Santa Inquisición.
Tras las primeras pesquisas (y de que multitud de acusados fuesen llevados hasta Logroño en 1610 para ser juzgados) el 6 de noviembre 53 personas fueron juzgadas por el Santo Oficio en tierras gallegas. El resultado del Auto de Fe llevó a la muerte de 11 de ellos. Cinco, en efigie (es decir, que se quemó un muñeco en su nombre debido a que ya habían muerto en las cárceles o habían preferido suicidarse a sufrir más tormentos de manos de los religiosos).
Sin embargo, la poca credibilidad de los testimonios de aquellos que acusaban de hechicería a los ajusticiados, así como la mentalidad de Salazar y Frías (quien consideraba imposible que una persona pudiese volar o volverse invisible por muchos pactos que hubiera hecho con Lucifer o muchas pócimas que se hubiese tomado), hicieron que este inquisidor comenzara una investigación que terminaría con la Iglesia admitiendo su error.
1-¿Qué tipo de brujería era la que se hacía, según los inquisidores, en Navarra durante el siglo XVII?
Navarra era en el Siglo de Oro el “país de las brujas”. Frente a las sanaciones y videncias que forman parte de la profesión mágica, en los valles de Baztán, de Roncal y de Salazar proliferaban expertos en vuelos y desplazamientos a las juntas macabras. Para ello, estos sujetos antes debían de manejar las plantas. Sobre todo eran mujeres las depositarias del saber herbario, transmitido de forma oral de generación en generación. Y, como se suele repetir, la diferencia entre un fármaco y un veneno en ocasiones está en la dosis, de ahí que una misma planta, como la belladona, que en cantidades pequeñas podía quitar el dolor de cabeza, si su consumo era sobredimensionado provocara sueños irreales.
2-¿Cuál era la realidad? ¿Se hacían reuniones de brujas por entonces en la zona?
Desde la Baja Edad Media las juntas eran habituales. En el interrogatorio, los implicados en Zugarramurdi dieron cuenta de los lugares y fechas donde se celebraban los aquelarres: los prados de Berroscoberro, Sagastizarra o Sagardi, los lunes, los miércoles y los viernes, así como las vísperas de determinados días festivos (Navidad, Semana Santa, San Juan, etc). Estos artífices de la magia negra daban la vuelta a los días de precepto y solemnidades católicas para trabar contacto con el averno.
3-¿Algún caso sorprendente en particular?
Muchos que describo en “Pasaporte de bruja”. Por señalar uno, he de decir que también había hombres acusados de hechicería. A mediados del XVI vivió “Johanes, el brujo de Bargota”, cuyas narraciones fantasiosas eran pronunciadas en las candiladas o las reuniones de vecinos organizadas al caer la tarde para dar un repaso a los rumores de la aldea. A pesar de ser cura, su vocación se veía absorbida por la afición a la lectura de obras esotéricas.
Contaban en las inmediaciones de Viana que, gracias a la magia aprendida en Salamanca, después de acabado el oficio matutino, se montaba en una nube cubriendo su cuerpo con una capa especial que lo hacía impalpable y, en un santiamén, se trasladaba a sus fincas.
La leyenda difundió que en 1599 logró desplazarse en su “vehículo” hasta Madrid, donde se desarrollaba una corrida de toros para festejar las bodas reales, celebradas en Valencia, de Felipe III con Margarita de Austria y de la princesa Isabel con el archiduque Alberto. En el punto culminante del espectáculo taurino estaban los asistentes, cuando la nube de los montes de Oca sobrevoló con sigilo la arena y, así, Johanes, sin gastarse un maravedí, se divirtió viendo los lances.
El proceso más famoso contra hechiceros fue el celebrado en Logroño en 1610. La ilusión masiva que estalló en Navarra constituye, sin parangón alguno, el suceso histórico mejor documentado de la pandemia de una pesadilla. Alcanzó tanta notoriedad este episodio que es conocido como el “auto de las brujas”. El municipio estaba compuesto por cinco lugares habitados: Azcar, Echartea, Madaria, Olarur y el que le da nombre. Había surgido como un poblado de caseríos abandonados que bordeaba el monasterio de San Salvador.
La relevancia de los sucesos del 6, 7 y 8 de noviembre de 1610 es tal que está comprobado el hecho de que la palabra “aquelarre” sólo existía antes como topónimo para aludir a determinados parajes (Akerlarre, Prado del macho cabrío, o Alkelarre, Prado de las flores de Alka). Fue en los primeros meses del proceso cuando surgió una mutación en el sentido del vocablo y saltó, del euskera al castellano, con la intención de hacer referencia a las juntas de hechiceras. Pero lo más llamativo es que, a pesar de todo, en Navarra (todavía no en el resto de Europa) se abrió camino el raciocinio y sobre todo eso es lo que en “Pasaporte de bruja” vengo a enfatizar.
5-¿De qué estaban acusados los primeros procesados que fueron llevados a Logroño?
Parece que fue el abad de Urdax quien en 1609 dio la voz de alarma. La tormenta se había desatado en la pequeña aldea de Zugarramurdi en el otoño de 1608, cuando María de Ximildegui, una chica que se marchó a Ciboure a trabajar, regresó de Francia como maestra de brujas por los muchos conventículos en los que había participado.
En las cuevas navarras, la muchacha de 20 años se unió a las supuestas hechiceras locales, quienes se untaban por el cuerpo una pócima que les hacía bailar para el diablo. Después, arrepentida, denunció a varias de ellas y en enero de 1609 entró en el término un comisario de la Inquisición. Comenzó la espiral de detenciones pero, en las sucesivas declaraciones, los individuos tratarían de cargar las tintas sobre el influjo francés y la pureza hispana ante las fuerzas del mal. Parecía menos grave hablar de contagio que de práctica autóctona...
A principios de enero de 1609 llegaron a Zugarramurdi los representantes del Santo Oficio. Se llevaron a Logroño a 4 mujeres que se declararon brujas: María Pérez de Barrenechea, Estevanía de Navarcorena, Juana de Telechea y María de Jureteguía. Otras 6 personas, que ya habían confesado espontáneamente sus faltas, marcharon a Logroño: eran Graciana de Barrenechea y sus 2 hijas (María y Estevanía de Yriarte), Miguel de Goiburu, Juanes de Goiburu y Juanes de Sansín. Este grupo afirmó no tener contacto con la brujería, exponiendo que si antes se habían declarado por tales era debido a la presión de las autoridades.
Pero el 16 de agosto partió hacia Zugarramurdi el inquisidor Valle y ordenó llevar a quince personas detenidas a Logroño, entre las que se encontraba fray Pedro Arburu y el Padre Juan de la Borda. Por toda la comarca se extendió la psicosis de los conjuros y, en las Cinco Villas, se desató una auténtica caza de brujas, llegando a intervenir directamente el obispo de Pamplona, Antonio Venegas de Figueroa.
En los interrogatorios, todos a una, como en Fuenteovejuna, los declarantes hicieron creer que nadie había oído hablar de brujas por aquellas tierras antes de que se iniciaran las persecuciones en Francia, de donde habían llegado buscando refugio muchas personas. Fue ésta una mentira mil veces dicha que, con los fantasiosos relatos, casi se hizo verdad...
6-En los siguientes meses, mientras muchos estaban en las cárceles, se vivió una situación dantesca: los supuestos brujos acusaron a cientos de sus vecinos inocentes de brujería ¿Por qué?
La Inquisición perdonó a los buenos confidentes que, con lágrimas en los ojos, suplicaron misericordia y expresaron su deseo de regresar a la religión de los cristianos. En las puertas de los teólogos esperaban su turno tantos declarantes que hubieron de permanecer largo y tendido encerrados, desde que amaneció hasta bien entrada la noche.
La causa de estas 3 muertes nos es desconocida por más que se haya achacado el óbito a la enfermedad, pues estudios recientes han demostrado que, en aquellos años, no hubo ninguna epidemia en Logroño, aunque sí una extrema sequía. Además, en las prisiones, repletas de inculpados por otras causas, se dio la circunstancia de que sólo murieron los brujos de Zugarramurdi. Algo explicable sólo por el síndrome de abstinencia a las drogas a las que eran adeptos.
7-Finalmente… ¿Cuántas personas fueron quemadas, por qué causas y qué día?
Tres días de noviembre. Éste podría ser el titular que condensara en 4 palabras el auto de Zugarramurdi. El sábado 6 de noviembre se inició el castigo ejemplar con «una muy lucida y devotísima procesión». Tras un pendón de la Cofradía del Santo Oficio caminaron un millar de familiares, comisarios, notarios y una multitud de religiosos de las órdenes de Santo Domingo, San Francisco, la Merced, la Santísima Trinidad y la Compañía de Jesús. Luego plantaron la Cruz verde, insignia del Santo Oficio, en la cumbre de un cadalso de 84 pies de largo, quedando allí expuesta toda la noche con faroles y familiares de guardia.
Al amanecer, el domingo 7 de noviembre, fueron sacadas 53 personas, bien con las cabezas descubiertas, sin cinto y con una vela de cera, con sogas en la garganta para indicar que debían ser azotadas o con sambenitos de reconciliación. También llevaron en el cortejo 5 estatuas de difuntos y el mismo número de ataúdes con huesos para ejercer justicia ante la heterodoxia de esos muertos. Llegados al cadalso fueron puestos en unas gradas muy altas. El tablado estaba ocupado por los caballeros de la ciudad que contemplaban con expectación la ceremonia.
El auto de fe comenzó con un sermón predicado por el prior del monasterio de los dominicos. Los 11 acusados acabaron en la hoguera por brujos: 6 en persona y 5 en efigie con los huesos, incluida María de Zozaya, la maestra de hechicería que había enseñado a hacer conjuros a hombres y mujeres, también a pequeños de ambos sexos. El aquelarre de los niños es uno de los capítulos de mi libro “Pasaporte de bruja”.
Se hizo la noche, pero ese lunes, 8 de noviembre, el coro del alba despertó pronto al sol, el provincial de San Francisco dio inicio a la sesión con su homilía y se dictó sentencia para los 2 embusteros que había fingido ser ministros del Santo Oficio, a uno se lo envió al destierro, al otro, además de esta pena, le esperaban cinco años a galeras, con remo y sin sueldo.
También se decidió el futuro de 6 cristianos nuevos de judío que guardaban los sábados con «camisas y cuellos limpios y mejores vestidos» y cantaban la estrofa «si es venido, no es venido, El Mesías prometido, que no es venido». Finalmente, se reconcilió a un «moro», a un luterano y a 18 miembros de la «secta de los brujos» que, con lágrimas, pidieron volver a la fe de los cristianos. Al acabar, como si no hubiera pasado nada o únicamente se estuviera hablando de números, el chantre de la iglesia colegial llevó sobre sus hombros la Santa Cruz con mucha música y acompañamiento.
8-¿Diría usted que fue una barbaridad para la época?
Así es, una auténtica tragedia, y la Inquisición lo hizo con toda intención, pues buscó que fuera un castigo “ejemplar”. Era una etapa, a nivel general, no sólo en España, muy diferente a la nuestra, por desgracia no estaban salvaguardados los derechos humanos y estos acontecimientos alimentaban el morbo, como en el Imperio Romano cuando patricios y plebeyos se agolpaban en los coliseos para participar en las luchas de gladiadores. En Logroño los ojos de 30.000 espectadores contemplaron, con desazón, el fortuito suceso.
Era un tiempo de exaltación de las devociones locales y de castigos ejemplares. Los testigos de las ejecuciones no tenían cargo de conciencia por los sucesos, se creían buenos cristianos y, tan pronto increpaban a las víctimas del sambenito, como a continuación se iban a misa presumiendo de fervientes devotos.
Al poco del grandilocuente auto de fe, la ciudad de Logroño conocería la construcción, en la calle de la Rúa Vieja, de la ermita de San Gregorio, en el mismo lugar en el que viviera y muriera el obispo de Ostia enviado por el papa Benedicto IX a La Rioja.
9-¿Por qué Salazar y Frías actuó así? ¿Qué le llevó a pensar de esta forma?
De las confidencias de reos y testigos he podido extraer, para “Pasaporte de bruja”, detalles que dan cuenta de la forma en que los hechiceros de Zugarramurdi usaban para transportarse a los aquelarres, así como de los rituales y de los lugares donde los celebraban. La mayor parte decían que dormían antes de ir y que, en efecto, volaban incluso en la figura de mosca o de cuervo, escapando de la casa por las grietas de las paredes.
En mi nuevo libro quería expresar de una manera clara y concisa las conclusiones que he sacado de la lectura de miles de legajos y también del espejo literario que ejercen los clásicos. Como si de una película se tratara, intento imaginar primero el choque de la ficción con la realidad para después trasladar esa emoción a los lectores, por ejemplo, cuando a los inquisidores les tocó ejercer de detectives, una pesquisa para la que se rodearon de un equipo de especialistas. Durante el juicio, las matronas examinaron a las muchachas que decían haber tenido ayuntamiento carnal con el demonio. Tras el examen, aseveraron las “técnicas” que aún eran doncellas. Otros “peritos” actuaron como psicólogos y hubo letrados que se adentraron en las bodegas y cocinas.
La clave de estos fenómenos paranormales la hallamos al levantar la tapa de las 22 ollas que se hallaron en Zugarramurdi, batería mágica que constata la aplicación de recetas de ungüentos y cocciones. El Santo Oficio montó un laboratorio improvisado para probar las sustancias terroríficas, pero ninguno de los animales que sirvió de conejillo de Indias traspuso de su estado al recibir las inyecciones. La solución al enigma de los vuelos brujeriles pasa por la reflexión sobre tres palabras: alucinógenos, sugestión y miedo, de cuyo efecto las cabezas de los seres animados desprovistos de conciencia están exentos.
Como quedó patente en el auto logroñés, en el seno de la Iglesia no existía una opinión única acerca de la veracidad o falsedad de la existencia de la brujería. Los tres inquisidores que figuraron como responsables del proceso de Zugarramurdi fueron Alonso Becerra Holguín, Juan del Valle Alvarado y el amigo Alonso de Salazar y Frías. Salazar era uno más, tal vez el menos ducho en la materia, pero gracias a ello y a su afán intelectual de dar un diagnóstico de lo acontecido, desarrolló una visión opuesta a la de sus compañeros, convenciéndose poco a poco de que la mayoría de acusaciones eran producto de la imaginación.
Era evidente que en el proceso de Logroño de 1610 se había actuado con ligereza. Salazar se acusó a sí mismo de no haber respondido en su voto a los flacos argumentos de sus oponentes. Se culpó de haber coaccionado a los procesados a que declararan en positivo prometiéndoles libertad y de no haber suscrito muchas revocaciones, incluso de gentes que, en el trance de morir, les habían rogado clemencia por medio de la confesión. Esto le ocurrió a Margarita de Jauri, quien se echó al agua al ser rechazado su arrepentimiento. La compunción le robó a Salazar el sueño por no haber acabado de averiguar la verdad y nada más que la verdad.
10-¿La Iglesia llegó a pedir perdón por lo sucedido tras el informe de Salazar?
La Iglesia no pidió perdón a nivel institucional, pero el inquisidor Salazar y Frías consiguió que se modificara la pauta en relación a la brujería. Con gran dolor de corazón por haber formado parte del triunvirato que firmó la muerte en la hoguera, Salazar, el inquisidor de Burgos, formado en Salamanca y Sigüenza, fue controlando pacientemente los datos relativos a los vuelos nocturnos. El 75% de la población era analfabeta, ¿cómo arrancar de raíz la superstición y mantener esas pequeñas lecciones de catequesis sujetas en sus mentes con alfileres?
Él no había visto ninguna pócima mágica, sino fanatismo e ilusión, atizados por la incultura. «Todo está inficionado, creciendo de una mano a otra de suerte que no hay desmayo, enfermedad, muerte o accidente que no llamen de brujas», afirmaba. La conclusión de Salazar era que los hechos no tenían base real, por lo que consideraba que lo más oportuno era olvidar el asunto y no violentar a nadie.
El 4 de marzo de 1611, el obispo de Pamplona, Antonio Venegas, remitía una carta al inquisidor general, reafirmándose, después del auto, en la inexistencia real de la brujería. Y el humanista Pedro de Valencia adoptó una postura similar. Echando mano de su erudición de helenista, comparó el humilde aquelarre vasco con las pomposas bacanales y no desechó la posibilidad de que varios actos atribuidos a los brujos fueran debidos a aberraciones mentales o a visiones provocadas por la “melancolía”.
Así, en los primeros meses de 1611, Valencia redactó, bien por decisión propia o por requerimiento del inquisidor general, el cardenal Bernardo de Sandoval y Rojas, arzobispo de Toledo, el discurso Acerca de los cuentos de brujas, en el que vertía su opinión sobre lo ocurrido en Logroño.
La aportación de Pedro de Valencia apagaba los destellos de asombro que pudiera suscitar el fenómeno, al situar el problema dentro de los límites racionales. Su informe, unido al trabajo de campo de Salazar y a los escritos enviados por los obispos de las diócesis afectadas, contribuyó a que, pese a las reticencias iniciales, la Suprema redactara nuevas pautas para hacer el procedimiento inquisitorial más seguro. A partir de 1614, la Suprema ordenó que no se procesara a ninguno de los miles de brujos contra los que había denuncias y, de hecho, tras estas instrucciones, no volvió a practicarse otro auto de fe con quema colectiva de hechiceras.
11-¿Cuál era el proceder a adoptar en primera instancia, en los pueblos y ciudades donde era habitual la delación por conjuros y males derivados de ellos?
Con sus predicaciones, los párrocos deberían racionalizar la dinámica mágica que existiera en la comunidad y, si tal proceso no resultaba suficiente, sería necesario identificar a los sujetos como alborotadores del orden social (nótese el cambio en el área de adscripción de la falta o delito), pudiéndose dar el caso de que fueran detenidos los testigos en vez de los acusados (para detener el cáncer de la rumorología).
12-¿Qué valor tuvo este juicio, y el posterior informe de Salazar, para la evolución de la Inquisición?
El proceso de Zugarramurdi consiguió atraer para la brujería la moderación de la Inquisición. Fue un giro solitario a favor de la vida, también la de la bruja, en un medio hostil, pues los dirigentes franceses, alemanes, suizos, holandeses, etc., no habían llegado a este nivel de lucidez: seguían considerando efectivos los poderes de las estrigas. Y la Leyenda Negra divulgaba que los reinos hispánicos iban a la cabeza de tal persecución. Cuando no es así.
Con las víctimas del proceso de Logroño había surgido la meditación gracias a la figura de Alonso de Salazar y Frías que desafió con su arrepentimiento la eficacia de los instrumentos de tortura. Lo cierto es que, tras esta epidemia psicótica, apenas se registraron 15 casos en los tribunales reales e inquisitoriales.
Lo más importante de este viraje radica en que dejó ver que, en la monarquía católica, había sujetos capaces de realizar una reflexión racional, no confesional, de la hechicería y de las prácticas afines. Sin duda, ésta era la solución para ir enterrando en la sima del olvido las supersticiones y avanzar hacia la extinción de los miedos que paralizaban el progreso.
14-¿Cuál es el objetivo de su nuevo libro?
En "Pasaporte de bruja", ofrezco al lector un viaje por la Edad Moderna en su clave más encantada. Un relato protagonizado por hechiceras y magos que, en verdad, existieron en España y en América, desde el siglo XV al XIX. Puesto que ya se ha hablado en la historiografía del terror inquisitorial, de las torturas y de los tormentos, quise dar un nuevo enfoque al tratamiento de la brujería.
He intentado que éste sea un libro muy ameno, donde se explique el peso que las hechiceras y los duendes tenían en la España imperial. Una historia, con reparto integrado por los seres de ficción del Siglo de Oro y con diálogos trabados entre la celestina, la vidente, la curandera, el pícaro, el aficionado a las novelas de caballerías, el embaucador y el astrólogo. Se trata de un ensayo histórico basado en el rigor científico que, a la par, se halla surcado por tres cuentos donde la joven hechicera Cleo muestra en clave literaria sus preocupaciones y avatares, desde el corazón de Castilla a las ruinas chamánicas de las Indias, adonde se traslada en su escoba con la gata Tábata. Los “encantadores” que traían de cabeza a Don Quijote también tienen su espacio...
15-¿Cree que es posible dar una visión nueva de la brujería en España?
Efectivamente. Porque España fue pionera en la racionalización del misterio. Ésa fue la gran lección de Zugarramurdi, cuando el inquisidor Salazar y Frías se desmarcó de la actitud imperante de vigilancia suma de los más recónditos pensamientos. Su frase fue contundente, convincente e innovadora en la Europa que saludaba al Barroco: «No hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se empezó a hablar y escribir de ellos».
En “Pasaporte de bruja” el lector se encontrará con una obra que trata de arrojar luz a un tema tan controvertido. Por supuesto, sin justificar lo injustificable, doy a conocer hechos insólitos que he podido descubrir en los archivos del Santo Oficio como la existencia real de las tres brujas literarias de Cervantes y un amplio elenco de casos que suscitan la perplejidad, como el de la suegra hechiera de Sisante (1625), o el duende castellano por excelencia que respondía al nombre de Martinico y se trasladaba con los dueños de la casa cuando éstos se mudaban para esquivarlo, y todo porque les había cogido apego. En el trabajo de campo he localizado los sortilegios que los inquisidores incautaban, mechones de pelo y clavos incluidos en las cajas de los expedientes. Ha sido un ciclo apasionante para mí el proceso de escritura del libro.
Así que también en “Pasaporte de bruja” el público podrá conocer la relevancia que las escobas, los sapos, las muñecas, los mejunjes y los talismanes poseían en aquel tiempo dorado de los Tercios y de las Meninas.
Y es que, después de ser cómplice el 7 de noviembre de 1610 de la quema de 11 inocentes vascos en la hoguera (5 de ellos, en efigie), este religioso de Burgos inició una investigación detectivesca de casi tres años con la que acabó desvelando que (en realidad) ninguno de los condenados era un hechicero. Fue un verdadero punto de inflexión ya que, después de estas pesquisas, comenzó oficialmente la decadencia de la barbarie del Santo Oficio. Un tribunal cuyo final llegó oficialmente en nuestro país en 1834.
Aprovechando que Estados Unidos celebró la noche de Halloween hace pocas jornadas, hemos contactado con María Lara (escritora, profesora de la UDIMA, Primer Premio Nacional de Fin de Carrera en Historia y autora del recién presentado «Pasaporte de bruja. Volando en escoba, de España a América en tiempo de Cervantes» -Aldebarán, 2016-) para analizar el juicio y sus consecuencias.
El suceso comenzó en 1608 cuando una tal María de Ximildegui -una joven de 20 años que había emigrado de Ciboure al pueblo de Zugarramurdi (cerca de la frontera con Francia)- afirmó haber contactado con brujas en la zona, haber bailado con ellas para el diablo, y haberse untado una pócima extraña por el cuerpo. Su confesión (que fue acompañada de la denuncia de varias vecinas del pueblo) hizo que se desplazaran hasta la zona las fuerzas vivas de la Santa Inquisición.
Tras las primeras pesquisas (y de que multitud de acusados fuesen llevados hasta Logroño en 1610 para ser juzgados) el 6 de noviembre 53 personas fueron juzgadas por el Santo Oficio en tierras gallegas. El resultado del Auto de Fe llevó a la muerte de 11 de ellos. Cinco, en efigie (es decir, que se quemó un muñeco en su nombre debido a que ya habían muerto en las cárceles o habían preferido suicidarse a sufrir más tormentos de manos de los religiosos).
Sin embargo, la poca credibilidad de los testimonios de aquellos que acusaban de hechicería a los ajusticiados, así como la mentalidad de Salazar y Frías (quien consideraba imposible que una persona pudiese volar o volverse invisible por muchos pactos que hubiera hecho con Lucifer o muchas pócimas que se hubiese tomado), hicieron que este inquisidor comenzara una investigación que terminaría con la Iglesia admitiendo su error.
1-¿Qué tipo de brujería era la que se hacía, según los inquisidores, en Navarra durante el siglo XVII?
Navarra era en el Siglo de Oro el “país de las brujas”. Frente a las sanaciones y videncias que forman parte de la profesión mágica, en los valles de Baztán, de Roncal y de Salazar proliferaban expertos en vuelos y desplazamientos a las juntas macabras. Para ello, estos sujetos antes debían de manejar las plantas. Sobre todo eran mujeres las depositarias del saber herbario, transmitido de forma oral de generación en generación. Y, como se suele repetir, la diferencia entre un fármaco y un veneno en ocasiones está en la dosis, de ahí que una misma planta, como la belladona, que en cantidades pequeñas podía quitar el dolor de cabeza, si su consumo era sobredimensionado provocara sueños irreales.
2-¿Cuál era la realidad? ¿Se hacían reuniones de brujas por entonces en la zona?
Desde la Baja Edad Media las juntas eran habituales. En el interrogatorio, los implicados en Zugarramurdi dieron cuenta de los lugares y fechas donde se celebraban los aquelarres: los prados de Berroscoberro, Sagastizarra o Sagardi, los lunes, los miércoles y los viernes, así como las vísperas de determinados días festivos (Navidad, Semana Santa, San Juan, etc). Estos artífices de la magia negra daban la vuelta a los días de precepto y solemnidades católicas para trabar contacto con el averno.
3-¿Algún caso sorprendente en particular?
Muchos que describo en “Pasaporte de bruja”. Por señalar uno, he de decir que también había hombres acusados de hechicería. A mediados del XVI vivió “Johanes, el brujo de Bargota”, cuyas narraciones fantasiosas eran pronunciadas en las candiladas o las reuniones de vecinos organizadas al caer la tarde para dar un repaso a los rumores de la aldea. A pesar de ser cura, su vocación se veía absorbida por la afición a la lectura de obras esotéricas.
Contaban en las inmediaciones de Viana que, gracias a la magia aprendida en Salamanca, después de acabado el oficio matutino, se montaba en una nube cubriendo su cuerpo con una capa especial que lo hacía impalpable y, en un santiamén, se trasladaba a sus fincas.
La leyenda difundió que en 1599 logró desplazarse en su “vehículo” hasta Madrid, donde se desarrollaba una corrida de toros para festejar las bodas reales, celebradas en Valencia, de Felipe III con Margarita de Austria y de la princesa Isabel con el archiduque Alberto. En el punto culminante del espectáculo taurino estaban los asistentes, cuando la nube de los montes de Oca sobrevoló con sigilo la arena y, así, Johanes, sin gastarse un maravedí, se divirtió viendo los lances.
La relevancia de los sucesos es tal que está comprobado de que la palabra “aquelarre” sólo existía antes como topónimo4-¿Por qué acudió la Inquisición a Zugarramurdi?
El proceso más famoso contra hechiceros fue el celebrado en Logroño en 1610. La ilusión masiva que estalló en Navarra constituye, sin parangón alguno, el suceso histórico mejor documentado de la pandemia de una pesadilla. Alcanzó tanta notoriedad este episodio que es conocido como el “auto de las brujas”. El municipio estaba compuesto por cinco lugares habitados: Azcar, Echartea, Madaria, Olarur y el que le da nombre. Había surgido como un poblado de caseríos abandonados que bordeaba el monasterio de San Salvador.
La relevancia de los sucesos del 6, 7 y 8 de noviembre de 1610 es tal que está comprobado el hecho de que la palabra “aquelarre” sólo existía antes como topónimo para aludir a determinados parajes (Akerlarre, Prado del macho cabrío, o Alkelarre, Prado de las flores de Alka). Fue en los primeros meses del proceso cuando surgió una mutación en el sentido del vocablo y saltó, del euskera al castellano, con la intención de hacer referencia a las juntas de hechiceras. Pero lo más llamativo es que, a pesar de todo, en Navarra (todavía no en el resto de Europa) se abrió camino el raciocinio y sobre todo eso es lo que en “Pasaporte de bruja” vengo a enfatizar.
5-¿De qué estaban acusados los primeros procesados que fueron llevados a Logroño?
Parece que fue el abad de Urdax quien en 1609 dio la voz de alarma. La tormenta se había desatado en la pequeña aldea de Zugarramurdi en el otoño de 1608, cuando María de Ximildegui, una chica que se marchó a Ciboure a trabajar, regresó de Francia como maestra de brujas por los muchos conventículos en los que había participado.
En las cuevas navarras, la muchacha de 20 años se unió a las supuestas hechiceras locales, quienes se untaban por el cuerpo una pócima que les hacía bailar para el diablo. Después, arrepentida, denunció a varias de ellas y en enero de 1609 entró en el término un comisario de la Inquisición. Comenzó la espiral de detenciones pero, en las sucesivas declaraciones, los individuos tratarían de cargar las tintas sobre el influjo francés y la pureza hispana ante las fuerzas del mal. Parecía menos grave hablar de contagio que de práctica autóctona...
A principios de enero de 1609 llegaron a Zugarramurdi los representantes del Santo Oficio. Se llevaron a Logroño a 4 mujeres que se declararon brujas: María Pérez de Barrenechea, Estevanía de Navarcorena, Juana de Telechea y María de Jureteguía. Otras 6 personas, que ya habían confesado espontáneamente sus faltas, marcharon a Logroño: eran Graciana de Barrenechea y sus 2 hijas (María y Estevanía de Yriarte), Miguel de Goiburu, Juanes de Goiburu y Juanes de Sansín. Este grupo afirmó no tener contacto con la brujería, exponiendo que si antes se habían declarado por tales era debido a la presión de las autoridades.
Pero el 16 de agosto partió hacia Zugarramurdi el inquisidor Valle y ordenó llevar a quince personas detenidas a Logroño, entre las que se encontraba fray Pedro Arburu y el Padre Juan de la Borda. Por toda la comarca se extendió la psicosis de los conjuros y, en las Cinco Villas, se desató una auténtica caza de brujas, llegando a intervenir directamente el obispo de Pamplona, Antonio Venegas de Figueroa.
En los interrogatorios, todos a una, como en Fuenteovejuna, los declarantes hicieron creer que nadie había oído hablar de brujas por aquellas tierras antes de que se iniciaran las persecuciones en Francia, de donde habían llegado buscando refugio muchas personas. Fue ésta una mentira mil veces dicha que, con los fantasiosos relatos, casi se hizo verdad...
6-En los siguientes meses, mientras muchos estaban en las cárceles, se vivió una situación dantesca: los supuestos brujos acusaron a cientos de sus vecinos inocentes de brujería ¿Por qué?
La Inquisición perdonó a los buenos confidentes que, con lágrimas en los ojos, suplicaron misericordia y expresaron su deseo de regresar a la religión de los cristianos. En las puertas de los teólogos esperaban su turno tantos declarantes que hubieron de permanecer largo y tendido encerrados, desde que amaneció hasta bien entrada la noche.
l sábado 6 de noviembre se inició el castigo ejemplar con «una muy lucida y devotísima procesión»Estando todos los implicados en las cárceles de la Inquisición de Logroño, en agosto de 1609 una supuesta epidemia se llevó al otro mundo a 6 y, en el siguiente agosto, otra plaga acabó con la vida de 7.
La causa de estas 3 muertes nos es desconocida por más que se haya achacado el óbito a la enfermedad, pues estudios recientes han demostrado que, en aquellos años, no hubo ninguna epidemia en Logroño, aunque sí una extrema sequía. Además, en las prisiones, repletas de inculpados por otras causas, se dio la circunstancia de que sólo murieron los brujos de Zugarramurdi. Algo explicable sólo por el síndrome de abstinencia a las drogas a las que eran adeptos.
7-Finalmente… ¿Cuántas personas fueron quemadas, por qué causas y qué día?
Tres días de noviembre. Éste podría ser el titular que condensara en 4 palabras el auto de Zugarramurdi. El sábado 6 de noviembre se inició el castigo ejemplar con «una muy lucida y devotísima procesión». Tras un pendón de la Cofradía del Santo Oficio caminaron un millar de familiares, comisarios, notarios y una multitud de religiosos de las órdenes de Santo Domingo, San Francisco, la Merced, la Santísima Trinidad y la Compañía de Jesús. Luego plantaron la Cruz verde, insignia del Santo Oficio, en la cumbre de un cadalso de 84 pies de largo, quedando allí expuesta toda la noche con faroles y familiares de guardia.
Al amanecer, el domingo 7 de noviembre, fueron sacadas 53 personas, bien con las cabezas descubiertas, sin cinto y con una vela de cera, con sogas en la garganta para indicar que debían ser azotadas o con sambenitos de reconciliación. También llevaron en el cortejo 5 estatuas de difuntos y el mismo número de ataúdes con huesos para ejercer justicia ante la heterodoxia de esos muertos. Llegados al cadalso fueron puestos en unas gradas muy altas. El tablado estaba ocupado por los caballeros de la ciudad que contemplaban con expectación la ceremonia.
El auto de fe comenzó con un sermón predicado por el prior del monasterio de los dominicos. Los 11 acusados acabaron en la hoguera por brujos: 6 en persona y 5 en efigie con los huesos, incluida María de Zozaya, la maestra de hechicería que había enseñado a hacer conjuros a hombres y mujeres, también a pequeños de ambos sexos. El aquelarre de los niños es uno de los capítulos de mi libro “Pasaporte de bruja”.
Se hizo la noche, pero ese lunes, 8 de noviembre, el coro del alba despertó pronto al sol, el provincial de San Francisco dio inicio a la sesión con su homilía y se dictó sentencia para los 2 embusteros que había fingido ser ministros del Santo Oficio, a uno se lo envió al destierro, al otro, además de esta pena, le esperaban cinco años a galeras, con remo y sin sueldo.
También se decidió el futuro de 6 cristianos nuevos de judío que guardaban los sábados con «camisas y cuellos limpios y mejores vestidos» y cantaban la estrofa «si es venido, no es venido, El Mesías prometido, que no es venido». Finalmente, se reconcilió a un «moro», a un luterano y a 18 miembros de la «secta de los brujos» que, con lágrimas, pidieron volver a la fe de los cristianos. Al acabar, como si no hubiera pasado nada o únicamente se estuviera hablando de números, el chantre de la iglesia colegial llevó sobre sus hombros la Santa Cruz con mucha música y acompañamiento.
8-¿Diría usted que fue una barbaridad para la época?
Así es, una auténtica tragedia, y la Inquisición lo hizo con toda intención, pues buscó que fuera un castigo “ejemplar”. Era una etapa, a nivel general, no sólo en España, muy diferente a la nuestra, por desgracia no estaban salvaguardados los derechos humanos y estos acontecimientos alimentaban el morbo, como en el Imperio Romano cuando patricios y plebeyos se agolpaban en los coliseos para participar en las luchas de gladiadores. En Logroño los ojos de 30.000 espectadores contemplaron, con desazón, el fortuito suceso.
Las crónicas revelan que algunos espectadores se quedaban a dormir junto a la humaredaLas crónicas que he consultado para escribir el libro revelan que algunos espectadores se quedaban a dormir junto a la humareda, con la tranquilidad conferida por los 40 días de indulgencia a ganar por la contemplación de la hoguera. Unos pernoctaban en la plaza por gusto, otros por necesidad al congregarse en la ciudad, movidos por un deseo hipócrita de pureza religiosa, vecinos de tantas aldeas que las posadas quedaban más que llenas.
Era un tiempo de exaltación de las devociones locales y de castigos ejemplares. Los testigos de las ejecuciones no tenían cargo de conciencia por los sucesos, se creían buenos cristianos y, tan pronto increpaban a las víctimas del sambenito, como a continuación se iban a misa presumiendo de fervientes devotos.
Al poco del grandilocuente auto de fe, la ciudad de Logroño conocería la construcción, en la calle de la Rúa Vieja, de la ermita de San Gregorio, en el mismo lugar en el que viviera y muriera el obispo de Ostia enviado por el papa Benedicto IX a La Rioja.
9-¿Por qué Salazar y Frías actuó así? ¿Qué le llevó a pensar de esta forma?
De las confidencias de reos y testigos he podido extraer, para “Pasaporte de bruja”, detalles que dan cuenta de la forma en que los hechiceros de Zugarramurdi usaban para transportarse a los aquelarres, así como de los rituales y de los lugares donde los celebraban. La mayor parte decían que dormían antes de ir y que, en efecto, volaban incluso en la figura de mosca o de cuervo, escapando de la casa por las grietas de las paredes.
En mi nuevo libro quería expresar de una manera clara y concisa las conclusiones que he sacado de la lectura de miles de legajos y también del espejo literario que ejercen los clásicos. Como si de una película se tratara, intento imaginar primero el choque de la ficción con la realidad para después trasladar esa emoción a los lectores, por ejemplo, cuando a los inquisidores les tocó ejercer de detectives, una pesquisa para la que se rodearon de un equipo de especialistas. Durante el juicio, las matronas examinaron a las muchachas que decían haber tenido ayuntamiento carnal con el demonio. Tras el examen, aseveraron las “técnicas” que aún eran doncellas. Otros “peritos” actuaron como psicólogos y hubo letrados que se adentraron en las bodegas y cocinas.
La clave de estos fenómenos paranormales la hallamos al levantar la tapa de las 22 ollas que se hallaron en Zugarramurdi, batería mágica que constata la aplicación de recetas de ungüentos y cocciones. El Santo Oficio montó un laboratorio improvisado para probar las sustancias terroríficas, pero ninguno de los animales que sirvió de conejillo de Indias traspuso de su estado al recibir las inyecciones. La solución al enigma de los vuelos brujeriles pasa por la reflexión sobre tres palabras: alucinógenos, sugestión y miedo, de cuyo efecto las cabezas de los seres animados desprovistos de conciencia están exentos.
Como quedó patente en el auto logroñés, en el seno de la Iglesia no existía una opinión única acerca de la veracidad o falsedad de la existencia de la brujería. Los tres inquisidores que figuraron como responsables del proceso de Zugarramurdi fueron Alonso Becerra Holguín, Juan del Valle Alvarado y el amigo Alonso de Salazar y Frías. Salazar era uno más, tal vez el menos ducho en la materia, pero gracias a ello y a su afán intelectual de dar un diagnóstico de lo acontecido, desarrolló una visión opuesta a la de sus compañeros, convenciéndose poco a poco de que la mayoría de acusaciones eran producto de la imaginación.
Para librarse de la pena de excomunión, los paisanos se acusaban a sí mismosDespués de que tras la hoguera de Logroño de 1610 cundiera la psicosis brujeril en el entorno de Zugarramurdi y miles de personas quedaran involucradas, por la delación o la revancha de los vecinos en la comarca, el teólogo Salazar y Frías fue enviado a supervisar las aldeas. Al constatar que, para librarse de la pena de excomunión, los paisanos se acusaban a sí mismos e, incluso, los niños delataban falsamente a sus parientes, Salazar sintió quebrada su entereza.
Era evidente que en el proceso de Logroño de 1610 se había actuado con ligereza. Salazar se acusó a sí mismo de no haber respondido en su voto a los flacos argumentos de sus oponentes. Se culpó de haber coaccionado a los procesados a que declararan en positivo prometiéndoles libertad y de no haber suscrito muchas revocaciones, incluso de gentes que, en el trance de morir, les habían rogado clemencia por medio de la confesión. Esto le ocurrió a Margarita de Jauri, quien se echó al agua al ser rechazado su arrepentimiento. La compunción le robó a Salazar el sueño por no haber acabado de averiguar la verdad y nada más que la verdad.
10-¿La Iglesia llegó a pedir perdón por lo sucedido tras el informe de Salazar?
La Iglesia no pidió perdón a nivel institucional, pero el inquisidor Salazar y Frías consiguió que se modificara la pauta en relación a la brujería. Con gran dolor de corazón por haber formado parte del triunvirato que firmó la muerte en la hoguera, Salazar, el inquisidor de Burgos, formado en Salamanca y Sigüenza, fue controlando pacientemente los datos relativos a los vuelos nocturnos. El 75% de la población era analfabeta, ¿cómo arrancar de raíz la superstición y mantener esas pequeñas lecciones de catequesis sujetas en sus mentes con alfileres?
Él no había visto ninguna pócima mágica, sino fanatismo e ilusión, atizados por la incultura. «Todo está inficionado, creciendo de una mano a otra de suerte que no hay desmayo, enfermedad, muerte o accidente que no llamen de brujas», afirmaba. La conclusión de Salazar era que los hechos no tenían base real, por lo que consideraba que lo más oportuno era olvidar el asunto y no violentar a nadie.
El 4 de marzo de 1611, el obispo de Pamplona, Antonio Venegas, remitía una carta al inquisidor general, reafirmándose, después del auto, en la inexistencia real de la brujería. Y el humanista Pedro de Valencia adoptó una postura similar. Echando mano de su erudición de helenista, comparó el humilde aquelarre vasco con las pomposas bacanales y no desechó la posibilidad de que varios actos atribuidos a los brujos fueran debidos a aberraciones mentales o a visiones provocadas por la “melancolía”.
Así, en los primeros meses de 1611, Valencia redactó, bien por decisión propia o por requerimiento del inquisidor general, el cardenal Bernardo de Sandoval y Rojas, arzobispo de Toledo, el discurso Acerca de los cuentos de brujas, en el que vertía su opinión sobre lo ocurrido en Logroño.
La aportación de Pedro de Valencia apagaba los destellos de asombro que pudiera suscitar el fenómeno, al situar el problema dentro de los límites racionales. Su informe, unido al trabajo de campo de Salazar y a los escritos enviados por los obispos de las diócesis afectadas, contribuyó a que, pese a las reticencias iniciales, la Suprema redactara nuevas pautas para hacer el procedimiento inquisitorial más seguro. A partir de 1614, la Suprema ordenó que no se procesara a ninguno de los miles de brujos contra los que había denuncias y, de hecho, tras estas instrucciones, no volvió a practicarse otro auto de fe con quema colectiva de hechiceras.
11-¿Cuál era el proceder a adoptar en primera instancia, en los pueblos y ciudades donde era habitual la delación por conjuros y males derivados de ellos?
Con sus predicaciones, los párrocos deberían racionalizar la dinámica mágica que existiera en la comunidad y, si tal proceso no resultaba suficiente, sería necesario identificar a los sujetos como alborotadores del orden social (nótese el cambio en el área de adscripción de la falta o delito), pudiéndose dar el caso de que fueran detenidos los testigos en vez de los acusados (para detener el cáncer de la rumorología).
12-¿Qué valor tuvo este juicio, y el posterior informe de Salazar, para la evolución de la Inquisición?
El proceso de Zugarramurdi consiguió atraer para la brujería la moderación de la Inquisición. Fue un giro solitario a favor de la vida, también la de la bruja, en un medio hostil, pues los dirigentes franceses, alemanes, suizos, holandeses, etc., no habían llegado a este nivel de lucidez: seguían considerando efectivos los poderes de las estrigas. Y la Leyenda Negra divulgaba que los reinos hispánicos iban a la cabeza de tal persecución. Cuando no es así.
El proceso de Zugarramurdi consiguió atraer para la brujería la moderación de la Inquisición13-¿Hasta qué punto es rompedor que un inquisidor empiece a considerar que la Inquisición puede estar equivocada y que una buena parte de lo que se le atribuía a Salazar y Frías era superchería?
Con las víctimas del proceso de Logroño había surgido la meditación gracias a la figura de Alonso de Salazar y Frías que desafió con su arrepentimiento la eficacia de los instrumentos de tortura. Lo cierto es que, tras esta epidemia psicótica, apenas se registraron 15 casos en los tribunales reales e inquisitoriales.
Lo más importante de este viraje radica en que dejó ver que, en la monarquía católica, había sujetos capaces de realizar una reflexión racional, no confesional, de la hechicería y de las prácticas afines. Sin duda, ésta era la solución para ir enterrando en la sima del olvido las supersticiones y avanzar hacia la extinción de los miedos que paralizaban el progreso.
14-¿Cuál es el objetivo de su nuevo libro?
En "Pasaporte de bruja", ofrezco al lector un viaje por la Edad Moderna en su clave más encantada. Un relato protagonizado por hechiceras y magos que, en verdad, existieron en España y en América, desde el siglo XV al XIX. Puesto que ya se ha hablado en la historiografía del terror inquisitorial, de las torturas y de los tormentos, quise dar un nuevo enfoque al tratamiento de la brujería.
En "Pasaporte de bruja", ofrezco al lector un viaje por la Edad Moderna en su clave más encantadaPor ello, abordo el análisis desde la antropología histórica. A medida que iba contrastando datos en estos 9 años de investigación en España, París y Harvard, consideraba necesario desmontar tópicos, como el de que España fue adelantada en la cifra de hogueras, cuando no es así, y rescatar facetas desconocidas de la cotidianidad: ¿qué suponía saber que en tu calle vivía una bruja maléfica?, ¿cómo defenderte?, ¿por qué el vocablo bruja engloba perfiles que nada tienen que ver entre sí, desde la mística a la curandera?, ¿cómo fue posible que se denominara brujas a delincuentes comunes acusadas de entrar por las chimeneas y asaltar las cunas de los niños?, ¿por qué a menudo pagaron justos por pecadores?, ¿en qué podía ayudarte un mago o una bruja buena en la era de los Austrias?
He intentado que éste sea un libro muy ameno, donde se explique el peso que las hechiceras y los duendes tenían en la España imperial. Una historia, con reparto integrado por los seres de ficción del Siglo de Oro y con diálogos trabados entre la celestina, la vidente, la curandera, el pícaro, el aficionado a las novelas de caballerías, el embaucador y el astrólogo. Se trata de un ensayo histórico basado en el rigor científico que, a la par, se halla surcado por tres cuentos donde la joven hechicera Cleo muestra en clave literaria sus preocupaciones y avatares, desde el corazón de Castilla a las ruinas chamánicas de las Indias, adonde se traslada en su escoba con la gata Tábata. Los “encantadores” que traían de cabeza a Don Quijote también tienen su espacio...
15-¿Cree que es posible dar una visión nueva de la brujería en España?
Efectivamente. Porque España fue pionera en la racionalización del misterio. Ésa fue la gran lección de Zugarramurdi, cuando el inquisidor Salazar y Frías se desmarcó de la actitud imperante de vigilancia suma de los más recónditos pensamientos. Su frase fue contundente, convincente e innovadora en la Europa que saludaba al Barroco: «No hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se empezó a hablar y escribir de ellos».
En “Pasaporte de bruja” el lector se encontrará con una obra que trata de arrojar luz a un tema tan controvertido. Por supuesto, sin justificar lo injustificable, doy a conocer hechos insólitos que he podido descubrir en los archivos del Santo Oficio como la existencia real de las tres brujas literarias de Cervantes y un amplio elenco de casos que suscitan la perplejidad, como el de la suegra hechiera de Sisante (1625), o el duende castellano por excelencia que respondía al nombre de Martinico y se trasladaba con los dueños de la casa cuando éstos se mudaban para esquivarlo, y todo porque les había cogido apego. En el trabajo de campo he localizado los sortilegios que los inquisidores incautaban, mechones de pelo y clavos incluidos en las cajas de los expedientes. Ha sido un ciclo apasionante para mí el proceso de escritura del libro.
Así que también en “Pasaporte de bruja” el público podrá conocer la relevancia que las escobas, los sapos, las muñecas, los mejunjes y los talismanes poseían en aquel tiempo dorado de los Tercios y de las Meninas.
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