FRAY RAMÓN PANE, DESCUBRIDOR
DEL HOMBRE AMERICANO*
• Versión ampliada del que publiqué, con el título Ramón
Pané o el rescate de un mundo mítico, en Revista del Centro de Estudios
Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, No. 3, (julio-diciembre 1985), págs. 2-8.
Fuente;
Centro Virtual Cervantes
THESAURUS.
Tomo XLVIII. Núm. 2 (1992). José Juan ARROM. Fray Ramón Pené
Colón,
buscando una ruta más corta para llegar a las Indias, accidentalmente encontró
unas islas desconocidas por los geógrafos europeos. En el transcurso del viaje
describid el paisaje de las islas e instaló en ese paisaje a unos seres
exóticos a los que llamó indios. En el siguiente viaje trajo consigo a un
fraile Jerónimo a quien ordenó que indagara las "creencias e
idolatrías" de aquellos extraños seres. El fraile, acatando el mandato,
fue a vivir entre los indios, aprendió su lengua, escuchó sus cantos y sus
cuentos, y apuntó lo que pudo de sus asombrosos relatos. En el proceso de sus
pesquisas descubrió el ser del hombre americano y rescató para la posteridad el
fascinante mundo mítico de los antiguos moradores de las Antillas.
La
importancia de la extraordinaria hazaña del fraile pasó casi inadvertida hasta
hace unas dos décadas. Se sabía que había entregado a Colón unos apuntes,
conocidos por el título de Relación
acerca de las antigüedades de los indios. Pero al buscar el texto original, sólo ha podido hallarse una
defectuosa traducción al italiano, inserta en un libro del cual hasta se puso
en duda su autenticidad. Es más, ni siquiera se sabía a ciencia cierra el
verdadero nombre del fraile: ¿Román, Romano, Román o Ramón? ¿Pan, Pane o Pane?
En tales circunstancias se prestó tan escasa atención a lo que se ha conservado
del estragado documento que un
competente antropólogo cubano, Ernesto Tabío, en 1970 resumió el estado
de la cuestión en estos términos:
El
colector de la mayor parte de esos mitos fue un religioso catalán que vino con
Colón en su segundo viaje. Y Las Casas... señalaba que tenía muy poca cultura
y... además conocía poco la lengua de los aborígenes. Para un hombre de ciencia
racionalista le tiene que ser muy difícil aceptar esta información que, de
inicio, está viciada por muchas dificultades (1.)
Tabío tenía
razón en cuanto a que los problemas que el texto presentaba no eran pocos ni de
fácil solución. Ahora bien, en lugar de desecharlo por eso, lo que urgía era
cambiar de algún modo aquel estado de cosas para aprovechar en lo posible los
informes que contenía. A ese efecto se hizo necesario empezar por el principio.
En el principio
fray Ramón Pane - pues tal era el nombre del fraile - desembarcó en la Española en enero de 1494(2.) Primero fue a vivir en la
provincia de Macorís, habitada por los ciguayos, un grupo de indígenas que no
hablaban la lengua general. Al cabo de unos meses, percatándose de que debía de
realizar sus pesquisas entre los que hablaban la lengua predominante de la isla
- los tainos- en la primavera de 1495 pasó al cacicazgo de Guarionex. Con Guarionex
y sus súbditos convivió unos cuatro años, tiempo que le permitió aprenderlo
suficiente del idioma de sus informantes para llevar a cabo la tarea que se le
había encomendado.
Hacia 1498 entregó al Almirante el cuadernillo
en el que había ido vertiendo a español lo esencial de los relatos míticos que
había escuchado en la lengua aborigen. El Almirante, o algún emisario suyo,
llevaron el cuadernillo a Sevilla. Allí lo leyó Pedro Mártir de Anglería. Impulsado
por la novedad de las noticias, presu
rosamente trasm i tió lo que más le interesó en una carta en latín dirigida
al cardenal Ludovico de Aragón, carta que se publicó en la primera de sus De Orbe Novo Decades.
En Sevilla también manejó el manuscrito fray Bartolomé
de Las Casas. En su afán de acopiar cuanta noticia pudiera servirle en la noble
tarea de defender la dignidad del indio, compendió lo que halló útil para sus
fines. Esos apuntes pasaron luego a formar parte, junto con algunos comentarios
suyos, de tres capítulos de su Apologética historia de las Indias. Por último,
el
1 ERNESTO
TABIO PALMA, El aborigen cubano: nueva versión de un mundo viejo, Cuba
Internacional, La Habana,
abril de 1970, pág. 47.
2 Éstas y las
demás noticias sobre la vida y la obra de Pane se han tomado del Estudio
preliminar y las notas de mi edición de la Relación acerca de las antigüedades de los
indios, México, Siglo XXI editores, 1974. La paginación corresponde a la 8a.
ed., corregida y aumentada, México, 1988.
Hijo segundo
de Colón incluyó la Relación
completa en la Historia
del Almirante don Cristóbal Colón por su hijo Fernando. Esta obra quedó inédita
al morir su autor en 1539, y siguió inédita pues en aquellos años era sumamente
dificultoso que se publicara en España lo que en el fondo era un alegato en
defensa de los derechos de su padre. Como se recordará, en esa época estaba en
pleno auge la campaña de difamación contra el Almirante, con el evidente propósito
de negarle los privilegios prometidos por la Corona en las Capitulaciones de Santa Fe. En un
clima político tan adverso, el manuscrito fue llevado a Italia, probablemente
por Luis Colón, nieto del Almirante, y traducido al italiano por Alfonso de
Ulloa.
Esa
traducción se publicó en Venecia en 1571, pero después de esa fecha nada ha
vuelto a saberse del manuscrito de la Historia de Fernando, ni del original de la Relación de Pane. Si la
traducción de Ulloa hubiera sido modelo de fidelidad y esmero, se habrían
evitado no pocos de los problemas que presenta la obra entera. Pero no fue ese el
caso. Son tan frecuentes las inexactitudes, incongruencias y descuidos que
aparecen en la obra de Fernando, que por muchos años se pensó que fuese una
superchería de Las Casas, o tal vez de un autor contemporáneo de Fernando,
Hernán Pérez de Oliva, cuya Historia de la Invención de las Indias también se había perdido.
Como ambas hipótesis han quedado invalidadas por el hallazgo y publicación de la Historia de Pérez de
Oliva (3), de ahora en adelante me
referiré únicamente a la Relación.
Comencemos
por consignar una noticia que se desconocía hasta fecha muy reciente: Ulloa
hizo la traducción estando preso en una cárcel veneciana, donde falleció de
fiebres malignas en 1570. Lo que dejó de la traducción fue en realidad un
borrador al que le faltaba una última revisión para la cual no le alcanzó la
vida.
El inconcluso
manuscrito fue recogido por manos amigas y se dio a la imprenta, tal como
estaba, en 1571. Es precisamente de esa estragada versión que parten las
ediciones y traducciones que se han hecho posteriormente, en las cuales se
repiten, y con frecuencia se aumentan, las fallas iniciales.
3 HERNÁN
PÉREZ DE OUVA, Historia de la inuención de las Indias. Estudio preliminar,
edición y notas de José Juan Arrom, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1965.
Estos son los
motivos que explican que en el texto de la Relación se encuentren lagunas que el autor acaso
pensó llenar al acabar el trabajo; que haya lecturas festinadas de las voces
tainas en las cuales faltan unas letras, o se confunden unas con otras o se trastruecan.
A lo cual puede agregarse que Ulloa procedió a italianizar, a veces de manera
violenta, términos que no siempre han sido vertidos a sus correspondientes
formas originales al traducir el texto al español o a otras lenguas.
Veamos
algunos ejemplos. Ulloa escribió giutola
en un contexto en el cual es patente que el original sería yuca; donde copió
conichi es simplemente el plural de
conuco; iobi son jobos; guanini e cibe
son, desde luego, guanines y cibas; cazzabi es cazabe; las variantes cimini y
cimiche corresponden a ceníes. Otras veces las italizaciones son menos
transparentes.
Apunta que los espíritus de los muertos volvían
de noche a comer de una fruta cuyo nombre da como guabazza. Bachiller y Morales
pensó que esa fruta fuese la guanábana. Pero Anglería explica: fructu nobis
incógnito cotono simili (fruta desconocida de nosotros semejante al membrillo),
y la fruta que se parece al membrillo, en forma, sabor y textura, no es la
guanábana, sino la guayaba. De igual modo, al espíritu de los indígenas,
estando vivos lo llama goeiz, término en el cual omitió la vocal final a: así
completado daría goeíza, o como escribe Las Casas, guaíza, que es la hispanización
de wa- 'nuestro' e ísiba 'rostro'; es decir, lo que caracteriza y distingue a
las personas estando vivas. En cuanto a topónimos en que se leyeron mal algunas
letras sirva de ejemplo Macorís donde debió decir Macorís. Y sólo tres ejemplos
más, estos de antropónimos. Caouabo, corrigiendo la confusión de la n y la u, y
acentuando debidamente, es Caonabó.
El nombre de
pila del fraile usualmente lo escribe Román y en una ocasión Romano. Y al
alcaide de la fortaleza de la
Concepción lo llama Giovanni di Agiada, que he visto
traducido por Juan de Aguado, cuando su verdadero nombre era Juan de Ayala ( 4.)
4 Todas las
correcciones han sido debidamente documentadas en las notas a la citada Relación.
Si esto
ocurrió con términos cuyas inexactitudes pudieron haberse rectificado mediante
una escrupulosa lectura, es de imaginarse lo que sucedió con los nombres, poli
silábicos y totalmente extraños a impresores y traductores, de los seres mitológicos
que se mencionan en la obra. Baste indicar que uno de ellos, Basamanaco o
Bayamanaco aparece escrito de cuatro maneras diferentes, y que los del Ser
Supremo y los de la Madre
de Dios, no obstante su prominencia en el panteón taino, han sufrido tales alteraciones
que resulta sumamente dificultoso lograr que coincidan las grafías que de ellos
han dejado Ulloa, Anglería y Las Casas.
Esos nombres
contienen, empero, la naturaleza, las funciones y los atributos que los
indígenas les asignaban a sus dioses. Es, por consiguiente, de suma importancia
reconstruir en lo posible las grafías originales, pues sólo así pudiera
procederse al posterior análisis estructural que nos revele sus más herméticos
y recónditos sentidos.
A manera de
ejemplos intentemos desglosarlos del Ser Supremo y los de la Madre de Dios. Habiendo
expuesto Pane su propósito en el título y el breve párrafo que sirve de exordio
a su discurso, entra inmediatamente en materia en el segundo párrafo, que
restaurado y traducido dice así:
Cada uno, al
adorar los ídolos que tienen en casa, llamados por ellos ceníes, observa un
particular modo y superstición. Creen que está en el cielo y es inmortal, y que
nadie puede verlo, y que tiene madre, mas no tiene principio, y a éste llaman
Yúcahu Bagua Maórocoti, y a su madre llaman Alabey, Yermao, Guacar, Apilo y
Zuimaco, que son cinco nombres {Relación pág. 3).
La extrema
concisión de este apunte llevó a Las Casas a Parafrasearlo de la manera
siguiente:
La gente de
esta isla Española tenían cierta fe y conocimiento de un verdadero y solo Dios,
el cual era inmortal e invisible que ninguno lo puede ver, el cual no tuvo
principio, cuya morada y habitación es el cielo, y nombrároslo Yócahu Vagua Maórocon; no sé lo que por
este nombre quisieron significar, porque cuando lo pudiera bien saber, no lo
advertí (Relación, pág. 71).
Sin detenerme
en el problema de las variantes de estos nombres, que son considerables, los
tres del Ser Supremo pueden analizarse así: Yuca-hu equivale a 'Ser-de-la-Yuca';
Bagua es 'Mar', y Maóroco- ti se traduce literalmente por
'sin-Antecesor-masculino'. Más adelante Las Casas vuelve a mencionar al Ser Supremo,
y entonces lo llama Yúcahu-guama, es decir, 'Señor-de-la-Yuca'. O sea, en
resumen, Espíritu Supremo, Proveedor de la Yuca y Regidor del Mar.
Los nombres
de la Madre de
Dios difieren tanto en la traducción de
Ulloa y en la carta de Angleria que resulta de todo punto imposible lograr que
coincidan las dos listas. Las Casas en esta ocasión tampoco arroja mucha luz,
pues apenas consigna lo siguiente: "Dios tenía madre, cuyo nombre era
Atabex, y un hermano suyo Guaca, y otros de esta manera".
Sería muy
aventurado comentar nombres de los cuales no hay seguridad alguna. Por
consiguiente, restringiré mis indagaciones a los de Atabex y Guacar, que aparecen
en las tres listas, y al de Mamario, que se encuentra únicamente en la de
Anglería. Atabex, Atabey, o Attabeira parecen corresponder al vocativo Atté,
con el cual las personas jóvenes se dirigían respetuosamente a las ancianas, y
equivale a 'señora' o 'doña', y el sufijo ligado beira 'agua', es decir, Señora
o 'Madre de las Aguas'. Guacar pudiera haber sido Wa-katti o Wa-kairi, de wa-
'nuestra' y kattiokairi 'luna', 'marea', 'menstruación'. Mamario, corregidas
las erratas al trasponer las vocales en las dos últimas sílabas, es analizable
como mama, voz cuyas variantes aparecen en numerosas lenguas con ese mismo sentido,
y el sufijo -no, signo del plural femenino. O sea, 'madres' o acaso mejor,
'Madre Universal'. Una traducción libre de los anteriores epítetos, atendiendo
más a su carácter sacro que a su sentido literal, leería "Nuestra Señora
de las Aguas, de la Luna,
de las Mareas y de la
Menstruación, Madre Universal". (Relación, 4, n. 5).
Tales apelaciones constituyen, en realidad, un cántico en loor de la Madre de Dios, una plegaria
a la compasiva auxiliadora de las mujeres preñadas y piadosa protectora de las
parturientas.
El tono de
poesía oral que se percibe en estas exploraciones lingüísticas me lleva a
indagar otros valores literarios contenidos en la Relación. A ese fin
volvamos al título y al párrafo inicial del discurso. Restaurados y nuevamente
traducidos dicen así:
Relación de
Fray Ramón acerca de las antigüedades de los indios, las cuales, con
diligencia, como hombre que sabe la lengua de ellos, las ha recogido por
mandado del Almirante. Yo, fray Ramón, pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo, por
mandado del ilustre señor Almirante y virrey y gobernador de las Islas y de la Tierra Firme de las
Indias, escribo lo que he podido saber y entender de las creencias e idolatrías
de los indios, y de cómo veneran a sus dioses. De lo cual ahora trataré en la
presente relación (Ed. cit., pág. 3).
Tal vez haya
sido pura casualidad que la primera y la última de las palabras de este pasaje
sea relación. De todos modos, tanto la reiteración como el lugar privilegiado
que ocupan al principio y fin de lo acotado conllevan algo de vislumbre
anticipatorio en nuestras letras. Colón eligió, como se recordará, el diario y
la carta como modelos retóricos para comunicar sus insólitas proezas en las Indias.
Pane escogió, acaso inocentemente, el de la relación para reportarlas suyas
entre los indios. El término relación tiene, entre otros sentidos, el de
"acción y efecto de referí r" y el de "informe que un auxiliar
hace de lo substancial de un proceso o de alguna incidencia en él ante un
tribunal o juez" (DRAE, s. v.). Sin acudir a otras precisiones, basten
estas para subrayar que Pane refiere el resultado de sus pesquisas y lo entrega
al Almirante en calidad de subalterno. Esta fórmula legalista le permite
valerse de un "yo" narrativo que reaparecerá en el Lazarillo de
Tormes y su largan progenie de picaros.
Pane comienza: "Yo, fray Ramón, pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo, por
mandado del ilustre señor Almirante y virrey y gobernador de las islas...
escribo lo que he podido saber y entender de las creencias e idolatrías de los indios".
Y Lázaro empieza: "Pues sepa vuestra merced, ante todas cosas, que a mí me
llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé Gonzales y Antonia Pérez, naturales de
Tejares, aldea de Salamanca". Y cabe recordar que el mismo modelo retórico
fue igualmente productivo en esta banda del Atlántico en algunas de las más destacadas
obras escritas en los siglos coloniales: sirvan
de ejemplo las Cartas de relación enviadas por Cortés al Emperador, y
las festivas observaciones tituladas El Lazarillo de ciegos caminantes... por
Calixto Bustamante Carlos Inca, alias Concolorcorvo, escritas por Alonso Carrió
de la Vandera.
Si me he
detenido unos instantes en comentar el modelo retórico de la Relación, mucho más
importante es destacar la trascendencia de su contenido. El texto de Pane
rebasa los limitados objetivos de un informe rendido a un superior para
constituir la original indagación de una cosmogonía indígena, totalmente
distinta de las europeas. Con ella sienta un precedente. Y por ello sus pesquisas
pioneras son más que forma: son raíz. En tal sentido cabe añadir que por la
brecha abierta por Pane siguieron después las apasionantes búsquedas de
Bernardino de Sahagún y las de cronistas como Duran, Cieza de León, Acosta,
Muñía y el Inca Garcilaso. Esas obras constituyen veneros inagotables de la
narrativa, la poesía, el teatro y hasta el pensamiento político y religioso de extensas
regiones de nuestro hemisferio.
Para
documentar algunas de las anteriores aserciones escojamos uno de los relatos
referidos por el fraile. Es aquel en que nos cuenta cómo fue hecho el mar y
narra las arcanas aventuras de los cuatro hermanos que participaron en su creación.
Aquel relato habrá de servirnos para formular los mitos de origen del pueblo,
sonriente y hospitalario, que nos precedió en estas islas y también para dar sentido
a varias piezas del exquisito arte de los ceramistas tainos. Pane lo refiere
así:
Capítulo IX
Cómo dicen
que fue hecho el mar
Hubo un
hombre llamado Yaya, del que no saben el nombre; y su hijo se llamaba Yayael,
que quiere decir hijo de Yaya. El cual Yayael, queriendo matar a su padre, éste
lo desterró, y así estuvo desterrado cuatro meses; y después su padre lo mató,
y puso los huesos en una calabaza, y la colgó del techo de su casa, donde
estuvo colgada algún tiempo. Sucedió que un día, con deseo de ver a su hijo,
Yaya dijo a su mujer: "Quiero ver a nuestro hijo YayaeF'. Y ella se alegró
y bajando la calabaza, la volcó para ver los huesos de su hijo. De la cual salieron muchos peces grandes y
chicos. De donde, viendo que aquellos huesos se habían transformado en peces,
resolvieron comerlos.
Dicen, pues, que un día, habiendo ido Yaya a
sus conucos, que quiere decir posesiones, que eran de su herencia, llegaron
cuatro hijos de una mujer, que se llamaba Itiba Cahubaba, todos de un vientre y
gemelos; la cual mujer, habiendo muerto de parto, la abrieron y sacaron fuera
los cuatro dichos hijos, y el primero que sacaron ere caracaracol, que quiere
decir sarnoso, el cual caracaracol tuvo por nombre [DeminánJ; los otros no
tenían nombre.
Capítulo X
Cómo los
cuatro hijos gemelos de Itiba Cahubaba,
que murió de parlo, fueron juntos a coger la cabalaza de Yaya, donde estaba su
hijo Yayael, que se había transformado en peces, y ninguno se atrevió a
cogerla, excepto Deminán Caracaracol, que la descolgó, y todos se hartaron de
peces.
Y mientras
comían, sintieron que venía Yaya de sus posesiones, y queriendo en aquel apuro
colgar la calabaza, no la colgaron bien, de modo que cayó en tierra y se
rompió. Dicen que fue tanta el agua que salió de aquella calabaza, que llenó
toda la tierra, y con ella salieron muchos peces; y de aquí dicen que haya
tenido origen el mar. Partieron después éstos de allí, y encontraron un hombre,
llamado Conel, el cual era mudo.
Capítulo XI
De las cosas
que pasaron los cuatro hermanos cuando iban huyendo de Yaya Estos, tan pronto
como llegaron a la puerta de Bayamanaco, y notaron que llevaba cazabe,
dijeron:" Ahiacabo guárocoel", que quiere decir: "Conozcamos a
este nuestro abuelo". Del mismo modo Deminán Caracaracol, viendo delante
de sí a sus hermanos, entró para ver si podía conseguir algún cazabe, el cual
cazabe es el pan que se come en el país. Caracaracol, entrando en casa de
Bayamanaco, le pidió cazabe, que es el pan susodicho. Y éste se puso la mano en
la nariz, y le tiró un guanguayo a la espalda; el cual guanguayo estaba lleno
de cohoba, que había hecho hacer aquel día; la cual cohoba es un cierto polvo,
que ellos toman a veces para purgarse y para otros efectos que después se
dirán. Esta la toma con una caña de medio brazo de largo, y ponen un extremo en
la nariz y el otro en el polvo; así lo aspiran por la nariz y esto les hace
purgar grandemente. Y así les dio por pan aquel guanguayo, en vez del pan que
hacía; y se fue muy indignado porque se lo pedían ... Caracaracol, después de
esto, volvió junto a sus hermanos, y les contó lo que le había sucedido con
Bayamanacoel, y del golpe que le había dado con el guanguayo en la espalda, y
que le dolía fuertemente. Entonces sus hermanos le miraron la espalda, y vieron
que la tenía muy hinchada; y creció tanto aquella hinchazón, que estuvo a punto
de morir. Entonces procuraron corlarla, y no pudieron; y tomando un hacha de
piedra se la abrieron, y salió una tortuga viva, hembra; y así se fabricaron su
casa y criaron la tortuga.
A la luz de
las investigaciones antes expuestas, ahora sabemos que Yaya equivale a 'Espíritu
Supremo o Sumo Espíritu'. La insurgencia de su hijo Yayael es la
consabida rebelión, frecuente en otras mitologías, del príncipe joven contra el
rey viejo. Los cósmicos conucos son la ancha faz del universo en los primeros
días de la creación. Los que nacen de la roturada entraña de Itiba Cahubaba, la Madre Tierra, son los
cuatro dioses que habrán de ser los creadores y civilizadores del género
humano.
Lo que
Deminán deseaba del Dios Anciano no es solamente cazabe; lo que este Prometeo
antillano en realidad roba a su colérico abuelo es el fuego, elemento
primordial para el progreso de las sociedades humanas. Y es mediante la
generosa donación del fuego que Deminán hizo al pueblo taino que éste pudo talar
y quemar parcelas de bosque para sus conucos, y cocer la rallada masa de la
yuca con la cual manufacturaba las tortas de su pan cotidiano, su cazabe de
cada día.
La
"tortuga viva, hembra", prodigiosamente engendrada sin casa", lo
que hacen es cruzar del estadio de cazadores y recolectores, de azarosa vida
errante, a otra etapa más desarrollada y compleja, de la de una sociedad
sedentaria, agricultora y ceramista, con edificios estables y una vida más
organizada y segura.
El escueto
develamiento del sentido de estos mitos nos revela que son, en efecto,
narraciones ficcionalizadas que ocurren en un tiempo y un espacio totalmente
imaginarios. Y que, como todo relato mítico, contienen un ulterior propósito.
Ese propósito es, en este caso, el rescate imaginativo de lejanos sucesos
históricos, perdidos en la penumbra de tiempos muy remotos: migraciones, poblamientos,
domesticación de plantas útiles, descubrimientos de procesos para la
manufactura y conservación de productos alimenticios. Y si nos detuviésemos a
transcribir y desglosar otros fragmentos de la Relación, constataríamos
cómo aprovecharon esas y otras unidades míticas para sacralizar la aparición
del hombre en las islas, resolverla oposición entre hombre y mujer, reiterar la
vinculación del ser humano con la flora y la fauna en su interdependencia ecológica,
y trasmitir sus creencias más profundas y arraigadas sobre la vida y la muerte.
Y también cómo se valieron de los episodios en tomo al rapto de las primeras
tainas para codificar sus reglas higiénicas, sus normas sociales y los
principios éticos de su conducta.
Estos y los
demás mitos, trasmitidos oralmente desde tiempos inmemoriales, han llegado a
nosotros como un compendio, escrito originalmente en español, de lo que el
ermitaño catalán había escuchado en lengua taina. En ese trasiego
necesariamente se ha de haber desvanecido algo de las esencias y la prístina
belleza de la epopeya aborigen (ab-origen). Por ejemplo, las convenciones de su
sistema de metáforas, o la estructura, inflexiones y ritmo de una lengua
totalmente distinta de la nuestra, a la que Colón había calificado de
"habla la más dulce del mundo". Lo que nos queda son los rescoldos
verbales de cantos, himnos y leyendas épicas; es decir, algo de la letra de sus
más solemnes areitos. Pese a esas irrecobrables pérdidas, aún nos es dable
reconocer que se trata de fascinantes ficciones, y que en ellas se han resuelto
las aparentes contradicciones entre el pensamiento lógico y el pensamiento
mágico, el lenguaje comunicativo y el lenguaje expresivo, la realidad vista y
la realidad
De ese modo,
en su cotidiano levante y poniente el sol ha ido tallando los bordes del cosmos
según lo percibían los observadores desde sus islas. Por consiguiente, lo que
Itiba sostiene sobre la cabeza - como Atlas sobre los hombros en la mitología
griega - sería el mundo. Y el imaginativo diseño de líneas y puntos constituiría
un abreviado cosmorama del universo.
En fin,
espero que lo expuesto baste para postular que el "librillo1* de Pane -
así lo calificó Anglería - ha dejado de ser el preterido testimonio de un
humilde fraile Jerónimo para convertirse en la primera indagación etnográfica
escrita en el Nuevo Mundo. Mediante la recuperación de los relatos míticos de
un pueblo prehispánico, Pane revela las raíces de una autóctona tradición oral,
y al trasladar aquellas añejas ficciones despliega elementos y recursos que le
confieren un sitio eminente entre los iniciadores de la narrativa
hispanoamericana. Al mismo tiempo, su obra es fuente imprescindible para
descifrar las arcanas creaciones artísticas del pueblo que nos precedió en
estas islas. Pane, por consiguiente, también fue un gran descubridor.
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