Inglaterra a una reina madrileña y terminó decapitada
«La Mala perra» que desplazó del trono de Inglaterra a una reina madrileña y terminó decapitada
Ana Bolena era tan atractiva como para que
nadie se fijaba de primeras en el defecto físico de su mano izquierda:
tenía seis dedos. Lo ocultaba con mangas largas, puesto que en la
Inglaterra de los Tudor aquello podía pasar como un signo de brujería
Escultura moderna de Ana Bolena, por George S. Stuart
Todavía hoy el vocabulario español sigue sin perdonar del todo a Ana Bolena sus desprecios hacia la madrileña Catalina de Aragón. En su época se la apodó «la Mala Perra» y, según el diccionario actual de la RAE,
una «anabolena» es una «Mujer alocada y trapisondista». Algo así como
una mujer traicionera y poco de fiar. La segunda de las seis esposas del
pérfido Enrique VIII
es recordada en el imaginario popular como una mujer excesivamente
ambiciosa, siendo la detonante de una infidelidad que cambiaría la
historia de Europa. Catalina de Aragón cayó en gracia al pueblo inglés desde el principio. La hija pequeña de los Reyes Católicos
era una joven de ojos azules, cara redonda y tez pálida, la más
parecida a su madre Isabel. A los cuatro años fue prometida en
matrimonio con el Príncipe de Gales, Arturo, primogénito de Enrique VII de Inglaterra, por medio del Tratado de Medina del Campo.
La decisión de los Reyes Católicos obedecía a una estrategia
matrimonial para forjar una red de alianzas contra el Reino de Francia.
Por su parte el Rey inglés necesitaba urgentemente arrojar sangre regia
sobre la dinastía que acaba de fundar. Los Tudor necesitaban a alguien como Catalina.
La segunda de las seis esposas del pérfido Enrique VIII es recordada en el imaginario popular como una mujer poco de fiar
La
madrileña «poseía unas cualidades intelectuales con las que pocas
reinas podrían rivalizar», en palabras de los cronistas del periodo. La
infanta causó una grata impresión a su llegada a Inglaterra, donde viajó siendo todavía una adolescente. El 14 de noviembre de 1501, Catalina se desposó con Arturo en la catedral de San Pablo de Londres, pero el matrimonio duró tan solo un año.
Los dos miembros de la pareja enfermaron de forma grave –posiblemente de sudor inglés (una extraña enfermedad local cuyo síntoma principal era una sudoración severa)–, aunque solo él falleció a causa de la gripe.
En los siguientes años, la situación de la joven fue muy precaria
porque no tenía quien sustentara su pequeño séquito y su papel en
Inglaterra quedó reducido al de viuda y diplomática al servicio de la Monarquía hispánica.
Ana Bolena, la pasión morena
Con la intención de mantener la alianza con España, y dado que todavía se adeudaba parte de la dote del anterior matrimonio, Enrique VII tomó la decisión de casar a la madrileña con su otro hijo, Enrique VIII. El apuesto príncipe se casó con la viuda de su hermano en 1509, durante una ceremonia privada en la Iglesia de Greenwich.
Para entonces ya era Rey de Inglaterra y su esposa «la Reina de todas
las reinas y modelo de majestad femenina», según la describiría un siglo
después William Shakespeare. En definitiva, una de las soberanas más queridas por el pueblo inglés en la Historia. Retrato de Enrique VIIISin
embargo, la sucesión de embarazos fallidos enturbió la convivencia
entre el Rey y la Reina. De lo seis embarazos de Catalina solo la futura
María I alcanzó la mayoría de edad. En 1513, su marido la nombró regente del reino en lo que él viajaba a luchar junto a España y el Sacro Imperio contra Francia. La Reina lidió con una incursión escocesa en Inglaterra, que desembocó en la batalla de Flodden Field.
Se dice, entre el mito y la realidad, que Catalina acudió embarazada y
equipada con armadura a dar una arenga a las tropas antes de la
contienda.
Lejos de agradecerle sus servicios, Enrique volvió a casa hecho un basilisco y maldiciendo a Fernando «El Católico»
por retirarse de la guerra. El Rey, sensible e inteligente para otras
cosas, exhibía un carácter impulsivo y colérico en la esfera privada que
fue empeorando con los años. Por esas fechas se planteó por primera vez
el divorcio de Catalina.
El Monarca comenzó a partir de 1517 un romance con Elizabeth Blount, una de las damas de la Reina. Al bastardo resultante de esta aventura, Enrique Fitzray,
le reconoció como hijo suyo y le colmó con varios títulos. Pero entre
las muchas relaciones extramatrimoniales que siguieron a este romance,
la que marcó el punto de no retorno fue la de Ana Bolena, una seductora y
ambiciosa dama de la Corte que provocó un cisma en la Iglesia.
Si
bien Catalina era de facciones rubias y hermosa a pesar de los
sucesivos embarazos, la joven Ana Bolena le superaba a esas alturas de
su vida en atractivo. Hasta tal punto de que nadie se fijaba de primeras
en el defecto físico de su mano izquierda: tenía seis dedos o, para
siendo más preciso, cinco y un pequeño muñón. Lo
ocultaba con mangas largas, puesto que en la Inglaterra de los Tudor
aquello podía pasar como un signo de brujería. Otro hecho sorprendente
es que Ana Bolena, educada en Malinas y París,
tenía los ojos oscuros y los cabellos negros, casi siempre sueltos, en
contra de la tradición de la época. Lejos del mito cinematográfica, se
trataba de una lucha entre una rubia nacida en Alcalá de Henares y una morena del condado de Kent.
La mujer que inició un cisma, literalmente
Poco tiempo después de que Enrique mantuviera un breve romance con la hermana mayor, María Bolena,
se enzarzó en otro con la pequeña Ana (existen dudas sobre quién era
mayor de las dos). Hija de un diplomático de confianza del Rey, la joven
se resistió al principio pero con sus reparos se aseguró de que Enrique
no la usara como un entretenimiento pasajero. Tras poner tierra de por
medio trasladándose a Kent, la joven vio como el Monarca la escribía reclamándole desesperado su amor:
«No
sé nada de ti y el tiempo se me antoja sumamente largo porque te adoro.
Me siento muy desgraciado al ver que el premio a mi amor no es otro que
verme separado del ser que más quiero en este mundo»
Enrique se
apasionó con aquella mujer que se había atrevido a decirle que no. La
quiso no solo hacer su amante, sino también su Reina. Y no era la
primera persona que quedaba fascinada por la personalidad de Ana Bolena.
Como explica María Pilar Queralt del Hierro en su libro «Reinas en la sombra» (EDAF), en una de las misiones diplomáticas de su padre por Europa recaló junto a sus familia en Flandes. Allí, Margarita de Austria,
la mujer que crió a los hijos de Juana la Loca y Felipe El Hermoso,
quedó hechizada por el aire despierto y buenos modales de la niña y la
ofreció un puesto de menina en su Corte. La jovencita vivió en Malinas
hasta 1514, cuando la Corona inglesa la destinó a París y finalmente
propició su vuelta a Inglaterra. Catalina suplicando en el juicio contra ella por parte de EnriqueEnamorado locamente, Enrique VIII propuso al Papa una anulación matrimonial
basándose en que se había casado con la mujer de su hermano. El
matrimonio era nulo, en tanto era incestuoso. Catalina se interpuso
recordando que ella nunca consumó el matrimonio con Arturo, por lo cual ni siquiera era válido. Haciendo caso a la española, el Papa Clemente VII rechazó
la anulación, mas sugirió como medida salomónica que Catalina podría
retirarse simplemente a un convento, dejando vía libre a un nuevo
matrimonio del Rey. Así las cosas, el obstinado carácter de la Reina,
que se negaba a que su hija María fuera declarada bastarda, impidió
encontrar una solución que agradara a ambas partes. La intervención del
sobrino de Catalina, Carlos I de España, neutralizó las amenazas de Enrique VIII hacia Roma.
Cansado
de esperar una respuesta favorable, Enrique VIII tomó una resolución
radical: rompió con la Iglesia Católica y se hizo proclamar «jefe
supremo de la Iglesia de Inglaterra». En 1533, el Arzobispo de Canterbury declaró nulo el matrimonio con Catalina y el soberano se casó en la Abadía de Westminster
con Ana Bolena, a la que parte del pueblo ya denominaba «la mala
perra». La pareja se consolidó definitivamente con la noticia del
embarazo de Ana, que los astrólogos y magos anticiparon un niño. Se
equivocaban. Nació otra niña, la futura Isabel I, condenada como la hija
de Catalina a una infancia traumática. Retrato posiblemente de Catalina de Aragón, hacia 1502Enrique privó a Catalina del derecho a cualquier título salvo al de «Princesa Viuda de Gales», en reconocimiento a su estatus de viuda de su hermano Arturo, y la desterró al Castillo del More
en el invierno de 1531. Antes de morir a causa posiblemente de un
cáncer, la madrileña escribió una carta a su sobrino Carlos pidiéndole
que protegiera a su hija, la cual sería desposada posteriormente con Felipe II.
Además, dirigió una carta a su esposo donde le perdonaba por sus
errores, terminando con estas palabras: «Finalmente, hago este
juramento: que mis ojos os desean por encima de todas las cosas. Adiós».
Con
aquel gesto Catalina se aseguró quedar a ojos de la historia como la
buena del cuento frente a la trapisondista de Bolena. Eso a pesar de que
cierta corriente historiográfica sitúa a la inglesa como una mera víctima de su entorno.
Ana repartió prebendas y nombramientos para garantizarse una posición
fuerte en la Corte en paralelo al litigio que mantenía su marido, siendo
que al final aquel séquito le empujó a exponerse en exceso.
Según la tradición, Enrique VIII y Ana Bolena
celebraron una fiesta en palacio y el Monarca prohibió guardar luto en
la corte en las fechas en las que murió Catalina. Quería celebrar su
victoria, aunque en verdad le quedaban poco tiempo como esposa del Rey.
Coincidiendo con la muerte de Catalina, Ana sufrió un aborto de un hijo varón. Enrique ni siquiera se tomó la molestia de ir al lecho de parturienta a consolarla.
Camino al patíbulo tras un embarazo fallido
Solo unos meses después, Ana fue decapitada en la Torre de Londres acusada por el consejero del Rey Thomas Cromwell
falsamente de emplear la brujería para seducir a su esposo, de tener
relaciones adúlteras con cinco hombres, de incesto con su hermano, de
injuriar al Rey y de conspirar para asesinarlo. El 19 de mayo de 1536, Ana Bolena subió las escaleras del patíbulo instalado en el patio de su prisión y se dirigió a los presentes antes de su ejecución:
«No
quiero acusar a ningún hombre, ni justificarme de mis decisiones, solo
deciros que rezo a Dios para que proteja al rey y le conceda un largo
reinado porque es el más generoso príncipe que hubo nunca: para mí fue
siempre bueno, gentil y soberano. Y si alguna persona se vincula a mi
causa, les requiero que obren en conciencia. Acepto pues mi partida de
este mundo y solo les ruego que recen por mí...» Ana Bolena en la Torre de Londres.Al igual que le ocurriera a Catalina antes que a Ana, Enrique VIII sustituyó a su segunda esposa por una mujer más guapa y joven, Jane Seymour.
El día después de la ejecución de Ana contrajo matrimonio con ella y
engendró a su único hijo varón, el príncipe Eduardo. Doce días después
de aquel parto murió Jane por fiebres puerperales. Todavía el Rey
contrajo matrimonio otras tres veces. Ni siquiera consumó el siguiente,
con Ana de Cleves, a la que llamaba en privado «la yegua de Flandes»
por su escaso atractivo. Mostraba el rostro picado por la viruela, la
nariz enorme y los dientes saltones. El envejecido y obeso soberano se
divorció de nuevo para casarse con Catalina Howard, a la que también decapitó.
El Rey inglés falleció, en 1547, cuando todavía seguía casado con su sexta esposa, Catalina Parr. Le sucedió su único hijo varón, Eduardo VI,
quien murió a los 15 años de edad por una tuberculosis. Así la Corona
pasó sucesivamente a las hijas marginadas del Rey. Hermanastras e hijas
de dos antiguas rivales. María, hija de Catalina de Aragón, e Isabel, hija de Ana Bolena
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