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lunes, 16 de mayo de 2016
La reina traicionada, Victoria Eugenia de Battenberg (1887-1969)
En
1968, con motivo del nacimiento del príncipe Felipe, una anciana
Victoria Eugenia volvía a España después de 37 años de exilio. Atrás
quedaba una vida de soledad e incomprensión como reina consorte de un
país que no la aceptó y un rey que pasó de un amor apasionado hacia ella
a distanciarse irremisiblemente. Su matrimonio empezó con un dramático
atentado que no vaticinó nada bueno.
Victoria Eugenia Julia Ena de Battenberg, nacida en el Castillo de Balmoral el 24 de octubre de 1887, era nieta de la reina Victoria de Inglaterra.
Conocida como la abuela de Europa, la reina Victoria educó a sus hijos y
algunos de sus nietos en una estricta moral cortesana que harían de Ena
una princesa de rígido carácter. Su espectacular belleza enamoró a
Alfonso XIII nada más verla en una visita a Inglaterra en 1905.
El
rey de España estaba dispuesto a casarse con Victoria Eugenia a pesar
de las muchas inconveniencias que suponía aquel matrimonio. La princesa
inglesa era anglicana, no era noble y llevaba en su sangre la peligrosa
herencia de la hemofilia. A esto se unía la animadversión de la reina
madre, María Cristina de Habsburgo,
quien habría querido para su hijo una mujer austriaca como ella. A
pesar de las adversidades, Alfonso XIII comunicaba con un telegrama a su
madre su firme decisión: “Me he comprometido con Ena. Abrazos.
Alfonso”.
El
primer escollo, el religioso, fue solventado con la abjuración de
Victoria Eugenia del protestantismo, mientras su tío, el rey Eduardo VII
le daba el tratamiento de Alteza Real. De la cuestión de la hemofilia,
el rey no quiso oír ni hablar.
El
matrimonio de Alfonso XIII y Victoria Eugenia no pudo empezar peor. El
día de la boda sufrieron un terrible atentado a manos del anarquista
Mateo Morral. A pesar de que la bomba que lanzó el atacante no dio de
lleno en la carroza real, mató a varios de los miembros del séquito e
hirió a muchos otros. La escena no podía ser más aterradora. Muertos y
heridos alrededor de los monarcas. La reina, con todo el vestido
ensangrentado, cuando su marido le dijo “es una bomba”, ella respondió
serena, “ya me lo ha parecido. No importa. Te demostraré que sé
comportarme como una reina”.
Pocos
meses después de aquel dramático enlace, daba a luz a su primer hijo,
que recibió el nombre de Alfonso. La sombra de la hemofilia apareció
entonces con fuerza al descubrir que el pequeño había heredado la
enfermedad. Alfonso XIII, quien al casarse con Ena era totalmente
consciente de aquella posibilidad, aceptó muy mal la realidad culpando a
la reina e iniciando un alejamiento de ella que se haría irreversible.
El monarca se acercaba a la reina para concebir un nuevo príncipe o
princesa mientras mantenía relaciones extraconyugales que sumieron en
una terrible soledad a la reina. En junio de 1908 nació Jaime, un niño
que tampoco trajo la alegría a su familia a causa de una terrible
operación de oídos que le dejó sordo. Al año siguiente nacía Beatriz y
en 1910 un bebé muerto, al que le seguiría una niña que recibió el
nombre de María Cristina. Fue en 1913 cuando al fin nació el príncipe
Juan quien, para alegría de todos no heredó la hemofilia. Tras él aun
nacería Gonzalo, quien sí sufriría la terrible enfermedad.
Triste
y sola, Victoria Eugenia no recibió el cariño de la corte ni del
pueblo, ni tan siquiera cuando demostró ser una reina solidaria que se
volcó en realizar destacadas obras de caridad.
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