Madres de Plaza de Mayo
La “guerra sucia” en Argentina es una de las heridas abiertas de
su historia contemporánea. Las Madres de Plaza de Mayo mantienen viva la
memoria de miles de desaparecidos, que fueron víctimas de la represión y
la intolerancia política en la década de los años setenta. La lucha de
este movimiento nos recuerda que los regímenes democráticos sólo pueden
prosperar cuando asumen el reclamo social de reconocer y hacer justicia a
los crímenes del pasado.
Derecha contra izquierda
Durante prácticamente todo el siglo XX la historia política de Argentina estuvo dominada por la ambición de poder del grupo militar. Hasta 1982 hubo un forcejeo constante entre militares y civiles por el gobierno del país. Los regímenes militares se caracterizaron por su autoritarismo, por su alianza con la elite económica nacional e internacional, por su intolerancia ante cualquier tipo de oposición política, y por la represión de movimientos de reivindicación social y laboral.
La época de mayor violencia social y política comenzó en 1966, cuando los militares de línea dura le arrebataron nuevamente el poder a los civiles. Los militares ocuparon los puestos de autoridad y reprimieron agresivamente el movimiento sindical. La lucha entre la derecha (presidida por los militares) y la izquierda (integrada tanto por sindicalistas como por guerrillas revolucionarias) se recrudeció.
Para someter a la oposición, los militares recurrieron a la tortura clandestina y a la ejecución. La guerrilla de izquierda respondió a la violencia con violencia: secuestraron a empresarios prominentes, atacaron a mandos militares, así como sus prisiones y sus cuarteles.
En 1970 los terroristas radicales de izquierda secuestraron al ex presidente Aramburu y lo asesinaron. La década de los años setenta comenzó con un giro aún más radical del poder hacia la derecha. El gobierno se declaró anticomunista y financió organizaciones represivas como la Alianza Anticomunista Argentina. Aumentaron las persecuciones y la lucha clandestina de movimientos guerrilleros, como el Ejército Revolucionario del Pueblo. El miedo a la violencia, de derecha o de izquierda, arraigó en la población, especialmente en la clase media urbana.
La “Guerra Sucia”
En 1976 hubo un golpe militar que instauró la dictadura del general Jorge Rafael Videla. Este régimen emprendió una campaña contra la oposición conocida como “guerra sucia” o “guerra santa”. El gobierno comenzó a detener a “subversivos” y luego comenzaron a hacerse comunes los “desaparecidos”, aquellos que simplemente desaparecían. Estas personas eran secuestradas por hombres armados que se negaban a identificarse, pero que sin duda pertenecían a las fuerzas de seguridad o eran militares vestidos de civiles que operaban con el conocimiento del gobierno militar.
Se ha calculado que “desaparecieron” entre 20 y 30 mil personas. Había mujeres “subversivas” que estaban embarazadas en el momento de su detención y, cuando daban a luz, los militares las mataban y entregaban a sus bebés a las familias de militares o de funcionarios ligados a la dictadura. A estos niños nunca se les informó quiénes eran sus verdaderos padres, pero en los últimos años se ha organizado un intensa investigación y lucha de familiares de bebés desaparecidos para develar los orígenes de esos jóvenes. Nunca se sabrá cuántos de los desaparecidos eran totalmente inocentes y cuántos apoyaron activamente los movimientos guerrilleros. Miles de argentinos estuvieron involucrados de una u otra forma en los movimientos de izquierda, radicales o moderados; o la resistencia, así fuera pacífica, contra la dictadura militar.
Los generales invocaban las doctrinas de “seguridad nacional” para realizar una ofensiva por todos los medios y sin limitaciones legales, para suprimir todo tipo de oposición. Videla y sus seguidores decían que acabarían con el caos de los años anteriores y que reformarían la sociedad argentina. Declararon la adhesión de Argentina al mundo “occidental y cristiano”, y prometieron “reeducar” al populacho a través de los valores de “moralidad, rectitud y eficiencia”. Para ello uno de sus objetivos principales era erradicar la guerrilla.
Había varios grupos de guerrillas que querían derrocar al gobierno para instalar un régimen socialista revolucionario de línea marxista-leninista. Sus miembros pertenecían en general a la clase media, y muchos eran estudiantes universitarios. Idealistas, luchaban contra uno de los sistemas sociales y económicos considerados más opresivos (pero también más “modernos”) de América Latina. En la ola represiva, los militares contaron con el apoyo tácito de la clase media argentina, que era la mayor de América Latina. También tuvieron la complicidad de otros regímenes autoritarios latinoamericanos, como el de Augusto Pinochet en Chile y el del general Ernesto Geisel en Brasil.
Asimismo, el totalitarismo de los militares argentinos fue tolerado por el gobierno de Estados Unidos en la medida en que aquellos combatieron a la izquierda radical; no hay que olvidar que en los años setenta se vivió un momento crítico de la “guerra fría”, en el que los países del bloque capitalista debían cerrar filas en la lucha contra el comunismo. Por otro lado, la represión en Argentina fue alentada por empresas estadounidenses y de otras potencias europeas a las que sólo les interesaba proteger sus intereses económicos en la región sudamericana.
En busca de los desaparecidos
Ante las primeras desapariciones, las familias de los afectados comenzaron a movilizarse para denunciar sus casos ante el Ministerio del Interior, la Policía, la Iglesia, los partidos políticos y ante algunos políticos prominentes. También formaron organismos de denuncia como la Liga, la Asamblea, Familiares, etcétera. Sin embargo, todas las peticiones de justicia se topaban con la indiferencia, la amenaza o el laberinto burocrático del régimen militar. La mayoría de los denunciantes eran las propias madres de los desaparecidos. Todas ellas acudían a los mismos lugares a denunciar, y poco a poco fueron conociéndose entre ellas.
Estando en la Iglesia de la Marina (Stella Maris), una de las madres de desaparecidos propuso ir a la Plaza de Mayo y pedir una reunión con el presidente para que les dijeran qué había pasado con sus hijos. La primera vez que fueron a la Plaza fue un sábado, pero nadie las recibió. Volvieron al siguiente viernes y a la siguiente semana el jueves. En la Plaza de Mayo se fueron reuniendo cada vez más madres de desaparecidos: eran 60 ó 70.
Todas eran madres que habían perdido a sus hijos. Esa desgracia las unió entrañablemente, pero también les dio determinación. Todos los jueves a las tres y media se reunían en la Plaza de Mayo. No caminaban, no marchaban; se sentaban en los bancos a hacer acto de presencia y a platicar entre ellas. En esa época eran mal vistas socialmente porque eran familiares de “terroristas” y ese estigma les cerraba todas las puertas.
Primeras acciones de resistencia
La primera acción de las Madres de Plaza de Mayo fue entregar una carta de denuncia al presidente. Después comenzaron a caminar por la Plaza tomándose unas a otras del brazo, para mostrar su valor y su solidaridad. Poco a poco cobraron conciencia de su fuerza al estar unidas. En una ocasión un policía llamó a una de ellas por su nombre y le pidió que le entregara la carta de denuncia: ella entregó el documento, aterrada de que el policía supiera su nombre.
El siguiente jueves, cuando el policía le pidió la carta a otra madre, todas ellas, que eran como 300, entregaron sus cartas de denuncia al policía. Esto lo hicieron como un acto de unidad, para demostrar que no iban a intimidarlas llamándolas por su nombre. Otras acciones consistieron en atraer la atención de la prensa internacional. En una ocasión las 300 madres se reunieron en la Plaza para intentar entrevistarse con un funcionario de estado norteamericano que visitaba Argentina. El general Videla envió a fuerzas del ejército a dispersar la concentración de mujeres. Pero ellas se abrazaron entre sí y se negaron a irse.
Los militares apuntaron sus fusiles a las madres y ellas gritaron al unísono: “¡Fuego!”. Este grito llamó la atención de la prensa de otros países que cubrían la visita del norteamericano. En esa época, las madres agitaban un pañuelo blanco como señal de pertenencia al movimiento de madres de desaparecidos.
Un pañuelo blanco en la cabeza
La decisión de usar un pañuelo blanco en la cabeza, su distintivo actual, se dio cuando acudieron a su primera marcha organizada. El pañuelo que usaron en esa ocasión era, ni más ni menos, un pañal (entonces sólo había de tela) de sus hijos, lo cual le confería un sentido simbólico al acto. Después de esta marcha muchos argentinos se dieron cuenta que había desaparecidos en su país y que las Madres, rezando, pedían por ellos. Las madres se paraban frente a los militares a rezar, y entre Aves Marías y Padres Nuestros decían “que ya no asesinen a más gente los militares” o que “no torturen más”. Así les decían a los militares asesinos en su cara, pero como lo hacían en forma de rezo éstos no les podían decir nada.
Muy pronto muchas madres del movimiento, como también familiares y monjas que las apoyaban, fueron acosadas por el ejército y varios grupos de ellas fueron apresadas y encarceladas o secuestradas. La represión alentó a las madres a buscar el apoyo de algunos periodistas extranjeros y de organizaciones religiosas. Las madres decidieron, con mucho miedo, seguir con sus reuniones de los jueves en la Plaza.
Con el Mundial de Futbol en 1978 la represión contra las madres aumentó, para que no se hablara del asunto de los desaparecidos y menos ante los medios internacionales. El gobierno puso perros en la Plaza para alejar a las madres y ellas se fueron a las iglesias, a rezar y a reunirse en los atrios. Después del Mundial, algunas madres decidieron viajar a Estados Unidos y a Roma. Sabían que tal vez no las dejarían regresar a su país. En esos países pidieron entrevistas con políticos, diputados, organizaciones sociales, etcétera. La fama de su movimiento aumentó. Cuando pudieron regresar a Argentina encontraron que la represión alcanzaba un nivel intolerable. Todos los jueves se llevaban detenidas y entonces decidieron que si se llevaban a una presa, todas irían presas. Iban a la comisaría y gritaban: “¡Señor, yo quiero estar presa con todas las madres!”. De esta manera volvieron a reunirse en las iglesias.
Fundación de la Asociación Madres de Plaza de Mayo
En agosto de 1979 se fundó, ante notario público, la Asociación Madres de Plaza de Mayo. En 1980 las madres retomaron la Plaza, aunque constantemente sufrían agresiones del ejército. Recibieron dinero del exterior, de mujeres de Holanda por ejemplo, con el que montaron su primera oficina y publicaron un boletín de distribución clandestina. También crearon su consigna distintiva: “Aparición con vida”. Esta consigna tenía sentido porque mucha gente les decía que sus hijos estaban muertos, y ellas no querían darlo por hecho hasta que no se los confirmaran oficialmente.
En 1981 se publicó el primer libro de poemas escrito por las madres en momentos de dolor. Y también hicieron su primera Marcha de la Resistencia, 70 u 80 Madres se quedaron en la Plaza para resistir 24 horas a la dictadura. Después organizaron un ayuno de 10 días. En 1982 las Madres se opusieron a la guerra de las Malvinas y se unieron con las madres de los soldados. Las acusaron de antinacionales. Hicieron carteles que decían: “Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también”. Siguieron con sus manifestaciones, entrevistas, movilizaciones.
El Punto Final de Raúl Alfonsín
Argentina entró a la democracia cargando el peso de los crímenes de la “guerra sucia”. En 1983 el gobierno democrático de Raúl Alfonsín, que había luchado por los derechos humanos durante el régimen militar, enfrentó el compromiso de perseguir a militares y policías que habían matado o “desaparecido” a más de 10 mil personas. Este reclamo social había ayudado a Alfonsín a ganar votos. Sin embargo, Argentina sería el primer país que procesara a su propio ejército por crímenes internos. ¿Dónde empezaba la responsabilidad criminal?
Las Madres de Plaza de Mayo fueron a ver a Alfonsín. Las recibió muy bien y les dio esperanzas. Ese año las Madres hicieron siluetas con las figuras de los desaparecidos, sacaron fotografías de sus hijos y las exhibieron en la calle. Hicieron pancartas que decían que sus hijos habían luchado por la Justicia, la Libertad y la Dignidad, y que ellas reivindicaban la lucha de sus hijos. Publicaron un periódico y algunos abogados comenzaron a apoyarlas.
Alfonsín dio inicio al procesamiento de los torturadores para darle un “Punto Final” al tema de la represión de los setentas. Una comisión nombrada por el presidente documentó la muerte o desaparición de 8 mil 906 argentinos. El gobierno presentó acusaciones contra los nueve comandantes en jefe del Ejército por crímenes que iban del asesinato a la violación. Cinco fueron hallados culpables y condenados a prisión, mientras que tres de los cuatro absueltos fueron después procesados por la justicia militar y sentenciados a prisión.
Una revuelta militar en 1987, que protestaba contra los enjuiciamientos inminentes, forzó al Congreso a exonerar a todos los oficiales por debajo del rango de general. Los procesamientos en curso se empantanaron, lo cual motivó que los defensores de los derechos humanos y los familiares de los desaparecidos pidieran que no se juzgaran a cientos sino a miles de otros casos. Aún a pesar de los juicios políticos de 1985 siguió la lucha de las Madres porque se absolvieron a muchos asesinos. Tomaron la Casa de Gobierno por 20 horas. Organizaron la Marcha de las Manos con la consigna: “Dale una mano a los desaparecidos” y colgaron miles de manos en la Avenida de Mayo y en la Plaza.
Alfonsín comenzó a mandar telegramas a las madres para decirles que sus hijos habían muerto en enfrentamientos y que sus restos estaban en tal o cual cementerio. Y a algunas de ellas les mandaron cajas con restos humanos diciendo que eran sus hijos. Las madres decidieron rechazar las exhumaciones. No querían aceptar la exhumación de esos muertos hasta que no les dijeran quién los mató, quién los secuestró. Les parecía una afrenta que no les informaran cómo y por qué murieron sus hijos. El gobierno también les ofreció algunas reparaciones económicas y homenajes póstumos. Las Madres rechazaron las exhumaciones, el dinero y los homenajes, y siguieron en pie de lucha.
Menem absolvió a los militares
En 1989, Carlos Saúl Menem fue elegido presidente de Argentina. Varios meses después de que asumió el poder, Menem promulgó una amnistía general para los participantes de las revueltas militares en 1987 y 1989. En diciembre de 1990 Menem emitió una serie de indultos a favor de los antiguos líderes del gobierno militar.
La decisión provocó manifestaciones de protesta y algunas renuncias, pero los militares ganaron el pleito: no habría sentencias o juicios subsiguientes por delitos contra los derechos humanos cometidos en la “guerra sucia”. Paradójicamente, en esta época hubo confesiones públicas de antiguos militares que relataron la práctica rutinaria de lanzar al mar a los prisioneros políticos durante las travesías navales en los años setenta.
Ante esta situación, las Madres de Plaza de Mayo lanzaron una nueva campaña de denuncia. En carteles que pegaron por toda la ciudad de Buenos Aires hacían las preguntas: ¿Sabe usted dónde están ahora los que torturaron y asesinaron a nuestros hijos? ¿Qué cargo ocupan o qué actividades desarrollan, dónde viven?
¿Porqué siguen luchando las Madres de la Plaza de Mayo?
Aunque han perdido la esperanza de encontrar a sus hijos con vida, las Madres de Plaza de Mayo se han convertido en un símbolo de la lucha por encontrar, enjuiciar y encarcelar a los responsables de la “guerra sucia” de los años setenta en Argentina. Este movimiento civil ha recibido el reconocimiento internacional de organizaciones de derechos humanos, y sus integrantes son famosas, como Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación. Sin embargo, aunque han habido avances en el esclarecimiento de cuál fue el terrible destino de sus hijos y familiares desaparecidos, siguen luchando porque se haga justicia. Este movimiento, como tantos otros en América Latina, se aferra a la esperanza de que el actual orden democrático de su país no olvide la deuda pendiente que tiene con sus desaparecidos.
Derecha contra izquierda
Durante prácticamente todo el siglo XX la historia política de Argentina estuvo dominada por la ambición de poder del grupo militar. Hasta 1982 hubo un forcejeo constante entre militares y civiles por el gobierno del país. Los regímenes militares se caracterizaron por su autoritarismo, por su alianza con la elite económica nacional e internacional, por su intolerancia ante cualquier tipo de oposición política, y por la represión de movimientos de reivindicación social y laboral.
La época de mayor violencia social y política comenzó en 1966, cuando los militares de línea dura le arrebataron nuevamente el poder a los civiles. Los militares ocuparon los puestos de autoridad y reprimieron agresivamente el movimiento sindical. La lucha entre la derecha (presidida por los militares) y la izquierda (integrada tanto por sindicalistas como por guerrillas revolucionarias) se recrudeció.
Para someter a la oposición, los militares recurrieron a la tortura clandestina y a la ejecución. La guerrilla de izquierda respondió a la violencia con violencia: secuestraron a empresarios prominentes, atacaron a mandos militares, así como sus prisiones y sus cuarteles.
En 1970 los terroristas radicales de izquierda secuestraron al ex presidente Aramburu y lo asesinaron. La década de los años setenta comenzó con un giro aún más radical del poder hacia la derecha. El gobierno se declaró anticomunista y financió organizaciones represivas como la Alianza Anticomunista Argentina. Aumentaron las persecuciones y la lucha clandestina de movimientos guerrilleros, como el Ejército Revolucionario del Pueblo. El miedo a la violencia, de derecha o de izquierda, arraigó en la población, especialmente en la clase media urbana.
La “Guerra Sucia”
En 1976 hubo un golpe militar que instauró la dictadura del general Jorge Rafael Videla. Este régimen emprendió una campaña contra la oposición conocida como “guerra sucia” o “guerra santa”. El gobierno comenzó a detener a “subversivos” y luego comenzaron a hacerse comunes los “desaparecidos”, aquellos que simplemente desaparecían. Estas personas eran secuestradas por hombres armados que se negaban a identificarse, pero que sin duda pertenecían a las fuerzas de seguridad o eran militares vestidos de civiles que operaban con el conocimiento del gobierno militar.
Se ha calculado que “desaparecieron” entre 20 y 30 mil personas. Había mujeres “subversivas” que estaban embarazadas en el momento de su detención y, cuando daban a luz, los militares las mataban y entregaban a sus bebés a las familias de militares o de funcionarios ligados a la dictadura. A estos niños nunca se les informó quiénes eran sus verdaderos padres, pero en los últimos años se ha organizado un intensa investigación y lucha de familiares de bebés desaparecidos para develar los orígenes de esos jóvenes. Nunca se sabrá cuántos de los desaparecidos eran totalmente inocentes y cuántos apoyaron activamente los movimientos guerrilleros. Miles de argentinos estuvieron involucrados de una u otra forma en los movimientos de izquierda, radicales o moderados; o la resistencia, así fuera pacífica, contra la dictadura militar.
Los generales invocaban las doctrinas de “seguridad nacional” para realizar una ofensiva por todos los medios y sin limitaciones legales, para suprimir todo tipo de oposición. Videla y sus seguidores decían que acabarían con el caos de los años anteriores y que reformarían la sociedad argentina. Declararon la adhesión de Argentina al mundo “occidental y cristiano”, y prometieron “reeducar” al populacho a través de los valores de “moralidad, rectitud y eficiencia”. Para ello uno de sus objetivos principales era erradicar la guerrilla.
Había varios grupos de guerrillas que querían derrocar al gobierno para instalar un régimen socialista revolucionario de línea marxista-leninista. Sus miembros pertenecían en general a la clase media, y muchos eran estudiantes universitarios. Idealistas, luchaban contra uno de los sistemas sociales y económicos considerados más opresivos (pero también más “modernos”) de América Latina. En la ola represiva, los militares contaron con el apoyo tácito de la clase media argentina, que era la mayor de América Latina. También tuvieron la complicidad de otros regímenes autoritarios latinoamericanos, como el de Augusto Pinochet en Chile y el del general Ernesto Geisel en Brasil.
Asimismo, el totalitarismo de los militares argentinos fue tolerado por el gobierno de Estados Unidos en la medida en que aquellos combatieron a la izquierda radical; no hay que olvidar que en los años setenta se vivió un momento crítico de la “guerra fría”, en el que los países del bloque capitalista debían cerrar filas en la lucha contra el comunismo. Por otro lado, la represión en Argentina fue alentada por empresas estadounidenses y de otras potencias europeas a las que sólo les interesaba proteger sus intereses económicos en la región sudamericana.
En busca de los desaparecidos
Ante las primeras desapariciones, las familias de los afectados comenzaron a movilizarse para denunciar sus casos ante el Ministerio del Interior, la Policía, la Iglesia, los partidos políticos y ante algunos políticos prominentes. También formaron organismos de denuncia como la Liga, la Asamblea, Familiares, etcétera. Sin embargo, todas las peticiones de justicia se topaban con la indiferencia, la amenaza o el laberinto burocrático del régimen militar. La mayoría de los denunciantes eran las propias madres de los desaparecidos. Todas ellas acudían a los mismos lugares a denunciar, y poco a poco fueron conociéndose entre ellas.
Estando en la Iglesia de la Marina (Stella Maris), una de las madres de desaparecidos propuso ir a la Plaza de Mayo y pedir una reunión con el presidente para que les dijeran qué había pasado con sus hijos. La primera vez que fueron a la Plaza fue un sábado, pero nadie las recibió. Volvieron al siguiente viernes y a la siguiente semana el jueves. En la Plaza de Mayo se fueron reuniendo cada vez más madres de desaparecidos: eran 60 ó 70.
Todas eran madres que habían perdido a sus hijos. Esa desgracia las unió entrañablemente, pero también les dio determinación. Todos los jueves a las tres y media se reunían en la Plaza de Mayo. No caminaban, no marchaban; se sentaban en los bancos a hacer acto de presencia y a platicar entre ellas. En esa época eran mal vistas socialmente porque eran familiares de “terroristas” y ese estigma les cerraba todas las puertas.
Primeras acciones de resistencia
La primera acción de las Madres de Plaza de Mayo fue entregar una carta de denuncia al presidente. Después comenzaron a caminar por la Plaza tomándose unas a otras del brazo, para mostrar su valor y su solidaridad. Poco a poco cobraron conciencia de su fuerza al estar unidas. En una ocasión un policía llamó a una de ellas por su nombre y le pidió que le entregara la carta de denuncia: ella entregó el documento, aterrada de que el policía supiera su nombre.
El siguiente jueves, cuando el policía le pidió la carta a otra madre, todas ellas, que eran como 300, entregaron sus cartas de denuncia al policía. Esto lo hicieron como un acto de unidad, para demostrar que no iban a intimidarlas llamándolas por su nombre. Otras acciones consistieron en atraer la atención de la prensa internacional. En una ocasión las 300 madres se reunieron en la Plaza para intentar entrevistarse con un funcionario de estado norteamericano que visitaba Argentina. El general Videla envió a fuerzas del ejército a dispersar la concentración de mujeres. Pero ellas se abrazaron entre sí y se negaron a irse.
Los militares apuntaron sus fusiles a las madres y ellas gritaron al unísono: “¡Fuego!”. Este grito llamó la atención de la prensa de otros países que cubrían la visita del norteamericano. En esa época, las madres agitaban un pañuelo blanco como señal de pertenencia al movimiento de madres de desaparecidos.
Un pañuelo blanco en la cabeza
La decisión de usar un pañuelo blanco en la cabeza, su distintivo actual, se dio cuando acudieron a su primera marcha organizada. El pañuelo que usaron en esa ocasión era, ni más ni menos, un pañal (entonces sólo había de tela) de sus hijos, lo cual le confería un sentido simbólico al acto. Después de esta marcha muchos argentinos se dieron cuenta que había desaparecidos en su país y que las Madres, rezando, pedían por ellos. Las madres se paraban frente a los militares a rezar, y entre Aves Marías y Padres Nuestros decían “que ya no asesinen a más gente los militares” o que “no torturen más”. Así les decían a los militares asesinos en su cara, pero como lo hacían en forma de rezo éstos no les podían decir nada.
Muy pronto muchas madres del movimiento, como también familiares y monjas que las apoyaban, fueron acosadas por el ejército y varios grupos de ellas fueron apresadas y encarceladas o secuestradas. La represión alentó a las madres a buscar el apoyo de algunos periodistas extranjeros y de organizaciones religiosas. Las madres decidieron, con mucho miedo, seguir con sus reuniones de los jueves en la Plaza.
Con el Mundial de Futbol en 1978 la represión contra las madres aumentó, para que no se hablara del asunto de los desaparecidos y menos ante los medios internacionales. El gobierno puso perros en la Plaza para alejar a las madres y ellas se fueron a las iglesias, a rezar y a reunirse en los atrios. Después del Mundial, algunas madres decidieron viajar a Estados Unidos y a Roma. Sabían que tal vez no las dejarían regresar a su país. En esos países pidieron entrevistas con políticos, diputados, organizaciones sociales, etcétera. La fama de su movimiento aumentó. Cuando pudieron regresar a Argentina encontraron que la represión alcanzaba un nivel intolerable. Todos los jueves se llevaban detenidas y entonces decidieron que si se llevaban a una presa, todas irían presas. Iban a la comisaría y gritaban: “¡Señor, yo quiero estar presa con todas las madres!”. De esta manera volvieron a reunirse en las iglesias.
Fundación de la Asociación Madres de Plaza de Mayo
En agosto de 1979 se fundó, ante notario público, la Asociación Madres de Plaza de Mayo. En 1980 las madres retomaron la Plaza, aunque constantemente sufrían agresiones del ejército. Recibieron dinero del exterior, de mujeres de Holanda por ejemplo, con el que montaron su primera oficina y publicaron un boletín de distribución clandestina. También crearon su consigna distintiva: “Aparición con vida”. Esta consigna tenía sentido porque mucha gente les decía que sus hijos estaban muertos, y ellas no querían darlo por hecho hasta que no se los confirmaran oficialmente.
En 1981 se publicó el primer libro de poemas escrito por las madres en momentos de dolor. Y también hicieron su primera Marcha de la Resistencia, 70 u 80 Madres se quedaron en la Plaza para resistir 24 horas a la dictadura. Después organizaron un ayuno de 10 días. En 1982 las Madres se opusieron a la guerra de las Malvinas y se unieron con las madres de los soldados. Las acusaron de antinacionales. Hicieron carteles que decían: “Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también”. Siguieron con sus manifestaciones, entrevistas, movilizaciones.
El Punto Final de Raúl Alfonsín
Argentina entró a la democracia cargando el peso de los crímenes de la “guerra sucia”. En 1983 el gobierno democrático de Raúl Alfonsín, que había luchado por los derechos humanos durante el régimen militar, enfrentó el compromiso de perseguir a militares y policías que habían matado o “desaparecido” a más de 10 mil personas. Este reclamo social había ayudado a Alfonsín a ganar votos. Sin embargo, Argentina sería el primer país que procesara a su propio ejército por crímenes internos. ¿Dónde empezaba la responsabilidad criminal?
Las Madres de Plaza de Mayo fueron a ver a Alfonsín. Las recibió muy bien y les dio esperanzas. Ese año las Madres hicieron siluetas con las figuras de los desaparecidos, sacaron fotografías de sus hijos y las exhibieron en la calle. Hicieron pancartas que decían que sus hijos habían luchado por la Justicia, la Libertad y la Dignidad, y que ellas reivindicaban la lucha de sus hijos. Publicaron un periódico y algunos abogados comenzaron a apoyarlas.
Alfonsín dio inicio al procesamiento de los torturadores para darle un “Punto Final” al tema de la represión de los setentas. Una comisión nombrada por el presidente documentó la muerte o desaparición de 8 mil 906 argentinos. El gobierno presentó acusaciones contra los nueve comandantes en jefe del Ejército por crímenes que iban del asesinato a la violación. Cinco fueron hallados culpables y condenados a prisión, mientras que tres de los cuatro absueltos fueron después procesados por la justicia militar y sentenciados a prisión.
Una revuelta militar en 1987, que protestaba contra los enjuiciamientos inminentes, forzó al Congreso a exonerar a todos los oficiales por debajo del rango de general. Los procesamientos en curso se empantanaron, lo cual motivó que los defensores de los derechos humanos y los familiares de los desaparecidos pidieran que no se juzgaran a cientos sino a miles de otros casos. Aún a pesar de los juicios políticos de 1985 siguió la lucha de las Madres porque se absolvieron a muchos asesinos. Tomaron la Casa de Gobierno por 20 horas. Organizaron la Marcha de las Manos con la consigna: “Dale una mano a los desaparecidos” y colgaron miles de manos en la Avenida de Mayo y en la Plaza.
Alfonsín comenzó a mandar telegramas a las madres para decirles que sus hijos habían muerto en enfrentamientos y que sus restos estaban en tal o cual cementerio. Y a algunas de ellas les mandaron cajas con restos humanos diciendo que eran sus hijos. Las madres decidieron rechazar las exhumaciones. No querían aceptar la exhumación de esos muertos hasta que no les dijeran quién los mató, quién los secuestró. Les parecía una afrenta que no les informaran cómo y por qué murieron sus hijos. El gobierno también les ofreció algunas reparaciones económicas y homenajes póstumos. Las Madres rechazaron las exhumaciones, el dinero y los homenajes, y siguieron en pie de lucha.
Menem absolvió a los militares
En 1989, Carlos Saúl Menem fue elegido presidente de Argentina. Varios meses después de que asumió el poder, Menem promulgó una amnistía general para los participantes de las revueltas militares en 1987 y 1989. En diciembre de 1990 Menem emitió una serie de indultos a favor de los antiguos líderes del gobierno militar.
La decisión provocó manifestaciones de protesta y algunas renuncias, pero los militares ganaron el pleito: no habría sentencias o juicios subsiguientes por delitos contra los derechos humanos cometidos en la “guerra sucia”. Paradójicamente, en esta época hubo confesiones públicas de antiguos militares que relataron la práctica rutinaria de lanzar al mar a los prisioneros políticos durante las travesías navales en los años setenta.
Ante esta situación, las Madres de Plaza de Mayo lanzaron una nueva campaña de denuncia. En carteles que pegaron por toda la ciudad de Buenos Aires hacían las preguntas: ¿Sabe usted dónde están ahora los que torturaron y asesinaron a nuestros hijos? ¿Qué cargo ocupan o qué actividades desarrollan, dónde viven?
¿Porqué siguen luchando las Madres de la Plaza de Mayo?
Aunque han perdido la esperanza de encontrar a sus hijos con vida, las Madres de Plaza de Mayo se han convertido en un símbolo de la lucha por encontrar, enjuiciar y encarcelar a los responsables de la “guerra sucia” de los años setenta en Argentina. Este movimiento civil ha recibido el reconocimiento internacional de organizaciones de derechos humanos, y sus integrantes son famosas, como Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación. Sin embargo, aunque han habido avances en el esclarecimiento de cuál fue el terrible destino de sus hijos y familiares desaparecidos, siguen luchando porque se haga justicia. Este movimiento, como tantos otros en América Latina, se aferra a la esperanza de que el actual orden democrático de su país no olvide la deuda pendiente que tiene con sus desaparecidos.
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