sábado, 12 de noviembre de 2016

La expulsión de los jesuitas de España y la universidad

La expulsión de los jesuitas de España y la universidad

 http://personal.us.es/alporu/historia/jesuitas_expuls.htm
San Ignacio
San Ignacio de Loyola (1491-1566), fundador de la Compañía de Jesús en 1540 (lienzo anónimo de la Colección de la Universidad de Sevilla)

La reforma universitaria

Esta medida, de indudable trascendencia en muchos aspectos, la tuvo especialmente en orden a la reforma de la enseñanza, hasta el punto de que puede considerarse como la primera medida encaminada reformar los estudios del país. La Universidad de Sevilla se va a beneficiar, entre otros, de la expropiación al concedérsele como sede el edificio de la Casa Profesa en Sevilla y su iglesia llamada de la Anunciación.
La investigación de las causas de la expulsión ha sido un tema bastante trabajado. Hoy predomina la opinión de que la Compañía fue expulsada en virtud de una falsa razón de Estado. Los gobernantes ilustrados recelan de la ascendencia de la compañía entre la clase política, a la que educa o confiesa, de sus actitudes conservadoras en la enseñanza, de su defensa de la intervención eclesiástica en política y, sobre todo, les resulta muy contraria a sus planes la dependencia directa que mantiene de la Santa Sede (recuérdese el particular voto de obediencia al Pontífice). Los jesuitas eran, para el grupo innovador que había llegado al Poder, los principales enemigos de las reformas que pretendían realizar y aliados de la aristocracia reaccionaria, hostil igualmente a todo pensamiento renovador; esta alianza hacía considerar a los jesuitas como una facción dentro del Estado y "es incompatible toda facción dentro de cualquier Estado con la subsistencia y conservación del Estado mismo, de suerte que, o el gobierno civil ha de sucumbir o perecer, o ha de repeler esta mortífera sociedad como una verdadera enfermedad política y de las más agudas que se han conocido en esta clase".
La enemistad con los jesuitas de todos los que intervinieron en la reforma universitaria es indudable: Pérez Bayer, Bertrán, Roda, Campomanes, Floridablanca, inundan sus escritos de ataques contra los citados religiosos. Es expresiva la frase que emplea el embajador Azara para describir el odio del ministro Roda contra jesuitas y colegiales: "Por un cristal de sus anteojos no veía más que jesuitas y por el otro, colegiales" (citado por Menéndez Pelayo en "Heterodoxos").
Pero la visión de la Compañía como estrecha aliada de la aristocracia se traducía en el plano universitario, en alianza con los "colegiales", llamados "terciarios" por esta razón en los escritos de la época. La honda rivalidad que separaba a los "colegiales" de los "manteistas" hizo que éstos, al llegar al poder, buscaran afanosamente asestar a aquéllos un golpe decisivo que suprimiera la más poderosa oposición a sus propósitos reformadores.
Ya en 1770, el catedrático de Salamanca Pérez Bayer, autor del Memorial por la libertad de la literatura española -en que se ataca a los colegiales- daría más motivos para justificar la oposición a la Compañía. En primer lugar, la animadversión a la moral que enseñaban, después las acusaciones hacen referencia a su organización y su fuerza como ente eclesiástico y peligro para Estado por su secreto, la superioridad sobre las otras comunidades, basada en una serie de instrumentos utilizados con simpar maestría como el propio secreto, el constituir un clan entre ellos con un feroz partidismo, la consideración de que el fin justificaba los medios por lo que autorizaban la mentira, las intrigas ocultas, los chanchullos. En España, además, esa íntima unión o coligación entre ellos era especialmente intensa, lo que les había facilitado el copar los puntos claves de muchas instituciones del país y especialmente de la enseñanza, cuya primera fase se encontraba en sus manos y de modo especial de los colegiales universitarios.
Se amparaban hipócritamente en su independencia de toda jurisdicción tanto civil como eclesiástica, puesto que consideraban sus Constituciones como venidas del cielo, y se ocultaban tras la defensa del Papa, al que, según Bayer, "afectaban" suma obediencia. Por todo ello consideraban el mayor pecado la falta de obediencia entre ellos, como en general todo lo que pudiera romper su íntima unidad.
Todo este cuadro trazado Pérez Bayer venía a centrarlo al final sobre el efecto que todas estas circunstancias habían producido en la universidad española. No duda en atribuirles toda la culpa de la ruina de ésta, especialmente por tres motivos: por haber establecido la alternativa de las cátedras, por haber concentrado el estudio de la Teología en los problemas de la gracia y por haber copado la enseñanza del latín y las humanidades en todo el país con efectos desastrosos.
Los hechos históricos transcurrieron así. En 1767, han de salir de España, acusados de instigar el motín de Esquilache, y de Nápoles. Además se les acusa de servir a la curia romana en detrimento de las prerrogativas regias (por el cuarto voto de la Orden: obediencia ciega al Papa), de defender la teoría del regicidio y de defender el laxismo en sus Colegios y Universidades. El destierro que, de madrugada, les sorprendió en sus residencias, respondía a una importante maniobra política que venía gestándose desde que en abril de 1766, se emprendiera la Pesquisa Secreta, creada con la excusa de descubrir a los culpables de los disturbios madrileños de marzo del mismo año, pero que pretendía, como auténtico objetivo, comprometer a la Compañía de Jesús en los alborotos populares que habían hecho huir de Madrid al monarca. Más abajo tratamos más ampliamente las circunstancias en que se desarrolló la expulsión.
Los comienzos de la reforma universitaria tenían que ir necesariamente ligados a la expulsión de la Compañía, pues habían llegado a monopolizar las enseñanzas de Latinidad y Gramáticas y Facultades de Artes en todo el país, poseían cátedras de la escuela jesuítica en las Facultades de Teología, con sus aliados los "colegiales" dominaban las otras Facultades mayores, y algunas Universidades, como Cervera y Gandía, eran exclusivamente dirigidas por ellos. Su desaparición representaría, por consiguiente, un grave problema para la instrucción pública del país que el gobierno debía resolver de la mejor manera.
Las medidas complementarias de la expulsión iban dirigidas fundamentalmente a extirpar del país todo posible rastro que pudiera quedar de la Compañía. Así se decretó la supresión de las cátedras de la llamada escuela jesuítica, de las Facultades de Teología, lo que dio lugar a que se planteara la cuestión de cuáles debían ser las enseñanzas a que debían destinarse desde ese momento estas cátedras; ello permitió a las universidades emitir sus propuestas, ocasión que aprovecharon para plantear al Consejo el mal estado en que se encontraban y la necesidad de las reformas que las levantaran de aquella situación. La llegada de estas propuestas al Consejo a lo largo del año 1767 marcaron decisivamente el comienzo de la reforma universitaria y mostraron que no sólo en el Gobierno, sino también en los claustros universitarios se habían formado ya para entonces fuertes núcleos de "ilustrados" dispuestos a salvar el bache intelectual del país.
Para asegurar aún más la desaparición de toda huella que hubieran podido dejar los religiosos expulsos en la universidad se impuso la prestación de un juramento a los profesores por el que se comprometían a extirpar la doctrina que habían desarrollado los autores jesuitas, llamada del "tiranicidio y regicidio"(*), "por ser destructiva del Estado y de la pública tranquilidad", y todo autor perteneciente a los religiosos extinguidos fue desterrado de las aulas.
Con esto quedaban desarrollados hasta sus últimas consecuencias los principios regalistas que habían motivado su expulsión; sin embargo, también se les achacó el ser los culpables de la mala situación en que se encontraban los establecimientos de enseñanza del país. Así, en la Cédula en la que se organizaban de nuevo las cátedras de Latinidad y Gramática, se decía, refiriéndose a la enseñanza que habían dado los jesuitas "que la tuvieron estancada, de que nació la decadencia de las letras humanas".
Pocos días más tarde de la expulsión, en una instrucción del conde de Aranda, se decía que "donde quiera que hubiese universidades, podrá ser útil agregar a ella los libros que se hallaren en las casas de la Compañía situadas en los mismos pueblos". Y en otra disposición del mismo año se afirmaba que
"debiendo la instrucción pública llevar la primera atención, teniéndose presente a las Universidades que lo necesiten en cuanto aplicación de edificios, como tengo resulto a las de Granada y Sevilla; quedando para universidades seculares los varios Colegios que con este destino tenían en mis dominios de Indias, sin que puedan aplicarse con ningún motivo a regulares, bajo mi autoridad y de las reglas que convenga añadir o aclarar para bien público, sobre que también darán mi Consejo en el extraordinario las Ordenes convenientes".
El Estado tenía una gran ambición en aprovecharse de los bienes de los jesuitas, entre otras razones, porque creían que se hallaban en posesión de grandes riquezas, de las cuales la Hacienda Pública se hallaba tan necesitada. Por eso, al relatar un escritor la ocupación por el Estado de uno de sus edificios más importantes, el Colegio Imperial de Madrid, dice que la casa se vio invadida "por legiones de burócratas que durante varios años revisaron celosamente los archivos y seleccionarion todos aquellos papeles que guardaban alguna relación con materias económicas".
Sus bibliotecas pudieron pasar al Estado y sus innumerables bienes fueron rematados para incrementar latifundios y para cubrir las necesidades de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía aprobadas el mismo año:
 "XLIII. También se surtirá a cada familia de alguna tosca baxilla de barro, y dos mantas, entregando alguna porcion de cañamo, lana, y esparto, para que empleandose en su beneficio las mugeres, ayuden a los progresos del establecimiento; pudiedo beneficiar estos materiales en los depositos de Almagro, Andujar y Cordoba, que se deben hacer como va dicho al articulo treinta y cuatro, en las casas que fueron de los Regulares de la Compañía. XLIV. En estas existen muchos muebles inutiles, que se deben destinar a Casas de Misericordia, y en ninguna obra pia estarán mejor empleados dichos muebles, quales son platos, cazuelas, ollas, camas, colchones, sillas, &c, que en las nuevas Poblaciones, por ser verdaderos pobres los individuos que van a formarlas: prescindiendo del corto valor, que rendirían vendidos, y lo que restare, se comprará con la cuenta, razon, y economia correspondiente, baxo las ordenes del Superintendente.
XLV. Los granos, legumbres y ganados podrán tomarse, en lo que alcancen, de los que existieren propios de las Casas de la Compañía, según lo dispuesto en el artículo treinta y cinco, regulandose su precio, para el reintegro respecto a deber cesar en sus labranzas, quedando inutiles, y aun expuestos a irse disminuyendo de dia en dia.
XLVI. Estando las Iglesias de los Regulares de la Compañía actualmente cerradas, con noticia del Juez que entiende en la ocupación de las temporalidades, y del Reverendo Obispo Diocesano, se trasladarán a las nuevas Poblaciones los Vasos Sagrados, y Ornamentos necesarios para las Iglesias o Capillas que allí se erijan, respecto de estar destinados a Parroquias e Iglesias pobres y ningunas lo son más que éstas."
Fuero de las Nuevas Poblaciones, 1767
("Real Cédula de su Magestad y señores de su Consejo que contiene la Instrucción y fuero de población, que se debe observar en las que se formen de nuevo en la Sierramorena con naturales y estrangeros Católicos")
Pero hoy en día, hay que reconocer que no todo fue negativo en la actividad de los jesuitas. Desde el punto de vista docente protagonizaron los escasos intentos de revitalizar la enseñanza en el siglo XVIII, antes del momento de su expulsión, como por ejemplo, la creación de los Seminarios de Nobles. Esta iniciativa, que tuvo reflejo en todos los países de Europa a partir de los últimos años del siglo XVII y que dio lugar en algún caso a ser el origen de una universidad, el caso de Halle en Alemania, en España quedó frustrada por la expulsión, ya que estos establecimientos, como todos los que estaban en sus manos, languidecieron.
También en las propias universidades protagonizaron los pocos intentos que se hicieron en la primera mitad del siglo XVIII para mejorarlos. En este sentido es de gran interés la figura del padre Losada en la Universidad de Salamanca o la Universidad de Cervera, controlada por la Compañía.
Es significativo que los únicos religiosos presentes en la iniciativa de la fundación de las Academias de la Lengua y de la Historia fueran jesuitas (los padres Cassani y De la Reguera). Por otro lado, hay que tener en cuenta que los jesuitas no eran una institución monolítica y en ella se desarrollaron diversas corrientes ideológicas, como puso de manifiesto el problema del regalismo, pero no sólo en esta cuestión hubo divergencias, como pone de manifiesto Le Brun, que señala como causa fundamental de las diversas tendencias dentro de la Compañía a las distintas escuelas teólogicas que en ella existieron y que provocaron duros debates en su interior; el examen de todo ello debe conducir al historiador a dejar de considerar la Compañía de Jesús como un bloque y a tratar de abordarla en toda su complejidad.

san ignacio exorcizando San Ignacio exorcizando a un poseso (1660-64)
Juan de Valdés Leal.- Museo de BB.AA. Sevilla Para el claustro de la Casa Profesa de los Jesuitas de Sevilla (que luego ocuparía la Universidad) realizó Valdés Leal una serie de lienzos en los que recoge episodios de la vida de san Ignacio de Loyola. En éste, San Ignacio aparece en el centro de la composición mientras que el poseído se sitúa en primer plano, en un acentuado escorzo al intentar escapar de las dos personas que lo sujetan, también en posturas forzadas.
Desde luego, la expulsión fue como un exorcismo en que se expulsaron otros "demonios" del cuerpo del país.

LA PESQUISA SECRETA.

A finales de abril, Aranda abría la famosa investigación para localizar a los responsables del motín de Esquilache. Para llevarla a cabo, formó -bajo su presidencia- un Consejo General Extraordinario con altas personalidades de su devoción. Cinco eclesiásticos formaron parte del Consejo -los obispos de Tarazona, Albarracín y Orihuela y los arzobispos de Zaragoza y Burgos-. Una sugerencia de Roda determinó que Rodríguez de Campomanes fuese el encargado de organizar la investigación. En su tarea -nada fácil sin duda- le secundó muy especialmente Moñino, más tarde conde de Floridablanca.
Se trataba pues, de encontrar a los verdaderos organizadores del motín, porque se tenía la convicción de que tales organizadores existían: nadie podía creer que el pueblo hubiese sido capaz por sí solo de poner en jaque al gobierno de Carlos III. "Mis vasallos son como niños", había escrito unos años antes el monarca (*).
Menéndez y Pelayo ha escrito que el "motín de Esquilache" fue una simple "revolución de plazuela", restándole importancia. Pero, como se ve, la historia no puede reconocerle menos importancia que la que le dieron Carlos III y sus ministros.
Además, el motín trajo una consecuencia muy expresiva del ánimo del siglo: la expulsión de los jesuitas.
Por desgracia, se han perdido los documentos de la investigación iniciada a finales de abril de 1766. La base documental fue destruida -al parecer, por orden directa del rey- y sólo quedan pocos testimonios fiables para reconstruir sus planteamientos esenciales.
Existe, sin embargo, un texto de atribución dudosa, escrito por Roda o por Campomanes, que ilustra la convicción que alentó en todo momento a los investigadores: El pueblo -la "gente baja y soez", se lee en el texto- no había sido otra cosa que el instrumento de "personas de otra clase más hábil". Había, pues, culpables. He aquí el texto del documento:
"Aunque el rey cree que ni la Nobleza, ni la villa ni los Gremios y demás Cuerpos hayan cooperado ni concurrido al tumulto, desearía no obstante que diesen algunas pruebas de esta verdad para quitar todo escrúpulo que pueda inducir la sospecha de que la gente baja y soez fuese sólo instrumento de que se valdrían personas de otra clase más hábil y de alguna autoridad y poder que movía aquélla. El orden se observó en el mayor desorden; la especie de disciplina y obediencia en los respectivos movimientos para el alboroto y para la respectiva quietud cuando les convenía; los centinelas que tenían y avisos que se daban; la ocupación de las puertas de Madrid; el ningún temor a la tropa ni a la Justicia; el arrojo con que se presentaron a Palacio, a los Tribunales y Magistrados; la avilantez y seguridad con que impidieron la salida de los primeros Personajes y de la conducción a Aranjuez de los víveres y provisiones para S. M. y Real Familia y Casa; la especie de virtud y honor que se propuso y observó la gente más vil, infame y pobre de cometer robos, homicidios a paisanos, insultos a mujeres, ni otro delito que el de su figurado intento, cuando se hallaban con la mayor libertad, dueños despóticos de Madrid, sus calles, casa y cuarteles, y apoderados de sus armas... no es fácil comprender que lo practicasen sin ser gobernados con instrucción, regla y disciplina que no se ve observar en las acciones militares por la tropa más bien instruida y arreglada. Esto hace persuadir que hubo motores principales, cabezas y auxiliares de este tumulto y querer disculpar con pretextos de honor y fidelidad al rey, y tal vez con la justicia de sus pretensiones, como no ha dejado de intentarse y escribirse, es el mayor delito que pueda imaginarse. Y todo esto pone en la precisión al rey de que se averifique y aclare, el origen causas y autores de tan execrable delito."
Finalmente, el Consejo Extraordinario puso al descubierto al padre jesuita Isidoro López, procurador general de la provincia de Castilla Según los investigadores, el padre López había sido el inspirador del motín, sin duda apoyado por Ensenada. En calidad de cómplices, fueron procesadas tres personas mas: cierto abate santanderino llamado Miguel Antonio de la Gándara y dos civiles, Lorenzo Hermoso de Mendoza y el marqués de Valdeflores, este último por su activa labor como escritor y difusor de incendiarios pasquines.
Debe decirse que estos presuntos culpables se defendieron muy hábilmente de las acusaciones, subrayando el carácter espontáneo del motín en aquel clima de carestía, recordando, en fin, las torpes provocaciones de Esquilache. Queda claro, según ha mostrado el profesor Navarro Latorre, que los cuatro eran enemigos declarados del sector regalista y partidarios del marqués de Ensenada, datos que nos ponen ante la evidencia de que contra ese sector se maniobraba en las altas esferas.
Desde luego, el jesuita López tomó parte en el motín, pero atribuirle una responsabilidad decisiva resulta problemático o aventurado, a falta de pruebas concluyentes. Faltaban éstas, pero el Consejo Extraordinario llegó a la conclusión de que los culpables principales del motín habían sido los jesuitas, de la mano con elementos vinculados al ya desterrado Ensenada. Evidentemente, Aranda y los suyos pretendían acabar con éstos y con la Compañía de Jesús, por lo que las conclusiones del Consejo deben considerarse politicamente intencionadas. Es inevitable someterlas a un severo juicio crítico. Acabar con los jesuitas significaba hacer triunfar la causa del regalismo y, cosa importante, cambiar de manos las riendas de la educación, de las universidades y colegios, donde los jesuitas habían logrado imponer un férreo monopolio.
Con las conclusiones del Consejo Extraordinario, Aranda presionó a Carlos III, para que los jesuitas fueran expulsados de España. Al principio, el rey, a pesar de haber tenido ya graves problemas con la Compañía, se resistió a tomar una decisión tan drástica pero finalmente cedió. Al parecer, Aranda no fue especialmente partidario de la medida según Olachea, personalmente no consideraba necesario lo que otros elementos le obligaron a imponer. La pragmática real decía así:
decreto expulsion "Don Carlos, por la gracia de Dios, rey de Castilla, &c.: Sabed: Que habiéndome conformado con el parecer de mi Consejo real, en el extraordinario que se celebró, con motivo de las resultas de las ocurrencias pasadas (los motines, sediciones y tumultos de Madrid, Cuenca, Azcoitia, Zaragoza y otras poblaciones de Aragón, Navarra y Andalucía), en consulta de 29 de Enero próximo pasado, y de lo que sobre ella, conviniendo en el dictamen, me han expuesto personas del más elevado carácter y acreditada experiencia; estimulado de gravísimas causas, relativas a la obligación en que me hallo constituido de mantener en subordinación, tranquilidad y justicia a mis pueblos, y otras urgentes, justas y necesarias, que reservo en mi real ánimo:
Usando de la suprema autoridad económica que el Todopoderoso ha depositado en mis manos, para la protección de mis vasallos y respeto de mi corona, he venido en mandar extrañar de mis dominios de España, Indias, e islas Filipinas, y demás adyacentes, a los regulares de la Compañía, así sacerdotes como coadjutores o legos, que hayan hecho la primera profesión, y a los novicios que quisieran seguirles; y que se ocupen todas las temporalidades de la Compañía en mis dominios; y para su ejecución uniforme en todos ellos, he dado plena y privativa comisión y autoridad al conde de Aranda, presidente de Consejo, con facultad de proceder desde luego a tomar las facultades correspondientes."

LA EXPULSION DE LOS JESUITAS.

El 31 de marzo de 1767, un año después del motín, se consumó la expulsión de los jesuitas. Casi por sorpresa, en horas de la noche, los jesuitas se enteraron del Real Decreto que les condenaba a abandonar el país. Aranda había planeado la operación con sumo cuidado. Por ejemplo, el 20 de abril de 1767, el conde había ya enviado las correspondientes instrucciones a los jueces ordinarios de los pueblos donde residían jesuitas. Las instrucciones de Aranda comenzaban así:
"Incluyo a usted el pliego adjunto, que no abrirá hasta el dos de abril; y enterado entonces de su contenido dará cumplimiento a las órdenes que comprende. Debo comunicar a usted que a nadie debe comunicar el recibo de ésta ni del pliego reservado para el día determinado que llevo dicho..."
Luego seguían pesadas advertencias, por si algún juez se atrevía a desobedecer estas reservadas instrucciones: "Bajo pena de muerte, no abriréis este pliego hasta el 2 de Abril por la tarde". La orden contenida en el pliego decía:
"Os revisto de toda mi autoridad y poder real, para que en el acto os presentéis con fuerza armada en la casa de la Compañía de Jesús, y conduzcáis a los jesuitas prisioneros al puerto indicado en el término de veinticuatro horas, donde se embarcarán en los buques que les están destinados. En el momento de la ejecución pondréis sellos en los archivos de la casa y en los papeles de los individuos, sin permitir a ninguno llevar otra cosa más que los libros de oraciones y la ropa necesaria para la travesía. Si quedase un solo jesuita, aunque esté enfermo o moribundo, seréis castigado de muerte. Yo, EL REY."
Funeral Compañíagrabado satírico
"Funeral de la Compañía de Jesús"
Grabado satírico de 1773
La compañía de Jesús es objeto, en el siglo XVIII, de ataques y sus miembros son expulsados de diversos reinos europeos -en 1759, de Portugal; en 1764 de Francia; en 1767 de España, Nápoles y Parma- hasta que, finalmente el Papa Clemente XIV dispone la disolución de la Orden en 1773. sólo algunos monarcas como Federico II y Catalina la Grande los acoge en Prusia y Rusia.
En la parte superior y al centro, imagen del Papa Clemente XIV; a la izquierda, "Ultima pompa fúnebre de la extinta Orden jesuíta" y sostenida por un ángel, la "Breve de supresión del reino". Debajo y encabezando el cortejo, la Muerte, la orden de supresión "Dominus ac Redemptor", una serie de personajes reales y alegóricos; y el globo terráqueo, símbolo de los dominios de la Compañía.
detalle
A las doce en punto de la noche del día señalado, los jesuitas, en los distintos conventos de la Compañía, apenas tuvieron tiempo de inventariar sus bienes. Sólo se les permitió salir a la calle con algunos efectos de uso personal, con tabaco y chocolate... Los carruajes ya esperaban en las puertas dé los conventos, y en Cartagena esperaban los barcos. La operación se llevó a cabo en la Península y finalmente en las colonias. En total, entre 5.000 y 6.000 jesuitas abandonaron los dominios de Carlos III.
A modo de resumen de la imagen que se tenía de los jesuítas y la triste manera en que fueron expulsados, pueden servirnos las palabras del jesuita Padre José Francisco de Isla, apelando a la clemencia del Rey en un Memorándum al Rey:
"Preciso es, Señor, que la malevolencia, el odio y el engaño, disfrazados en celo, hayan logrado sorprender con alevosa infidelidad el Real justificadísimo ánimo de V.M., pintándole a los Jesuitas como los mayores monstruos contra la Religión y contra el Estado que ha producido hasta ahora la naturaleza, cuando han podido conseguir que en su destierro como en su expatriación, en el total despojo de su honor y de sus casas, se hayan desatendido todas las leyes que prescriben el derecho natural, el divino y el humano, practicadas siempre inviolablemente aún con el hombre más vil y más facineroso del mundo.
Sin hacerles causa, sin darles traslado de la más mínima acusación, sin hacerles cargo en particular del más ligero delito, y, por consiguiente, sin oírlos; se los destierra, se confiscan todos sus bienes, se desacredita su conducta, y su doctrina se supone sospechosa, y aún vergonzosa la comunicación con ellos, y hasta en los negocios puramente espirituales se declara delincuente y criminoso todo comercio con sus individuos, sin exceptuar el de los padres con los hijos, ni de los hermanos con sus hermanos carnales, cerrando absolutamente la puerta, no sólo al alivio de sus penas, sino aún a la noticia de sus trabajos; y, en fin, se los confina a todos en dos estrechos presidios de la isla más belicosa, más inquieta, más asolada y más pobre que se reconoce en todos los mares de Italia, expuestos a todos los trabajos, miserias y desdichas que trae consigo el furor de la guerra, y de una guerra tan obstinada como irregular."
"Memorial en nombre de las cuatro provincias españolas de la Compañía de Jesús desterradas del Reino a S.M. el Rey D. Carlos III", José Francisco Isla S.J.
La medida, que ha sido objeto de múltiples polémicas, no era novedosa: en 1759, los jesuitas habían sido expulsados de Portugal y en 1764 de Francia. En conjunto, pues, queda claro que en el siglo XVIII la Compañía se había ganado una general antipatía. Los gobiernos europeos, a la vista del fabuloso poder por ella acumulado, la veían detrás dispares maniobras politicas.
Considerada en extremo reaccionaria y funesta para los principios ilustrados, temiéndose que fuese capaz de erigirse desafiante, como un poder universal, la medida resulta más comprensible. Naturalmente, Carlos III se vio obligado a explicar al papa los motivos de tan drástica medida. Redactado por Moñino, he aquí el texto que el rey envió al Vaticano:
"…Tuvieron los jesuitas más principales e intrigantes sus juntas secretas hasta en la misma corte de S. M. que se hallaba en el Real Sitio de El Pardo por los meses de febrero y marzo de 1766 y de resultas prorrumpió esta cábala en el horrible motín de Madrid, principiando en la tarde del 23 del mismo mes de marzo (..) Aunque la primera voz con que se armo este lazo al pueblo sencillo fue la odiosidad contra el ministro de Hacienda; marqués de Esquilache, y contra las providencias de policía dadas para preservar la Corte de los excesos a que daban lugar los disfraces y embozos, se vio luego que el alma de esta conspiración tenía miras más altas y que se buscó afectadamente aquel pretexto para conmover al pueblo."
Fernando Garrido ("Pobres jesuitas", 1881) recoge una carta fechada el 14 de abril de 1767, del ministro Roda a su agente en Roma D. Nicolás de Azara que expresaría en términos menos diplomáticos el pensar del gobierno:
"Al fin concluyó la operación en todas las casas de la Compañía, y según sabemos, están en camino para los puertos de embarque. ¡Allá os mandamos esa buena mercancía!...
Los gordos, las mujeres y los necios estaban muy apasionados de esas gentes, y no dejan de importunarnos por ellas;... efectos de su ceguera.
Los jesuitas se habían apoderado de los tribunales, de los conventos de religiosos y de religiosas, de las casas de los grandes y de los ministros; de suerte que lo oprimían todo, dominaban a las conciencias y dominaban a España."
Y pone en boca del Rey:
"Dicen que no son mis vasallos, sino de su General y del Papa, pues allá se los mando"
Ya hemos comentado más arriba el odio que Roda le tenía a los jesuítas, según Menéndez Pelayo.
Lógicamente, la expulsión disgustó al papa Clemente XIII, que tampoco consideró suficiente esta explicación ni los quería en los estados pontificios. En efecto, el papa escribió a Madrid razonando que, si unos jesuitas "principales" habían sido declarados culpables, era a todas luces injusto expulsar a la Compañía así, en bloque. Estaban pagando, según el razonamiento papal, "inocentes por culpables". Pero Carlos III, a pesar de su indiscutible catolicismo, no dio marcha atrás. La expulsión se había consumado. "La expulsión de los jesuitas -ha escrito Laura Rodríguez- era un claro indicio de que el Despotismo Ilustrado no estaba dispuesto a tolerar enemigos que cuestionaran la autoridad suprema del monarca."
Como ha escrito Domínguez Ortiz, "nada hay que haga a los humanos tan crueles como el miedo. Sin esta atmósfera de suspicacia y temor no se explica el rigor con que un rey católico y bondadoso procedió contra los jesuitas". La expulsión -ya que no parece posible achacar a los jesuitas la responsabilidad de los acontecimientos de 1766- debe sin duda entenderse, como ha escrito Domínguez Ortiz, como el resultado de "dos siglos de odios dentro de la Iglesia Católica".
Domínguez Ortiz ha señalado las causas más importantes de este odio a los jesuitas. En primer lugar, su influjo en la corte era muy grande, acumulado ya desde los tiempos de los Austrias. Los Borbones habían sustituido a los dominicos por los jesuitas en el confesionario, lo que provocó las consecuentes envidias y enemistades. Por otra parte, en lo que al aspecto económico se refiere, los jesuitas luchaban para no pagar ciertos impuestos, lo que producía lógicas tensiones en los obispados. Pero, como ya se ha apuntado, las rivalidades eran especialmente fuertes en el terreno de la educación, en el que los jesuitas ejercían un envidiable monopolio. En el terreno teológico, los jesuitas polemizaban duramente -sobre todo con los dominicos- acusando de jansenistas a los teólogos rivales, que por su parte constestaban diciendo que los jesuitas enseñaban una moral relajada. Ha escrito Domínguez Ortiz:
"Ser un jesuita significaba no sólo ser miembro o simpatizante de la Compañía sino pertenecer al grupo de los colegiales mayores y no mirar con buenos ojos las innovaciones que se estaban produciendo; ser un jansenista quería decir ser partidario de las regalías, poco afecto a la curia romana y sospechoso de filosofismo heterodoxo"
Como se ve, estaban dadas las razones para un duro enfrentamiento.
Digamos que la expulsión dividió a los obispos españoles. "No todos los obispos -dice Domínguez Ortiz- cedieron a las presiones del gobierno para que aplaudieran la medida; hubo toda una gama de actitudes, y no puede afirmarse que los más entusiastas de la expulsión fueran los de nombramiento reciente; también entre los nombrados anteriormente hubo quienes la celebraron como justa y necesaria." Lo que si merece destacarse es la notable rapidez con que diversas órdenes religiosas se abalanzaron sobre los bienes de los jesuitas expulsados.
Poco después, José Moñino, muerto el papa Clemente XIII -alto protector de la Orden- logró que el papa Clemente XIV decretara la abolición de la Compañía. Su hábil gestión en este delicado asunto le valdría a Moñino el título de conde de Floridablanca. Más tarde, Carlos IV admitiría nuevamente a sus miembros y Fernando VII les devolvería sus prerrogativas.
Cronología de la expulsión
1759
Portugal
1764
Francia
1767
España
1773
Disolución de la Compañía
Notas:
(*) La teoría del regicidio. Esta teoría no la inventaron los jesuitas -es muy antigua- pero la defendieron. Básicamente consiste en el derecho que asiste a cualquiera a matar al rey si éste se comporta como un tirano. La cuestión es definir el comportamiento tiránico. Para los jesuitas, era el Papa quien tenía la máxima autoridad sobre la tierra, por encima de los reyes, y si cualquiera de ellos no coincidia con los intereses de la Iglesia, estaba legitimada su deposición, incluso violentamente. En la actualidad, esta teoría sigue en vigor en algunos paises donde el poder teocrático es fuerte.
Para ilustrar y comprender mejor el peligro que la defensa de esta teoría suponía para el poder civil, utilizaré algunas citas del libro "Pobres jesuitas", escrito en 1881 por el socialista Fernando Garrido Tortosa, que recoge la teoria del regicidio expuesta por los jesuitas y por los autores católicos.
"No pertenece al pastor el castigo de las ovejas que se extravían, sino arrojar los lobos, defendiendo al rebaño, para que no lo saquen del redil. Por tanto, el Papa, como soberano pastor, puede privar a príncipes de su dominio, y arrojarlos de él, para que no perjudiquen a sus vasallos; puede desligar a éstos del juramento de fidelidad y anularlo... y para esto puede servirse de las armas de los otros príncipes fieles, de manera que siempre lo secular esté sometido a lo espiritual. Permitido es a un particular matar a un tirano, a título de derecho de propia defensa: porque aunque la república no lo manda así, se sobreentiende que quiera ser siempre defendida por cada uno de sus ciudadanos en particular, y hasta por los extranjeros; por consiguiente, si no puede defenderse más que con la muerte del tirano, a cualquiera le está permitido matarle... Desde que un rey ha sido depuesto por el Papa, deja de ser rey legítimo, y desde entonces no le corresponde otro título que el de tirano... y como a tal, cualquiera podrá matarle."
Tras estas citas literales opina Garrido: "De estas terribles y sanguinarias máximas de los jesuitas resultaron regicidios y tentativas de asesinato de príncipes, que no eran tiranos; antes bien, como Enrique IV de Francia, populares, y los menos malos que nos presenta la historia; mientras que, lejos de asesinarlos, los jesuitas glorificaban y han patrocinado siempre a los tiranos dignos de este nombre, como Luis XIV de Francia, que decía el Estado soy yo, y los Borbones de Nápoles, de Parma y Módena, y Fernando VII de España. Estos déspotas, protegieron a los jesuitas, se entregaron a ellos y les entregaron la educación de sus pueblos. ¿Qué tiene, pues, de extraño, que tales monstruos de tiranía y de relajación de costumbres, fueran por ellos ensalzados cual modelos de reyes?...
¿Qué sería del mundo civilizado si las máximas de la Compañía de Jesús, sobre la supremacía de los Papas y el regicidio, que acabamos de extractar, hubieran prevalecido? La civilización, renaciente en el siglo XVI, habría retrocedido, sumiéndose de nuevo la sociedad en la barbarie. El mundo hubiera sido un inmenso convento, gobernado y administrado por los jesuitas, cuyo General, lugarteniente del Papa, llegara a ser el Papa verdadero. [...] Cuando los jesuitas se quejan de la tiranía de los gobiernos, respecto a su Compañía, se fundan en que sus privilegios, autorizados por los Papas, están por encima de las leyes de las naciones, que deben considerarse nulas, en cuanto se opongan a sus privilegios e instituciones, fundadas, como hemos visto, para consolidar los poderes espiritual y temporal de los Papas, extendiéndolos por todo el mundo. ¿Qué nación independiente, qué gobierno celoso de su autoridad y de los intereses que representa, puede reconocer los privilegios y atribuciones concedidas por lo Pontífices romanos a la Compañía de Jesús, ni autorizar en sus dominios una secta independiente de toda autoridad, y que tiene por regla de conducta no someterse a las leyes civiles de los países en que puede introducirse, más que en cuanto a sus intereses convenga?"

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